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Investigadores españoles encuentra restos de un Homo ergaster en la Garganta de Olduvai (Tanzania).

Imagen de las excavaciones en Olduvai, en Tanzania.
Un equipo de investigadores españoles ha encontrado restos de un Homo ergaster en la Garganta de Olduvai (Tanzania) que son los más antiguos que se conocen hasta ahora. El hallazgo, que será publicado en unos meses, es de un individuo 200.000 años más antiguo que el congénere más viejo que se conocía hasta ahora, acercándose a los dos millones de años.
Piezas de una mano y una pieza dental han sido claves para determinar que el primer antepasado claro del linaje humano habitó en esta región africana en tiempos muy remotos. Estos fósiles fueron hallados por el equipo del Proyecto de Olduvai, promovido por el español Instituto de Evolución en África (IDEA), en una campaña de excavación que abarcó siete yacimientos este año.
Los restos corresponden a un individuo grande, que podría superar los 1,8 metros de estatura, y que se sabe que era adulto porque tenía principio de artrosis en el metacarpo de la mano y una muela muy desgastada.
“Los fósiles estaban en un yacimiento que abrimos el año pasado, a 500 metros de donde está el famoso Zinj de la familia Leakey. Fue pura suerte. El lugar se localizó gracias a los geólogos, que hacían uno de tantos sondeos por la zona. Al poco de empezar a excavar, y en el mismo nivel donde los Leakey encontraron unParantrophus boisei, salió el metacarpo de una mano más grande que la nuestra, y luego la muela. Encima se habían depositado cenizas de una erupción volcánica de hace 1,8 millones de años, así que como poco tienen 1,9 millones. El debate está servido”, argumenta el arqueólogo Manuel Domínguez-Rodrigo, uno de los codirectores españoles de este proyecto único en la Cuna de la Humanidad. El otro es Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico de Madrid.

Junto a estos restos de ergaster, el equipo fue sacando herramientas de piedra muy primitivas y restos de animales que, posiblemente, cazaron nuestros ancestros cuando se acercaban a beber a una fuente situada a no más de 100 metros. En tan sólo medio metro de sedimentos habían dado con una auténtica mina que este año aumentaron hasta los 80 metros cuadrados de extensión: “Es un supermercado de fósiles, con animales más pequeños que los que encontramos en otro yacimiento de Olduvai, el BK, que es medio millón de años más reciente”, explica el arqueólogo, que confía en ampliarlo hasta 200 metros cuadrados en próximas campañas.
¿Y qué nos dicen estos fósiles que no supiéramos? “Pues no sólo que al mismo tiempo convivían especies de Homo más grandes y más pequeñas, sino que comportamientos que atribuíamos al anterior Homo habilis, como cazar animales que pesaban cientos de kilos, no les corresponden porque ya entonces estaban los erectus por allí. Y que herramientas primitivas que atribuíamos a los primeros, es muy posible que no las usaran. La hipótesis más fácil es que una sola especie de las dos, que convivieron durante medio millón de años, tuviera un comportamiento complejo”, argumenta el arqueólogo.
Pero no fue éste su único botín. En otro yacimiento, donde llevan años trabajando (BK), la piqueta sacó a la luz este año un esqueleto parcial de Parantrophus boisei de hace 1.300.000 años, cuya apariencia inferior era desconocida. Los españoles encontraron fémur, tibia, húmero y radio; y su sorpresa fue mayúscula al comprobar que el conocido como Cascanueces era muy fuerte: su radio es un 20% más robusto que el de un neandertal. “Está claro que se movía por los árboles, pero también por el suelo. Como especie, se adaptó muy bien a su ecosistema, y eso le permitió existir durante más de un millón y medio de años”, señala el científico.
También encontraron el frontal completo de un neonato con 1,3 millones de años; parece ser otro Homo ergaster, pero aún está pendiente de confirmar. “Es un fragmento muy frágil de un cráneo de recién nacido, que se ha conservado porque una capa de arcilla lo recubrió; no hay nada igual a esta pieza en el registro fósil”, asegura Domínguez-Rodrigo.
ESCORPIONES, SERPIENTES Y POCAS AYUDAS.
Todos estos hallazgos han sido posible por el esfuerzo personal del equipo de IDEA, el único grupo no anglosajón excavando en Olduvai, que este año tuvo que trabajar de sol a sol en la Garganta sin ningún tipo de ayuda pública. Al final, de los 96 miembros del equipo, 26 eran españoles, y tuvieron que pagarse los gastos, unos 2.000 euros, de su bolsillo. Pura vocación porque excavar en este lugar es hermoso, pero también una tarea dura y peligrosa: este año tuvieron algún desagradable encontronazo con escorpiones y serpientes.
Así las cosas, y para poder seguir manteniendo las campañas en la Estación Científica, que se financió con 250.000 euros de dinero público de la Comunidad de Madrid, han llegado a un acuerdo con la Universidad de Carolina del Norte (Estados Unidos) para crear allí una escuela de campo destinada a sus alumnos.
Esta universidad enviará a 15 estudiantes cada año que, a cambio de 5.000 dólares, podrán excavar en Olduvai y en Laetoli y conseguir cinco créditos para dos asignaturas, además de recibir clases de profesores de primera. Todo un lujo que se escapa de manos españolas. “Con ese dinero ya no dependemos exclusivamente de las subvenciones públicas, aunque es muy triste que al final sean los americanos quienes se aprovechen de las instalaciones que hemos hecho nosotros, y donde podría formar a nuestros jóvenes”, se queja el investigador, al que el Ministerio de Hacienda ya dejó el año pasado en la estacada y que tampoco recibe apoyos en la Universidad Complutense, donde es docente. “Tenemos una universidad mediocre, endogámica, como todas las españolas, que no investiga ni deja investigar”, denuncia.
Así, y aunque volverá a pedir dinero al Ministerio de Cultura como misión arqueológica en el extranjero, Domínguez Rodrigo no se fía de que su trabajo se valore, pese a los muchos hallazgos de estos últimos años. Y no lo hace porque asegura que en este país no se tienen en cuenta los más de 40 artículos de impacto, publicados en revistas científicas de gran prestigio, que acumula el proyecto, número que alcanza el centenar a nivel personal.
Es la cara y la cruz de la investigación científica española: grandes logros que sobreviven "a pesar" de las zancadillas que se encuentran en el camino.

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