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El fuego que arrasó la ciudad eterna Imagen meramente ilustrativa. En el año 64 d.C., Roma sufrió uno de los peores desastres de su historia...

Pompeyo contra César: la guerra civil que marcó un giro en la historia de Roma

El conflicto que acabó con la República

Imagen meramente ilustrativa.

La historia de Roma está marcada por numerosas guerras civiles, pero ninguna tuvo tanta trascendencia como la que enfrentó a dos de sus más ilustres generales: Pompeyo y César. Esta guerra civil, que se libró entre el 49 y el 45 a. C., supuso el fin de la República romana y el inicio de una nueva etapa política dominada por el poder personal de César y sus sucesores.

Pero, ¿qué motivó este enfrentamiento? ¿Qué consecuencias tuvo para Roma y el mundo antiguo? ¿Qué papel jugaron los aliados y los enemigos de ambos contendientes? En este artículo vamos a responder a estas y otras preguntas, analizando las causas, el desarrollo y el desenlace de esta guerra civil que cambió el destino de Roma.


Las causas: ambición, rivalidad y crisis política

La guerra civil entre Pompeyo y César fue el resultado de una compleja situación política, social y económica que se venía gestando desde hacía décadas en Roma. La expansión territorial de la República, que había convertido a Roma en la dueña del Mediterráneo, había traído consigo grandes beneficios, pero también graves problemas. Entre ellos, la desigualdad entre las clases sociales, la corrupción de los magistrados, la inestabilidad de las provincias, la presión de los pueblos sometidos y la rivalidad entre las facciones políticas.

En este contexto, surgieron dos líderes que destacaron por sus méritos militares y su popularidad entre el pueblo: Pompeyo y César. Pompeyo era el mayor de los dos, nacido en el 106 a. C., y había participado en las guerras contra los aliados italianos, contra Sila, contra los piratas, contra Mitrídates y contra los partos. César era diez años menor, nacido en el 100 a. C., y había combatido en Hispania, en las Galias y en Britania. Ambos eran miembros de la nobleza, pero tenían diferentes afinidades políticas. Pompeyo era considerado el líder de los optimates, la facción conservadora que defendía los intereses del Senado y de la aristocracia. César era el líder de los populares, la facción reformista que buscaba el apoyo de las asambleas populares y de las clases bajas.

A pesar de sus diferencias, Pompeyo y César se aliaron en el año 60 a. C., junto con otro rico y poderoso general, Craso, formando el primer triunvirato. Este acuerdo secreto tenía como objetivo repartirse el poder y los cargos en Roma y en las provincias, y contrarrestar la oposición del Senado y de sus enemigos políticos, entre los que destacaba Catón el Joven. El triunvirato funcionó durante unos años, gracias a las concesiones mutuas y al equilibrio entre sus miembros. Pompeyo se quedó en Roma, ejerciendo su influencia política y disfrutando de sus honores. César se marchó a las Galias, donde inició una exitosa campaña de conquista y exploración. Craso se fue a Oriente, donde pretendía emular las hazañas de Alejandro Magno.

Sin embargo, el triunvirato se rompió por varios motivos. En primer lugar, por la muerte de Craso en la batalla de Carras, en el año 53 a. C., lo que dejó a Pompeyo y a César como los únicos rivales por el poder. En segundo lugar, por la muerte de Julia, la hija de César y esposa de Pompeyo, en el año 54 a. C., lo que rompió el vínculo familiar que los unía. En tercer lugar, por la creciente ambición y popularidad de César, que alarmó a Pompeyo y a sus partidarios, que temían que César quisiera convertirse en rey o en dictador. En cuarto lugar, por la crisis política que se desató en Roma, donde los tribunos de la plebe, partidarios de César, fueron expulsados por el Senado, dominado por Pompeyo y sus aliados.


El desarrollo: una guerra en tres continentes

Ante esta situación, el Senado, presionado por Pompeyo, ordenó a César que abandonara el mando de las Galias y regresara a Roma sin sus tropas, para ser juzgado por sus actos. César se negó a obedecer y, en enero del año 49 a. C., cruzó el río Rubicón, que marcaba el límite de su provincia, con una de sus legiones, pronunciando la famosa frase "alea iacta est" (la suerte está echada). Con este gesto, César iniciaba una guerra civil contra el Senado y contra Pompeyo.

La guerra se desarrolló en tres continentes: Europa, África y Asia. César avanzó rápidamente por Italia, obligando a Pompeyo y al Senado a huir hacia Grecia, donde contaban con el apoyo de las provincias orientales y de algunos reyes aliados, como el de Numidia o el de Egipto. César los persiguió, pero antes tuvo que hacer frente a la resistencia de algunas ciudades, como Massilia (Marsella), y a la rebelión de algunas tribus, como los celtíberos o los lusitanos. También tuvo que enviar a uno de sus lugartenientes, Curión, a África, donde fue derrotado y muerto por el rey Juba de Numidia y por el gobernador romano Varo.

