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¿Por qué mentimos? (II)

¿Es lo mismo mentir y engañar?
Lobo con piel de cordero camuflándose en el grupo
En la primera parte de este artículo atendíamos a la articulación del engaño desde una dimensión evolutiva asociada a la emergencia del lenguaje, a su vez relacionado con el tamaño del grupo social de primates no humanos y el desarrollo del neocórtex o cerebro racional; citamos “el lenguaje” como el factor que propicia la mentira específicamente humana. Asimismo interviene la dimensión social: tamaño del grupo, cohesión e interacción; prácticas reproductivas, de supervivencia o liderazgo que entre otras, operan en el desarrollo y evolución de éstas.

No obstante aunque existe la creencia común de que el engaño es un hábito exclusivo de la raza humana, ha quedado más que demostrado y documentado que éste es común en el reino animal y en el mundo natural.

En el interés contemporáneo por el conocimiento y estudio del hombre, no ha quedado exenta la voluntad de descubrir el origen de este hábito que es reproducido por la totalidad del ser humano. Enfoques desde disciplinas como la biología, la teología, la psicología, la sociología, la lingüística o la antropología han contribuido en el descubrimiento de este entramado tan híbrido como cotidiano en su práctica universal.

Continuando en la línea del anterior artículo procederemos a matizar la diferencia entre el engaño y la mentira a propósito del lenguaje como factor del acto de comunicación, comunicación que es reproducida en la sociedad que nos incluye y en la que nos desenvolvemos. Así pues, lo haremos desde una perspectiva que contempla por tanto componentes sociológicos, lingüísticos y antropológicos.

Según la Real Academia Española, mentir significa "decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa", y engañar es "dar a la mentira apariencia de verdad" o "inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras y de obras aparentes o fingidas; Martínez Selva distingue que: "Mientras que la mentira se refiere a si el contenido de un mensaje refleja adecuadamente o no la realidad, el engaño, o la acción de engañar, incluye el concepto clave de intencionalidad o voluntariedad”; M. Catalán afirma en su ensayo Antropología de la Mentira que “mentir es afirmar con palabras aquello que creemos falso con la intención de que nuestro receptor lo crea verdadero”, asimismo cita la distinción que ya Ambrosio de Tréveris hiciera en el s. IV d.C sobre los actos de mentira o engaño con el habla (mendacium) y engaño sin habla (simulatio).

Partiremos por tanto de estas afirmaciones para acotar las deducciones que nos interesan, a saber: la configuración de un proceso comunicativo, que nace de una intencionalidad concreta por parte de un individuo emisor, el cual requiere de al menos un receptor para concluir su finalidad, finalidad que es transmitida mediante un canal comunicativo: la palabra.

Estas afirmaciones sugieren el planteamiento de la razón de esa intencionalidad, qué componentes participan en la elaboración de la mentira, qué prejuicios, temores o beneficios nos conducen a eludir decir la verdad; ¿Intervienen en ella factores culturales o ideologías morales? ¿Hay una maldad congénita en la mentira? ¿Cómo se desarrolla el ser humano con el engaño, la ilusión y el autoengaño, el mito y la utopía, la costumbre, la construcción de imaginarios colectivos o la vida cotidiana? Estos últimos aspectos serían analizados por la sub-rama de la Antropología de la mentira y los iremos desgranando en los siguientes artículos.

La perspectiva antropológica reconoce una estrecha relación del hombre con la verdad, la que una vez reconocida implica en sí una fidelidad. El hombre es fiel a la verdad que el pronuncia para sí mismo y para los demás, pero ante todo en la relación interior consigo mismo. Así la primera mentira del hombre es la que se hace a sí mismo mediante la disimulación o simulación de la verdad debido a un proceso de adaptación lo más cercano posible a la verdad, el cual disocia a la persona en sí misma a través del autoengaño.

Este proceso comienza desde la edad temprana, en la que los humanos tendemos a destacar nuestros atributos juzgados como positivos, al tiempo que intentamos disfrazar los considerados negativos, actitud que probablemente viene determinada por satisfacer la necesidad de protección, cariño o apego; circunstancias que apremian el esfuerzo intelectual del sujeto para relacionarse con el mundo que le rodea.

A medida de crecemos, estos hábitos son reforzados para crear una proyección de nosotros mismos que no incurra en el rechazo desde la otredad, a través de estrategias elaboradas que oscilan desde el camuflaje del orgullo, la falsa humildad o la autocrítica.

La mentira resulta siempre más compleja que la misma verdad, pues para concebirla se necesita de cierto desarrollo cognitivo”, (M. Catalán). La mentira transgrede el significado propio de la palabra como signo. 

El lenguaje tiene como finalidad ser vehículo del pensamiento y la mentira interfiere en esta finalidad, expropiando al lenguaje de su propia e intrínseca función de signo, la palabra deja de servir a la verdad en pro del interés propio. La palabra como generador de confianza mutua y creadora de relaciones humanas es extorsionada funcionalmente por la mentira pues vulnera el prestigio de esta en sí misma, alterando e induciendo erróneamente la percepción del destinatario. La mentira abusa de la confianza, aleja a las personas y destruye la configuración de la que procede la sociedad, el encuentro libre de personas que se comunican.

La mentira, además adquiere una dimensión colectiva y pública, que en nuestro tiempo se va ampliando en proporción directa a la intensificación y extensión de las comunicaciones sociales. Esta dimensión está fundamentalmente ligada al ejercicio y a la incidencia del poder en todas sus formas. Por sí misma, la comunicación se ejerce como servicio a la verdad y en beneficio de la sociedad, pero es real la tentación de centrarse en sí mismo, articulando una visión interesada, y por lo mismo adulterada, de la verdad.

Autora| Marga de Tena

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