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'El ruso es comunista porque no conoce otra cosa'

De Alemania, todo virtudes; de Rusia, ya no tanto es el resumen de las entrevistas hechas a ocho sargentos de la División Azul en 1943

40.000 voluntarios de todas las clases sociales partieron hacia Rusia en la División Azul
Con la Guerra Civil aún humeando por las tierras españolas, 40.000 voluntarios de todas las clases sociales partieron hacia Rusia para encarar el comunismo, uno de los némesis preferidos de la larga lista de enemigos del III Reich.

Esa división, la Azul, fue la forma de devolver el favor que prestó la Cóndor nazi a los franquistas. Una por otra, se dice. Pero en este parto a medias de favores bélicos, España perdió otra vez. Además del degüello que supuso la autarquía franquista para la historia peninsular, cerca de la mitad de esos hombres azules no volvió a su amada España. De los que retornaron, no pocos lo hicieron incompletos después de que las trincheras en suelo ruso le hubiesen arrebatado alguna parte de su cuerpo. Y a los que quedaron en casa, lejos de los mundos homéricos de los que uno les pudiese rodear, se les apretó aún más la correa para ayudar al Estado a enfrentar los gastos derivados de la División. El país entero perdió de nuevo, no hay duda.

En 1943, algunos de estos sargentos recién llegados del frente dejaban unas palabras en la revista Y de la Sección Femenina, una «mirada retrospectiva» en la que Juan de Diego, el entrevistador, loaba una y otra vez el sacrificio que de su juventud habían hecho los militares: «Ellos lo abandonaron todo para ir a combatir contra los enemigos de Dios y de la Patria, en defensa de una civilización, de un credo, de una idea».

Testimonio de Pedro Antonio Cuyas, uno de los miembros de la División Azul
De Alemania, todo virtudes, y, en Rusia, la miseria

Casi en cada una de las pequeñas entrevistas se puso de relieve la admiración que los sargentos de la División Azul sentían por la revolución alemana. El más relevante, quizás, el relato de Manuel López Cardona por la lobreguez y controversia de sus cinco últimas palabras. El militar decía haber sido agradado por «la perfecta organización de que disponen en todos los aspectos —los alemanes— y especialmente en el de justicia social».

Aunque hubo alguno que no quiso ni acordarse del desierto helado de Rusia, Juan María Gutiérrez recordaba «a las gentes desastradas y sucias, con un fondo primitivo, patriarcal y salvaje y la llanura inmensa, sin límites, salpicada de cosechas caprichosamente, exenta de instinto de propiedad». En la misma línea, Luis Nieto García había quedado enormemente sorprendido al encontrarse con algún ruso que sabía leer y escribir, según él, porque «se pasan nueve meses bloqueados por la nieve, sin poder apenas salir de sus casas, y la lectura constituye un entretenimiento».

También sobre Rusia, Ramón María Reigada relataba con precisión su viaje desde la llamada de La Falange hasta que la División puso pie en Novgorod. Reigada se centró entonces en la propaganda comunista, que dijo haber visto por las cuatro esquinas del país en los libros de texto e incluso en los calendarios. De ahí dedujo que la sociedad rusa de 1943 carecía completamente de valores espirituales: «El ruso es comunista porque no conoce otra cosa ni concibe otra manera de vivir».

Estos sargentos de la División representaban la lucha contra ese comunismo que para el entrevistador de Y «pretendía abrir la puerta de todos los pueblos, de todos los hogares, a la vesania maldita idea». Eso sí, la Azul jugó a dobles. Primero porque el apoyo al nazismo tiró la credibilidad española por los suelos, y, segundo, porque fue el órdago en la partida que Europa jugó en la Guerra Fría.

Bibliografía

MORENO JULIÁ, X., La División Azul: Sangre española en Rusia, 1941-1945. Barcelona, Crítica, 2004.

Vía| Biblioteca Nacional de España, ver bibliografía
Imagen| El otro lado

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