El enfrentamiento decisivo entre Pompeyo y César tuvo lugar en Farsalia, en Grecia, el 9 de agosto del año 48 a. C. A pesar de que Pompeyo tenía el doble de soldados que César, este logró una victoria aplastante, gracias a su mejor estrategia y a la mayor experiencia y disciplina de sus tropas. Pompeyo huyó a Egipto, donde esperaba encontrar refugio, pero fue asesinado por orden del joven rey Ptolomeo XIII, que quería congraciarse con César. César llegó a Egipto poco después y se involucró en la guerra civil que enfrentaba a Ptolomeo con su hermana y esposa, Cleopatra. César se enamoró de Cleopatra y la ayudó a derrotar a su hermano en la batalla del Nilo, en el año 47 a. C.

César no pudo disfrutar mucho de su romance con Cleopatra, pues tuvo que seguir combatiendo a los restos del ejército de Pompeyo, que se habían reagrupado en Asia y en África. En Asia, César derrotó al rey Farnaces del Ponto, hijo de Mitrídates, en la batalla de Zela, en el año 47 a. C., donde pronunció otra frase célebre: veni, vidi, vici (vine, vi, vencí). En África, César se enfrentó a los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, y a sus aliados, entre los que se encontraban Catón, Metelo Escipión y el rey Juba. La batalla decisiva fue la de Tapso, en el año 46 a. C., donde César volvió a imponerse con claridad. Catón se suicidó en Utica, Escipión y Juba hicieron lo mismo en Zama, y los hijos de Pompeyo escaparon a Hispania.

César regresó triunfalmente a Roma, donde celebró cuatro espectaculares triunfos, uno por cada territorio conquistado: Galia, Egipto, Asia y África. El Senado le concedió numerosos honores y poderes, entre ellos el de dictador perpetuo. César inició una serie de reformas políticas, sociales y económicas, con el fin de restaurar el orden y la prosperidad en Roma y en las provincias. Sin embargo, también se granjeó muchos enemigos, que lo acusaban de querer acabar con la República y de aspirar a la monarquía. Entre ellos se encontraban algunos de sus antiguos partidarios, como Bruto y Casio, que conspiraron para asesinarlo.


El desenlace: la victoria de César y su asesinato

La última batalla de la guerra civil entre Pompeyo y César tuvo lugar en Hispania, donde los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, habían reunido un nuevo ejército con el apoyo de algunas tribus locales. César los persiguió hasta la ciudad de Munda, donde se libró el combate decisivo el 17 de marzo del año 45 a. C. A pesar de la superioridad numérica de los pompeyanos, César logró una victoria definitiva, aunque muy costosa en bajas. Cneo Pompeyo fue capturado y ejecutado, y Sexto Pompeyo logró escapar y continuar la resistencia en Sicilia.

Con esta batalla, César puso fin a la guerra civil y se convirtió en el amo indiscutible de Roma. Regresó a la capital, donde fue aclamado por el pueblo y por sus soldados. El Senado le otorgó el título de padre de la patria y le concedió poderes extraordinarios, como el de censor, tribuno y pontífice máximo. César inició un ambicioso programa de reformas, que abarcaban desde la reorganización administrativa de las provincias, hasta la concesión de la ciudadanía romana a muchos pueblos sometidos, pasando por la construcción de obras públicas, la regulación del calendario, la redistribución de tierras y la ampliación del Senado.

Sin embargo, no todos estaban contentos con el dominio de César. Algunos senadores, tanto de la facción conservadora como de la reformista, veían en César una amenaza para la República y para sus propios intereses. Temían que César quisiera restaurar la monarquía, abolir el Senado o nombrar a un sucesor. Estos senadores, encabezados por Bruto y Casio, organizaron una conspiración para asesinar a César. Aprovecharon que César iba a asistir a una sesión del Senado el 15 de marzo del año 44 a. C., el día de los idus de marzo, para asestarle 23 puñaladas en el interior del teatro de Pompeyo. César murió en el acto, pronunciando, según la tradición, sus últimas palabras: "¿Tú también, hijo mío?".

El asesinato de César no tuvo el efecto esperado por los conspiradores. Lejos de restaurar la República, provocó una nueva guerra civil, que enfrentó a los asesinos de César, liderados por Bruto y Casio, contra los herederos de César, liderados por Marco Antonio y Octavio, el sobrino-nieto y adoptado de César. Esta guerra civil, que duró hasta el año 31 a. C., acabó con la victoria de Octavio, que se convirtió en el primer emperador de Roma con el nombre de Augusto, dando inicio al Imperio romano.

Así pues, la guerra civil entre Pompeyo y César fue un acontecimiento crucial en la historia de Roma, que marcó el fin de la República y el inicio de una nueva forma de gobierno basada en el poder personal de un solo hombre. Esta guerra civil también tuvo repercusiones en el mundo antiguo, pues afectó a las relaciones entre Roma y sus aliados y enemigos, y cambió el destino de muchos pueblos y regiones. La guerra civil entre Pompeyo y César fue, sin duda, una de las guerras más importantes y trascendentales de la antigüedad.

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