¿Qué relación tenían los romanos con la muerte?

El vínculo inquebrantable: muerte y sociedad en la antigua Roma Imagen meramente ilustrativa. La muerte en la antigua Roma, más que un mero ...

Una casa encantada y la muerte (telepática) de Alfonso XII

Son estos un par de ejemplos de Lo Maravilloso, la revista que en el siglo XX se definía ‘de psicología y dinamismo inexplicados’

Lo Maravilloso fue una revista que se dedicaba al mundo de la parapsicología
Los rumores sobre el encantamiento de una pintoresca granja de Pleyber-Christ, en la Bretaña francesa, atrajeron en 1909 al equipo de Lo Maravilloso, una revista que por aquel entonces se dedicaba a compilar toda clase de sucesos fabulosamente paranormales.

La publicación ansiaba así acortar distancias con la sobrenaturalidad, es decir, quería redondear con ciencia ese universo poco convencional hacia el que estaba poderosamente atraída. Por eso se afanaba en difundir con total normalidad aquello que en su definición no tenía ninguna regla lógica. Esto se puede ilustrar, por ejemplo, con la idea de crear «un centro de comunicaciones con el otro mundo», eso sí, diseñado por Julia, la difunta amiga del reportero de Review of Reviews «con la que éste asegura estar en comunicación mediante la escritura automática».

La casa encantada

Peyber-Christ tiene ahora mucho de guión kingesco. En realidad, Lo Maravilloso en sí es un gran serial de epopeyas de andar por casa que incluye entre sus páginas breves biografías de médiums y toda una suerte de casos particulares —en todos los sentidos— como este par que aquí se trata.

La confianza ciega que los redactores parecían depositar en todos los sucesos que recogían desembocaba en un rigor periodístico tan personalizado como un sueño en arrebol. Tanto es así que fueron las labores de investigación lo que llevaron a Lo Maravilloso hasta la Bretaña francesa para comenzar el proceso de gestación de su tercer número impreso. Entonces se preguntaban si acaso serían brujas o espíritus errantes lo que volvía la cabeza loca a la familia de Ollivier Quémener, el sexagenario arrendatario de la granja de Peyber-Christ.

El hombre oía ruidos. De noche, cuando todos los gatos son pardos y pardos también los que no pululan a cuatro patas. El concierto fantasmal de Payber-Christ venía componiendo partituras desde hacía diez años tal que así:
«Tan pronto parece como si descorriesen la llave del armario, como que se abre, y una mano invisible bate sus puertas con un ruido espantoso».
En aquella granja no había quien pegase ojo. La explotación era el perfecto estimulante para irritar a Morfeo. Así, además de no permitir que el ceceo del roncar sobrevolase los lechos de la familia de Quémener, los espíritus de la granja bretona conducían por la casa descuidando la seriedad con alevosía. En este sentido, Lo Maravilloso recoge la batalla de la familia de Payber-Christ: lanzaban zuecos contra la orquesta de percusión que preparaban los espectros cada día, levantaban los brazos a ciegas para ver qué o quién hacía esos ruidos e intentaban prender después la vela para asegurar sus razonamientos. Pero no había manera:
«Cuando buscaba las cerillas notaba que habían desaparecido. El espíritu me las había quitado y él ruido empezaba de nuevo».
Al final, la fuerza de la costumbre apaciguó la convivencia entre todos —o todo— los que vivían en la pintoresca granja de la Bretaña francesa.

Y llega la muerte del rey

Lo Maravilloso también se zambulló en aguas regias allá por abril de 1909. Por notoriedad, cabe destacar la predicción telepática y moribunda que uno de sus generales hizo de la muerte de Alfonso XII.

El Duque de la Torre se moría mientras su mujer preparaba las exequias. Era general del rey y, como tal, debía descansar en una iglesia. Sin embargo, en El Pardo, Alfonso XII se negó. Honores, sí, pero nada más.

Con la guadaña custodiando bien de cerca las espaldas del general, una mañana cualquiera de aquel camino que llevaba hacia el remate de su vida, el duque de la Torre, según cuenta su mujer, se puso más recto que una vela y exclamó: «¡Pronto, que un oficial de servicio monte á caballo y corra á El Pardo: el Rey ha muerto!». Entonces cayó sin fuerzas contra el sillón en el que la morfina descargaba sus dolores. Pero el desvanecimiento duró poco y, de vueltas con la telepatía, arrancó de nuevo su cuerpo del asiento y voceó: «Mi espada y mi uniforme: el Rey ha muerto».

Y, en Madrid, Alfonso XII moría aquella misma noche. Eso sí no tiene nada de particular. La muerte, muerte es.

La narración que Lo Maravilloso hace del asunto es casi épica. Respecto al suceso, la publicación lo considera verdadero y se pregunta si «fue el mismo Rey quien avisó a Serrano». Sin duda alguna en ese afán por poner los cimientos de lo ilógico sobre el prestigio que concede un buen esqueleto racional, que, a la vista, las cosas son menos peligrosas.

Son estos un par de ejemplos de la revista que en el siglo XX se definía «de psicología y dinamismo inexplicados». Solo dos a los que podríamos añadir, por ejemplo, el de la hija telepática de un magistrado italiano, la sesión de espiritismo del doctor McFarlend o el caso de Emil Knudsen, el hombre que pilotaba barcos con los ojos cerrados. Todo un mundo dentro del que se levanta a ojo visto.

Vía| Lo Maravilloso. Revista de Psicología y dinamismo inexplicados. Madrid, 1909.

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