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Pan y toros (I)

Conflictividad social y fiesta de toros en la España Moderna

Toros en la plaza de Herreria del puerto de Santa María
A lo largo de toda la Edad Moderna la fiesta de los toros formó parte de una sociedad lúdica y jerarquizada que era compartida por todos sus integrantes, sea cual fuera su categoría social. Un espectáculo que servía de escenario donde representar el poder. Un poderoso instrumento de dominación persuasiva y de prestigio para las élites urbanas.

El ambiente lúdico que rodeaba al festejo explica la gran variedad de motivos por los que se organizaban corridas de toros: fiestas tanto religiosas como profanas, celebraciones de nacimientos y bodas reales, homenajes a personas destacadas socialmente, recaudación de fondos para sanear la administración municipal, celebración de victorias militares, agasajo del concejo a visitantes ilustres, etc.

Regocijar al pueblo constituyó una especie de obligación para la nobleza e instituciones judiciales como las chancillerías. En efecto, los toros, como en otro tiempo los espectáculos de la antigua Roma, cumplieron sobradamente este fin social, por lo que podemos decir que el “pan y circo” que satirizaba Junio Juvenal, acabó transformándose en el “pan y toros” de León Arroyal: 
“Haya pan y haya toros, y más que no haya otra cosa. Gobierno ilustrado: pan y toros pide el pueblo. Pan y toros es la comidilla de España. Pan y toros debes proporcionarla para hacer en lo demás cuanto se te antoje in secula seculorum. Amen”.

El espectáculo de la sangre, junto con la morbosidad alimentada por el riesgo que corrían los participantes, superaba las expectativas que pudiera ofrecer el teatro y satisfacía la ruptura que suponía la dura rutina diaria. Tanto en grandes ciudades, como en pequeñas poblaciones, los protagonistas de la fiesta, bien plebeyos a pie o caballeros a caballo compartieron la emoción de sus faenas con los espectadores, y en ocasiones con espontáneos que saltaban al ruedo. Todos juntos descargaban adrenalina, y por un día, las múltiples penalidades cotidianas se difuminaban ante la emoción y el jolgorio.

La vida de los españoles durante la época moderna no fue nada fácil. Las condiciones climatológicas, del relieve, geomoforlógicas, históricas, etc., favorecieron la presencia de continuos sobresaltos en su vida cotidiana.

Para Tomás y Valiente, la sociedad de los siglos XVI y XVII estuvo llena de tensiones, especialmente las relacionadas con el linaje y la rígida división estamental, donde la vida cotidiana estuvo salpicada de pequeños y grandes incidentes que crearon un clima de violencia, en el que los delitos de cualquier tipo fueron frecuentes sobre todo en las ciudades, lugares donde se sucedían periódicamente etapas de crisis económica, de decadencia y de marasmo social.

Estas poblaciones repletas de gentes sin trabajo posible ni comida cierta, con unos nobles violentos y ociosos, acabaron convirtiéndose en focos de delincuencia endémica. Y aunque la solución pasaba por la eliminación de la estructura social jerarquizada, la corona se limitó sin embargo, a reprimir los actos violentos a través de leyes y el empleo de la fuerza.

En esta sociedad predominantemente agraria con clara tendencia a la subsistenciaen un medio hostil por la ausencia de agua y la pérdida de las cosechas de cereales, las principales preocupaciones de los españoles, la violencia estallóen situaciones carenciales, como resultado de una lucha por alcanzar el control y la posesión de tierras y agua.

Muchos de los jornaleros que sobrevivían a duras penas la durante las crisis de subsistencias, optaron por refugiarse en las grandes ciudades, donde la posibilidad de supervivencia era posiblemente mayor; aunque sin embargo, el incremento de población provocó en cambio, un aumento de la inestabilidad social, coyuntura que fue aprovechada por las oligarquías locales para sus intereses particulares.

Los conflictos de convivencia no se limitaron únicamente a las frecuentes riñas y a las injurias, también estallaron motines de todo tipo, siendo los más frecuentes los del hambre, pero también, como veremos más adelante, la prohibición para celebrar festejos de toros sirvió de detonante para airear las frustraciones. El ambiente crispado nublaba las mentes y desataba la furia. Fue entonces cuando la integridad física de los contendientes peligraba ante la costumbre que por entonces se tenía de portar armas en todas las actividades cotidianas, pues rápidamente se echaba mano de ellas en los numerosos altercados y pendencias callejeras que se producían.

No te pierdas la segunda parte de este artículo: Pan y toros (II).

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