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El mundo más íntimo de Sorolla

A lo largo de su carrera el pintor inmortalizó cerca de dos mil óleos de pequeño formato que muestran su realidad más personal

Joaquín Sorolla, inseparable junto a su caja de “apuntes”.

Visitar el Museo Sorolla de Madrid es encontrarse inmerso en el universo donde Joaquín Sorolla daba rienda suelta a su ingenio. Donde hoy se sitúa el museo es el espacio en el que el artista valenciano vivía junto a su familia y tenía su taller, fusionando así su lugar de trabajo y su hogar con un amplio jardín.


De esta manera resulta una experiencia más que gratificante el poder contemplar las obras de Sorolla en el mismo lugar donde muchas de ellas fueron imaginadas o terminadas ya que el gran “pintor de la luz” gozaba de trabajar al aire libre, siguiendo los principios impresionistas.

Joaquín Sorolla, Playa de Valencia, 1892.

Su obra de madurez bien puede enmarcarse dentro de esta corriente pictórica, el impresionismo, pero las creaciones de este genio tan singular e irrepetible van mucho más allá: sus cuadros son como ventanas que nos abre para conocer su intimidad, su familia, su vida. Al ser un pintor tan personal y tan prolífico cada boceto o cada dibujo descubre algo nuevo sobre él.

Puede que ese sea el motivo que ha llevado al Museo Sorolla a mostrar en una exposición temporal 227 tablillas de muy pequeño formato para poder entender más en profundidad su trabajo. Sorolla llegó a realizar hasta dos mil de estos diminutos óleos, siempre al aire libre, a los que él mismo se refería como “apuntes”, “manchas” o “notas de color”. Normalmente no tardaba más de media hora en pintarlos, pues se trataba de recoger rápidamente lo que su ojo estaba percibiendo en ese preciso momento, con una determinada luz.

Estudio de Sorolla en el pasaje de la Alhambra, Madrid.

No se trata de bocetos para obras de mayor envergadura sino que estas reducidas tablas son independientes por sí mismas, las guardaba en su estudio colgadas con alfileres o enmarcadas. Aunque en un principio pudieron ser entendidos como cuadros inacabados pronto se vio en estas creaciones uno de los mejores ejemplos de la espontaneidad, el atrevimiento y la pincelada magistral de Sorolla.

Son estos trabajos los que nos permiten profundizar en su personalidad, en su visión más subjetiva, lo que  nuestros ojos advierten es lo que observaba el pintor en el momento de plasmarlo.

Joaquín Sorolla, Joaquín, María y Elena Sorolla, 1897.

Blanca Pons-Sorolla, bisnieta del artista y una de las comisarias de esta exposición, asegura que se puede contemplar aquí un Sorolla muy moderno, una mirada veloz, casi como si realizara una fotografía. Son muestras excelentes para apreciar sus estudios de la luz, el movimiento del agua, los diferentes reflejos y los juegos de color, pues con estos óleos se siente completamente libre a la hora de reproducir la realidad tal como la percibe.

Bajo el título Cazando impresiones. Sorolla en pequeño formato, el museo presenta por primera vez en España estos tesoros que el pintor creaba para dar rienda suelta a su creatividad, para estudiar, para mejorar. La mayoría de las piezas pertenecen a los fondos del museo pero algunos de ellos proceden de colecciones particulares, inéditas, por lo que se trata de una oportunidad única para visitar en Madrid hasta el 29 de septiembre.

Joaquín Sorolla, La llegada a Nueva York, 1909.

Acostumbrados a sus lienzos de grandiosas dimensiones, como los encargados por la Hispanic Society, sin duda esta exposición marcará un antes y un después en el modo de entender a Sorolla. Contemplar estas tablas que no llegan a medir veinte centímetros es todo un cambio de perspectiva y, aunque esta es la primera vez que se muestran en nuestro país, el pintor valenciano no dudaba de acompañar muchas de sus exhibiciones con estos pequeños formatos.

En las diversas presentaciones que Sorolla realizó en Estados Unidos presentó sus “notas de color” enmarcadas de manera individual, dotándolas de un gran protagonismo y dejando claro el papel esencial que juegan a lo largo de su carrera.

Es en estas obras donde se puede comprobar con mayor certeza su madurez creativa, él mismo afirmaba: “Ahora es cuando mi mano obedece por completo a mi retina y mi sentimiento, ¡veinte años después! Realmente la edad en que uno debe llamarse pintor: ¡después de cuarenta de trabajo!”

Joaquín Sorolla, Dos mujeres ante un velador, 1917-1918.

Sus “apuntes” de los últimos años en las playas de San Sebastián nos enseñan su inagotable deseo de experimentar con las formas, los colores y los juegos de luz al aire libre. Una pasión que no cesó en ningún momento hasta que en 1920 una hemiplejia le impide seguir pintando, falleciendo tres años después.

Un artista único cuya producción no deja a nadie indiferente, tanto las obras de gran formato como estas pequeñas joyas con las que podemos asomarnos a su universo más profundo, a su propia mirada.

Imágenes| Museo Sorolla

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