Las colleras de galeotes: el camino hacia el infierno

La condena a galeras sólo se contabilizaba oficialmente a partir del asiento del nuevo forzado en el libro de galeras

Cadena de galeotes

La condena a galeras sólo se contabilizaba oficialmente a partir del asiento del nuevo forzado en el libro de galeras. Si bien, en la práctica comenzaba realmente mucho tiempo antes. Los futuros forzados debían aguardar encerrados en calabozos hasta obtener sentencia condenatoria y, en caso de apelar -lo que era muy habitual- esperar la sentencia de revista. Una vez agotadas todas las posibilidades, los reos, si es que no lograban evadirse durante su estancia en la cárcel, debían ser dispuestos para formar parte de las llamadas cuerdas, cadenas o colleras con destino a Cartagena u otro puerto donde se hallasen las galeras.

Agotadas todas las posibilidades de eludir su destino al remo, el rematado a galeras era encaminado hacia ellas. Empezaba entonces un periplo accidentado y peligroso, ya que debido ala mala organización y al peor tratamiento de que eran objeto los galeotes durante el trayecto, no era extraño que las colleras se vieran mermadas a la llegada a puerto. Una caótica situación que había sido especialmente grave a lo largo del siglo XVI, ya que hasta la centuria siguiente no se permitió montar a los condenados en carros en caso de ser abrupto el terreno o hacía mal tiempo. Posteriormente, se suprimieron los envíos durante la estación invernal, si bien, la situación de los galeotes nunca dejó de ser crítica, ya que la lentitud con que se desarrollaba la operación favorecía los hacinamientos en las cajas de forzados en espera de ser recogidos.

De las pésimas condiciones en que se desarrollaron este tipo de operaciones, basta reseñar la denuncia que las autoridades granadinas hicieron ante el Consejo de Castilla, por el mal trato que sufrieron las víctimas de las levas de 1639, para nutrir de soldados a los ejércitos españoles: “los llevan con cadenas y esposas y aherrojados como galeotes y, en los lugares donde llegan los almacenan en los mesones y corrales (…), a donde ya con tan malos tratamientos llegan vencidos y enfermos y, con el poco y mal sustento que les dan y estar tanta gente junta se van agravando en sus enfermedades gravemente, ayudándoles a esto su misma pena y desdicha, de suerte que mueren los más y sacan los cuerpos muertos a docenas, y de veinte en veinte”.

A pesar de estas llamadas de atención, las mejoras en el transporte de los galeotes no se empezaron a apreciar hasta la primera mitad del siglo XVIII, aunque el sistema no fue totalmente reorganizado hasta la segunda mitad de la centuria, una vez que la pena de galeras fue abolida.Desde entonces, los condenados se encaminaron principalmente hacia los arsenales navales y los presidios norteafricanos.

Las colleras, al objeto de evitar demoras debían organizarse de la forma más precisa posible. La puesta en marcha se iniciaba tras la recepción de los diferentes avisos dando cuenta del número de reos existentes en cada caja, cuando la cantidad de galeotes a recoger se consideraba suficiente, se convenía con el comisario o conductor de colleras el transporte y la ruta a seguir hasta el destino estipulado. La marcha se emprendía con la llegada del responsable de la conducción y la concentración de los reos en la calle o en el patio de la prisión para ser encadenados. La operación consistía en la colocación a cada uno de los galeotes de un ancho collar de hierro (de ahí la denominación de collera), en cuyo centro se disponía una argolla por la que pasaba a su vez una gruesa cadena. De esta forma quedaban todos los galeotes ensartados entre sí formando una sola fila. El peso de los hierros y la escasa movilidad a que quedaban reducidos no fueron sin embargo sus únicas causas de preocupación y sufrimiento, ya que las dilatadas distancias a pie y las escasas raciones alimenticias que recibieron, hicieron aún más penoso su traslado, socavando incluso los cuerpos más fuertes y robustos.

 La duración del trayecto de las colleras dependía de diferentes circunstancias. Entre otras, la distancia entre la caja de origen y el puerto de embarque, las condiciones climáticas, la infraestructura de alojamientos, la existencia de transporte por medio de carros y los suministros alimenticios. Los conductores, en el intento de reducir costes, procuraron siempre acortar en lo posible las distancias y los tiempos, en claro perjuicio de las condiciones físicas de los galeotes. La ruta por la que debía discurrir la collera comenzó a ser diseñada con ocasión de la pragmática de 1557, donde se fijaron los puntos de destino en función de los de origen, aunque hasta la primera mitad del siglo XVIII, no se acabó de configurar completamente las rutas a seguir.

Durante el camino, a pesar de tan estrictas medidas de seguridad, se podían producir pequeños motines e intentonas de fuga, unas veces sobornando a los mismos guardianes o bien con apoyo exterior, no necesariamente por algún Quijote.

Vía| MARTÍNEZ MATÍNEZ, Manuel. Los forzados de Marina en la España del siglo XVIII (1700-1765)

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