¿Qué relación tenían los romanos con la muerte?

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El experimento de clavar un muerto en una cruz

El equipo de Carpue no tardó mucho en quitarle al muerto la soga del cuello y despellejarlo después para que la vista de los músculos fuese lo más clara posible

El cadáver de Legg fue colgado de una cruz antes del rigor mortis
Que todo depende de los ojos con los que se mire es un secreto a voces. No es lo mismo un historiador leyendo la Biblia que un devoto cristiano, y tampoco ve igual un editor que un tipógrafo, por ejemplo. Es cuestión de puntos de vista y de inclinaciones mentales, lo mismo que notar la sapiencia de la evolución en caso de caminar por las mismas sendas.

Esa variabilidad en cuanto a consideraciones personales es lo que llevó a dos pintores y a un anatomista a cuestionarse la forma en la que se había venido dibujando a Cristo clavado en la cruz, siempre desde el parecer de quien estudia la estructura del cuerpo humano. Aunque la crucifixión pictórica fue desalmidonándose con los años, Thomas Banks, el anatomista, y los pintores Benjamin West y Richard Cosway, seguían considerando que el común de las pinturas erraba respecto a la realidad. Y se pusieron manos a la obra.

¿Y si experimentamos por nosotros mismos?

Por almas inquietas y por la curiosidad que da el ver las cosas desde el iris propio, con el 1801 dando sus últimos coletazos, los tres hombres se dispusieron a encontrar la pata que le faltaba al asiento de sus teorías. El elegido fue uno de los cirujanos que comenzaba a practicar el cambio estético en el Londres del siglo XIX, Joseph Constantine Carpue, del que, según Ian Crofton, «muchos creían que estaba asociado con los ladrones de cadáveres». El objetivo de formar equipo con este no nacía de una inquietud conjunta por aprender magistralmente cómo se vería una persona colgando de una cruz, sino que los tres hombres pretendían que Carpue les proveyese del cuerpo mismo.

Y el aprovisionamiento de carnes y huesos llegó a comienzos de noviembre gracias a una trifulca en la residencia en la que trabajaba Carpue, un ajuste de cuentas entre dos abuelos que terminó enviando a la horca al asesino del otro:

«Le di una pistola para que saliese a la calle y luchase contra mí como un hombre», relataba uno de los numerosos testigos del juicio. Pero Lamb, que así se llamaba el muerto, se negó, y por eso encontró la muerte.

El segundo de los moldes de Carpue se conserva en la Royal Academy of Arts de Londres
El resultado, en moldes de yeso

Ya tenían el cuerpo, así es que no tardaron en quitarle la soga del cuello, estando aún caliente, colgarlo en una cruz suspendida del aire a modo de salvador de la humanidad, y despellejarlo después para que la vista de los músculos fuese lo más clara posible. Una vez que el cadáver entró en rigor mortis, se hicieron un par de moldes del cuerpo para determinar cuál sería la posición real con la que Jesucristo —o quien quiera que fuese— habría dejado de respirar:

«A building was erected near the place of the execution; a cross provided. The subject was nailed on the cross; the cross suspended… The body, being warm, fell into the position that a dead body must fall into».

La segunda de las hormas que se hizo aquel día es la «representación anatómica más precisa» en la que se muestra cómo se sitúan los músculos de una persona que es crucificada. Todo en beneficio del arte. Por curiosidad hay que decir que el segundo molde está, a día de hoy, expuesto en el estrellato de la Royal Academy de Londres.

Tras las mediciones, y sin tener en cuenta que el resultado final estaría muy relacionado con el peso, por ejemplo, del crucificado, Carpue y su flamante equipo de empíricos contaron 94 grados y medio como ángulo final.

Bibliografía

CRONFTON, I., Historia de la ciencia sin los trozos aburridos. Barcelona, Ariel, 2011.

Vía| Old Bailey, The Guardian, RA, ver bibliografía
Imagen| Morbid anatony, RA

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