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Pandemias en el Imperio romano

La antigua Roma no estuvo exenta de sufrir graves pandemias a lo largo de su historia

Pintura en la que se recrea un episodio de la peste antonina

La antigua Roma no estuvo exenta de sufrir graves pandemias a lo largo de su historia. Durante el Imperio romano dos mortíferas pestes, seguidas en tiempo, asolaron al mundo romano, dejando entre si un sinfín de muertes, gran desolación y una grave crisis estructural y económica.

Hoy, nuestra sociedad vive inmersa entre la angustia, confusión, miedo, máxima autoprevención, crisis social y económica y hasta el confinamiento, ante la creciente expansión del nuevo Coronavirus, el Covid19; una pandemia global que suponela amenaza más grave a la que se enfrentan los sistemas sanitarios a nivel mundial desde las últimas pandemias registradas, en 1918, con la gripe española, y en 1957, respectivamente.

Efectivamente, desde tiempos históricos y de forma cíclica, ha habido importantes brotes pandémicos que han afectado gravemente a sus sociedades contemporáneas. En concreto,  ya en la antigua Roma, el Imperio fue castigado por algunas de las peores epidemias de las que se tenga conocimiento, tales que llegaron a poner en peligro su propia existencia como civilización.

En el 166 d.C., se vivía en Roma un periodo de júbilo. Tras la capitulación del Imperio parto, los entonces coemperadores Marco Aurelio y Lucio Vero celebraron su triunfo en un gran desfile en la capital junto a numerosos soldados, recién regresados de oriente, después de 5 años de batalla. No en vano, se trataba de la victoria militar más exitosa desde los tiempos de Trajano.

El problema surgió cuando, junto a las legiones, llegó a Roma un invitado no deseado: una peste que en los sucesivos quince años mataría a más de cinco millones de personas. Se trataba de la pestis o plaga Antonina.(el término latino pestis se traduciría por epidemia).

Los historiadores creen que el mayor contagio de la plaga tuvo lugar en 165 d.C, durante el Asedio del ejército romano a la ciudad  de Seleucia del Tigris, en el corazón de Partia (hoy Irak).

La ciudad, bien protegida por unas colosales murallas, resistió al asedio, que resultó largo y tedioso. Esto tuvo terribles consecuencias para las tropas romanas, causando un gran número de bajas, no en combate sino debilitados, fruto de la epidemia mortal. Los propios campamentos fueron caldo de cultivo óptimo para la expansión de la peste.

Al igual que con lo que sucede con la expansión del Coronavirus, la globalización que existía dentro de las fronteras del Imperio facilitó una rápida propagación del virus. La extensa red de carreteras, el intenso comercio entre provincias y sobre todo, las fuerzas militares romanas, ejercieron el papel de transmisores de la enfermedad. En este sentido, hacia 168 d.C., la peste había alcanzado ya toda parte oriental del Imperio. En Occidente, sin embargo, su extensión fue parcial.

Muerte de Marco Aurelio según Eugene Delacroix

Análisis recientes estiman que la plaga Antonina la provocó un foco de viruela o de sarampión, para el que la sociedad romana no estaba preparada a nivel inmunológico, lo que, más allá de una alta mortalidad provocó un gran impacto y psicosis en la sociedad romana.

Afortunadamente contamos con los datos del médico griego Galeno de Pérgamo, testigo directo del brote. Según anotó en uno de sus tratados, la enfermedad se caracterizaba por fiebres, diarrea, inflamación de la faringe y erupciones en la piel, tos violenta y ronca, fetidez del aliento, agotamiento físico, gangrenas parciales, perturbaciones de las facultades intelectuales, delirio y finalmente la muerte, que tenía lugar entre el séptimo y noveno día.

Al igual que hoy, el gobierno romano no solo trató de atender a los enfermos de dicha plaga, sino que tomó una serie de medidas orientadas a frenar la expansión de la enfermedad y paliar las consecuencias negativas que estaba teniendo en la sociedad romana. Entre ellas, destacan la prohibición de ceremonias como enterramientos en el interior de las poblaciones, procesiones para la curación de la peste; la restitución del culto a los dioses, castigando a los cristianos. Además, para tratar de reponer las bajas militares, se incorporaron al ejército esclavos, gladiadores, bandoleros al ejército.

El propio emperador Marco Aurelio, murió en Vindobona (actual Viena) en 180 d.C., durante su larga campaña contra los germanos, víctima de una enfermedad relacionada con dicha peste.

No habían pasado ni 60 años desde el último brote de la Peste Antonina, cuando una nueva epidemia estalló en el Imperio, entre los años 249 y 262 d.C. Se trataba de la peste ciprianaSe la llama así porque gracias al obispo de Cartago, San Cipriano, escritor cristiano que documentó detalles de la peste, se estima que se trató de una nueva epidemia de viruela y gripe. En esta ocasión, la plaga se originó en Egipto y se expandió con rapidez por el norte de África, Grecia y llegando de nuevo hasta Italia.

En el siglo III d.C., el Imperio romano atravesaba una gran inestabilidad política y social, con constantes periodos de carestía y miseria, conflictos bélicos y guerras civiles. Todo ello, contribuyó a que la enfermedad se propagara velozmente y perjudicara gravemente al comercio y economía romana. Según las fuentes, más de 5.000 personas diarias murieron por esta causa en Roma.

De nuevo esta nueva plaga, acabó con la vida de emperadores, como Hostiliano en el 251 d.C., o Claudio II el Gótico en  un rebrote posterior, en 270 d.C. El cristianismo creció exponencialmente, cuando miles de ciudadanos, desesperados, abrazaron esta nueva fe, siguiendo las consignas de oradores callejeros que culpaban a las costumbres romanas, consideradas como pecadoras, de la peste.

Tanto la plaga Antoniana como la Cipriana tuvieron una notoria influencia en cambios estructurales (y psicológicos) que dañaron gradualmente las bases del Imperio romano.

Bibliografía

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Imagen| mutualart.com, 

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