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El faraón de América: el señor de Sipán.

Hace 25 años tuvo lugar el descubrimiento arqueológico más impactante de América Latina: la tumba del señor de Sipán, en Perú, que data del siglo III. Este gobernante de la cultura moche fue enterrado con un tesoro de incalculable valor conservado en perfectas condiciones. Está considerado uno de los hallazgos más importantes del siglo XX, al mismo nivel de la tumba de Tutankamón. Y todo comenzó con un conejo...


Una noche de verano de 1987 en la chichería de la pequeña aldea de Sipán, en Perú, dos policías de la Brigada Secreta presenciaban absortos la fiesta que celebraban los aldeanos. Todos bebían y reían como si les hubiese tocado la lotería. No entendían nada. Estaban allí porque una semana antes un comando terrorista de Sendero Luminoso había tomado la aldea vecina. No parecía haber muchos motivos para semejante algarabía. Ya entrada la noche, un joven se acercó a la barra con claros síntomas de embriaguez. No tenía dinero para pagar su cuenta, pero depositó en el mostrador una pieza arqueológica de oro. Los policías lo detuvieron inmediatamente. No tuvieron que emplearse a fondo para que el muchacho les contara lo que ocurría. Una banda de huaqueros, como se conoce en Perú a los saqueadores de sitios arqueológicos, dirigida por un tal Ernil Bernal había encontrado una tumba muy importante en la huaca que lindaba con el pueblo. Los peruanos llaman huaca a los lugares arqueológicos, ya sean tumbas, santuarios o, como en este caso, una pirámide. Los policías registraron la casa de Bernal. Solo estaba su madre. En la alacena de la cocina encontraron unas bolsas con varias piezas de oro. De inmediato avisaron al arqueólogo Walter Alva, supervisor de la zona y director del Museo Bruning de Lambayeque. El alijo lo componían un ídolo y dos cabezas felinas de oro y turquesas. Nunca antes se habían visto piezas así de la cultura moche. Tenía que ser una tumba muy importante. Cuando llegaron a Huaca Rajada la pirámide que estaba siendo profanada, había más de 60 personas cavando. Tuvieron que disparar al aire para que la gente desalojase el lugar. Alva, su colaborador Lucho Chero, dos estudiantes y dos policías se hicieron fuertes en el sitio arqueológico. Todas las noches había tiroteos. Los huaqueros, instigados por los traficantes, atacaban el lugar. Era difícil hacerles comprender que, a pesar de estar en su pueblo, aquellos tesoros no les pertenecían; eran patrimonio de la humanidad.

Todo empezó por un conejo. En un recorrido de reconocimiento que realizaba la banda de Ernil Bernal observaron una madriguera horadada en una pared de adobe. Al construir su guarida, un conejo arqueólogo había extraído unas bolitas de oro. Estaban perforadas; sin duda, eran las cuentas de un collar. Esa misma noche, los huaqueros comenzaron a excavar. Tres días más tarde llegaron a la cámara funeraria de una tumba. Las vigas de algarrobo con las que los mochicas sellaban los enterramientos habían conseguido que, pese al tiempo, el relleno no aplastara la sepultura. Los féretros enterrados hacía unos 1800 años estaban intactos. En sucesivas noches, con sigilo para no despertar sospechas en la aldea, fueron extrayendo piezas de incalculable valor, pero finalmente los pobladores se enteraron y se presentaron en la pirámide. La banda no tuvo más remedio que dejarlos participar en el saqueo, aunque ya se habían llevado las piezas más importantes. Una noticia publicada en la prensa local sobre la venta de algunas de esas piezas por 80.000 dólares confirmó que el expolio había sido más grande de lo que se pensaba. La Policía regresó a la casa de los Bernal. En ese momento, Ernil llegaba con una furgoneta y se dio a la fuga. Al poco fue alcanzado por un disparo, que puso fin a su vida. Según otro integrante de la banda, Ernil venía del campo de esconder ocho sacos que contenían la mayor parte del botín. Desde entonces, la gente de Sipán sigue buscando los sacos del tesoro.
Walter alva y su equipo de arqueólogos optaron por seguir investigando en Huaca Rajada, y muy cerca de la tumba saqueada descubrieron otra de grandes dimensiones. La osamenta de un guerrero con los pies amputados era el presagio de un gran descubrimiento. Posiblemente se trataba del guardián del mausoleo, por eso le habían cortado los pies ritualmente: para que no abandonara la tumba. Siguieron excavando. Un mes más tarde se dio a conocer el descubrimiento del primer gobernante mochica recuperado para la historia. El enterramiento contenía un personaje principal cubierto de ornamentos y emblemas militares de oro, plata y piedras preciosas, al que se llamó el señor de Sipán. Junto a él, ocho osamentas de las personas que lo acompañaron en su viaje al inframundo atestiguaban su importancia. La noticia dio la vuelta al mundo. Se trataba de la tumba más rica de América. Huaca Rajada está compuesta por dos pirámides y una plataforma. En Perú, las pirámides se construyeron con ladrillos de adobe. Se estima que en Huaca Rajada emplearon 88 millones de ladrillos. Meses más tarde de hallar al señor de Sipán se encontraron los enterramientos de un sacerdote y de otro gobernante al que se conoce como el viejo señor de Sipán. Hasta hoy se han descubierto 16 tumbas; todas, de personajes de la élite moche: gobernantes, sacerdotes y jefes militares.
 La cultura moche, de 2000 años de antigüedad, alcanzó un gran desarrollo tecnológico. Construían sus edificios con técnicas antisísmicas; por medio de una red de canales convirtieron el desierto en un vergel, tenían una producción agrícola dos veces superior a las que se obtiene actualmente en la región; doraban el cobre por procedimientos de electrolisis, lo cual se consiguió en Europa a finales del siglo XVIII; soldaban los metales... y realizaban terribles sacrificios humanos. ¿Cómo es posible que una sociedad tan avanzada hiciese eso?
La cosmovisión de los mochicas estaba relacionada con las venidas del fenómeno del Niño, que causaba y causa tremendos desastres. Es cíclico, pero errático. Llega en periodos de dos a doce años que producen inundaciones y avalanchas seguidos de periodos de sequía pertinaz. Los moches creían que lo enviaban los dioses. Los sacerdotes llegaron a predecirlo. Ante su venida ordenaban sacrificios humanos para aplacar la cólera divina. Las ejecuciones se realizaban en lo más alto de las pirámides. Degollaban, decapitaban, despeñaban, rompían las cabezas con grandes mazas, descuartizaban y a veces extirpaban el corazón en vivo. Pero no fueron sus propios excesos los que acabaron con la cultura mochica entre el 600 y 700 después de Cristo. Aunque las causas no están muy claras, los expertos apuntan a que pudo ser debido a una sequía fuerte y prolongada de unos 30 años que tuvo lugar a finales del siglo VI, a la que siguió un periodo de inundaciones. Esto debilitó al pueblo moche, que finalmente fue invadido por el imperio de los huaris. Lo que hoy queda de ellos solo está al alcance de los arqueólogos... y los conejos.
Extraído de Finanzas

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