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Las chicas del radio

Su pelo, caras, manos, brazos, cuellos, los vestidos, su ropa interior, incluso los corsets de las pintoras eran luminosos

Recreación del modo de trabajo de las chicas del radio
Fue en el año 1898 cuando Marie Curie conseguía aislar el Radio (Ra) en estado puro, estableciendo así su condición de elemento dentro de la tabla periódica. Este descubrimiento tuvo una repercusión pública inmediata.

A partir de entonces, el radio fue incorporado a toda clase de productos de uso cotidiano, ya que se tenía la creencia de que servía de cura para todo.

La United State Radium Corporation, Orange, New Jersey, fue la primera empresa encargada de la fabricación y distribución de componentes militares impregnados con este pigmento luminoso, el undark.

Todas las aplicaciones se hacían a pincel y a mano, por lo que requerían de unas finas y delicadas manos para un mejor resultado, así que la empresa incorporó a sus fabricas a unas 70 mujeres a su plantilla laboral, que ganaban entre 20 y 24 dólares por semana, un sueldo más elevado que el promedio de la época para las mujeres.

El procedimiento de aplicación consistía en mezclar pegamento, agua y polvo de radio para conseguir la pintura fluorescente. Con los pinceles de “pelo de camello”, aplicaban el producto en las agujas y los marcadores de los diales de relojes y contadores.

Los pinceles se deformaban por la punta a las pocas pasadas de pintura, por lo que los supervisores de US Radium recomendaban a las operarias que les devolviesen la forma puntiaguda óptima para pintar pasándolos por los labios o usando la lengua y obtener una mayor precisión en la pintura.

A parte, utilizaban también la pintura luminosa para pintarse las uñas y los estudios estaban tan llenos de polvo y residuos de la pintura con radio que la piel y el pelo de estas mujeres brillaba cuando salían del trabajo.

Estado de la mandíbula de una de las chicas del radio
En 1922, Grace Fryer, comenzó a preocuparse cuando sus dientes empezaron a caerse sin motivo aparente y su mandíbula se hinchó. Acudió al médico para un diagnostico y éste descubrió una degradación ósea nunca vista. Su mandíbula formaba una especie de panel de abeja, con pequeños agujeros y un patrón aleatorio.

Poco a poco fueron apareciendo más casos similares con una misma coincidencia; todas esas mujeres afectadas habían trabajado alguna vez en la misma fábrica pintando relojes, en la U.S. Radium Corporation.

Por supuesto que la empresa negaba cualquier implicación en estos casos, determinando que las malformidades de las chicas se debían a la sífilis.

A principio de la década de 1920, US Radium contrató a un profesor de fisiología de Harvard, Cecil Drinker, para estudiar las condiciones de trabajo en la fábrica. El informe de Drinker era grave, indicando una fuerza de trabajo altamente contaminada, condiciones sanguíneas poco comunes en prácticamente todos los que habían trabajado allí.

Pero el informe que se presentó al Departamento de Trabajo de Nueva Jersey había sido manipulado y, en las conclusiones finales, constaba que todas las chicas estaban en perfectas condiciones.

En 1925, Alice Hamilton, compañera de Drinker, descubrió el engaño y el artículo al final es publicado en una revista científica, a pesar de las amenazas de emprender acciones legales de U.S. Radium.


Uno de sus fragmentos dice así:
"Todas las muestras de polvo recogidas en las salas de trabajo en varias localizaciones y de las sillas no usadas por los trabajadores brillaban en una habitación oscura. Su pelo, caras, manos, brazos, cuellos, los vestidos, su ropa interior, incluso los corsets de las pintoras eran luminosos. Una chica mostró puntos luminosos en sus piernas y muslos. La espalda de otra brillaba hasta casi la cintura."
A Grace Fryer le costó dos años y 9 dientes encontrar al abogado Raymond Berry, el único letrado que aceptó preparar la demanda contra la U.S. Radium Corporation. Con el apoyo de cinco chicas más de la fábrica y la complicidad de unos medios muy sensibilizados por la historia, llevaron el litigio a los tribunales en 1928.

En su primera aparición en el juzgado, dos de las chicas estaban postradas en la cama, y ninguna podía levantar sus brazos para realizar el juramento. Grace Fryer, era incapaz de andar, necesitando un corsé ortopédico para sentarse, y había perdido todos los dientes.

La empresa fue condenada finalmente a pagar 100.000 dólares y una pensión mensual y vitalicia de 600 a cada una de las ‘chicas radiactivas’, aunque muchas de ellas no llegaron a cobrar una sola mensualidad.

Varios meses después, la fábrica cerró ante las dificultades en el modelo de negocio de un producto peligroso y las críticas públicas a una gestión denigrante con sus trabajadores.

Gracias a ellas se despertó el movimiento sindical por la defensa de los derechos civiles del trabajador, ratificado en 1948 y se modificaron todos los procedimientos para la manipulación de los pigmentos y sustancias radiactivas.

A día de hoy, aún es posible medir la radiación emitida por muchas de las tumbas de las “Chicas Radio”. 

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