Mitra y el cristianismo: ¿copia o meras semejanzas?

El culto a Mitra y el cristianismo Imagen meramente ilustrativa. En los recovecos de la historia, se entrelazan mitos y creencias que han de...

El siglo XVIII como el siglo del mar (I): exploraciones y estudios para definir el mundo

Los europeos fuera de Europa

Recreación artística de naves mercantes
En el siglo XVIII las luchas entre los estados europeos se intensifican en un nuevo ámbito. Las tablas a las que se llega en el terreno militar se intentan romper en las colonias y en el mar; la navegación, la construcción, la ingeniería y toda actividad naval en general experimentan un auge que responde al nuevo papel del medio. El Tratado de Utrech -1713- muestra esta tendencia: a la política expansionista se suma el interés por el mar. Poseer una fuerte flota se convierte en la ambición de los estados, para así lograr o mantener su hegemonía.

Cinco estados son las grandes potencias navales: Francia y España -las más ricas-, Gran Bretaña -la más beneficiada por Utrech- y Portugal y Holanda -que cuentan con territorios de importancia económica y estratégica-. Además aparecen dos nuevos actores en el teatro internacional: Rusia y los Estados Unidos. Los rusos irrumpen en el Mediterráneo oriental, arrebatando territorios al Imperio Otomano y en el Báltico, entrando en disputa con Dinamarca, Suecia y Polonia. Tras su independencia los Estados Unidos aparecen como el primer estado americano; su política consiste en organizarse y expandirse territorialmente pero no en base a la guerra, sino comprando a los estados europeos los territorios.

En el siglo anterior estadistas como Richelieu y Olivares intentan dar forma a esta visión sobre el mar, por entonces aún poco dibujada. Ya en 1760 el primer ministro francés Choiseul opina que «en el estado actual de Europa son las colonias, el comercio y, en consecuencia, el poder naval, lo que determina el equilibrio de fuerza en el continente»; así se observa como el dominio del mar se considera una pieza clave para el dominio mundial. Napoleón Bonaparte lo tiene muy claro: «Sólo hay que ser dueño del mar seis horas para que Inglaterra deje de existir», aunque entona el mea culpa al reconocer que el estado cuantitativo y cualitativo de la flota francesa está muy lejos del de la británica, un estado con un pequeño ejército -tan sólo 80.000 hombres- pero con una flota de guerra de 174 navíos.

De esta época no sólo destacan militares cómo Nelson o John Paul Jones; junto a estos surgen nombres como James Cook y Alexander von Humboldt: investigadores, científicos e ilustrados que se lanzan a explorar mares y tierras, aportando su legado a la humanidad. En el siglo XVIII la expansión marítima europea es extraordinaria: los progresos técnicos de la segunda mitad del siglo hacen más fácil la navegación, con lo que las exploraciones son menos arriesgadas. Aún y así estas aportaciones a la ciencia no son fáciles: las travesías se caracterizan por las malas condiciones de comodidad e higiene; el hambre, la sed y las enfermedades están a la orden del día y no hay que menospreciar los desordenes síquicos. A pesar del peligro especialistas en botánica, zoología, cartografía y otras ramas de la ciencia participan en estas travesías, sustituyendo a los navegantes de siglos anteriores, casi en su mayoría militares.

Los estados ponen una lógica práctica a los descubrimientos de los exploradores: se necesita conocer lo desconocido para establecer allí, si no colonias, puntos en los que fondear y recibir suministros, resguardo del mal tiempo y protección contra los piratas. Además se ha de tener en cuenta el factor geoestratégico: estrechos, islas y demás accidentes geográficos mediante los que se quiere controlar las rutas marítimas. Por esto que financien, ya sea de manera directa o indirecta y con mayor o menor generosidad, las expediciones; en ocasiones obligan a los exploradores a seguir instrucciones secretas.

Aunque el interés estatal está bien claro, los exploradores se declaran neutrales en sus investigaciones: «nunca izaré mi pabellón; aunque sea buen francés, en esta campaña soy un cosmopolita ajeno a la política»; para ellos la rivalidad cobra forma de competición intelectual.

Navegación y viaje

Los viajes marítimos por el Nuevo Mundo son una novedad que conlleva, en el plano íntimo de cada persona, dos consecuencias: una objetiva -el viaje en sí- y una de subjetiva -lo que se desprende de este y que afecta al individuo-. Tengamos presente que, por ejemplo, la travesía entre Europa y América supone tres meses lejos de tierra, salvo alguna esporádica escala.

En el plano objetivo debe entenderse al vasto e inconcebible espacio marítimo que los europeos descubren: no es el conocido Mediterráneo, ni viajes por el litoral africano, sino una realidad desconocida en la que aventurarse sin ninguna garantía. La travesía del océano presenta una dualidad: junto a los peligros -ataques de piratas y naufragios- está el simple y puro aburrimiento, forzado por las condiciones en las que se navega pues en un espacio muy reducido conviven tripulación y pasajeros. La vida cotidiana se desarrolla en la cubierta del barco, atestada por los equipajes, los bultos propios de la nave y los animales que se trasportan. De noche sólo los pasajeros ricos pueden disfrutar del sueño al alquilar camarotes que les proporcionan comodidad e intimidad. El dinero afecta también a la alimentación de a bordo: sólo puede considerarse como tal para los pasajeros importantes y los oficiales. Los demás pasajeros y marineros siguen una dieta monótona y escasa: cereales, legumbres, bizcocho y pescado y carne salados o ahumados; las frutas y verduras son un lujo y su falta puede provocar la aparición de enfermedades como el escorbuto. Otro lujo es el agua, que se vende a un elevado precio.

El aburrimiento y las malas condiciones hacen que pasajeros y marineros amenicen la travesía para paliar un tanto su situación, desarrollándose diversas actividades aunque se reproducen los esquemas sociales que hay en tierra. La actividad social toma cuerpo en el juego -cartas o dados- y en la lectura. Esta última es una actividad colectiva en donde quienes saben leen y el resto escucha y que abarca distintos tipos de obras: textos religiosos, novelas de caballería, picarescas o pastoriles, romances y poesía. Otra actividad social es la religión: todo el pasaje y la tripulación debe asistir a las oraciones matinales y nocturnas. Otro aspecto a destacar es la disciplina: el robo, las apuestas, las peleas y la sexualidad son motivo de severos castigos; también aquí el dinero y la posición social comportan el alivio ante los delitos.

La consecuencia subjetiva de la travesía afecta a todo europeo, especialmente al colono y al marino. El concepto del mundo se destruye de golpe para moldearse en pocas décadas: la idea del globo terrestre como una Isla de Tierra se transforma en la idea del mundo como una Isla de Océano, una gran masa de agua que aglutina dos tercios del globo terráqueo; un océano separa a Europa de América y otro océano a esta de Asia y hasta el siglo XVIII un continente permanece oculto en medio de un nuevo océano, lo que pone punto final a las teorías -convertidas en certezas por la mentalidad europea- adoptadas de Ptolomeo, Marco Polo y Colón. La literatura crea mundos ficticios pero nunca señala la inmensidad del mar: este se considera como un medio para alcanzar las nuevas tierras, no una entidad que por sí sola pueda influir tanto en el humano.

Así pues navegantes y pasajeros se ven sobrepasados por la soledad que el mar les hace sentir. Las distancias se vuelven enormes y afectan a los colonos, que se sienten aislados de la civilización. La conciencia de soledad hace que el individuo se vea como un ser insignificante ante el gran océano y el desarraigo personal diluye las ideas de patria, nación y estado y que el hombre de mar adquiera cierto punto cosmopolita.

Conocer realidades distintas en cada viaje y estar lejos del hogar termina por cambiar la mentalidad del individuo. Para aquél que vive en el mar la tierra ya no le aporta nada. El mundo del navegante se reduce al mar. Al marinero poco le importan las cuestiones políticas al respecto de la titularidad estatal de las aguas. Para él el mar es la libertad, el espacio en donde ha encontrado un nuevo hogar; esa es la mentalidad que adoptaran los piratas; en torno a esta concepción del mar giran sus ideales y valores.

Imagen| Wikimedia

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