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El chamanismo y las alucinaciones pudieron generar el arte rupestre.

David Lewis-Williams defiende esta tesis en 'La mente en la caverna', un libro que combina antropología y neurología.

A Marcelino Sanz de Sautuola, descubridor de las cuevas de Altamira en 1879, le acusaron de ingenuo y defraudador. «Murió amargado y descalificado», dice el antropólogo David Lewis-Williams en 'La mente en la caverna' (Akal). Las pinturas rupestres cántabras causaban rechazo. Demostraban que, hace 40.000 años, unos hombres hacían arte; y desautorizaban a quienes sólo utilizaban los fósiles como confirmación del diluvio bíblico. Pero las pinturas prehistóricas halladas en el sur de Francia por Émile Rivière, en 1899, y por Louis Capitan y el abate Henry Breuil, en 1901, evidenciaron de manera aplastante la existencia del arte rupestre. Y Émile Cartailhac, uno de los mayores detractores del descubridor de Altamira, escribió su famoso 'Mea culpa de un escéptico': «Debo inclinarme ante la verdad y hacer justicia al señor Sautuola».

El 'Homo sapiens' llegó a Europa, procedente de África, hace unos 40.000 años; poco después creó el arte parietal. Pero quedan interrogantes: ¿Por qué pintaban en el interior de cuevas oscuras? ¿Para qué salpicaban de imágenes la gruta? ¿Para qué cubrían la roca con huellas de manos? Nunca sabremos todas las respuestas, confiesa Lewis. El arte del Paleolítico Superior, entre hace 40.000 y 10.000 años, es diverso. Hay grutas con entradas grandes y pequeñas. Bisontes acurrucados que pueden estar en celo, durmiendo o pariendo. Pero la imagen siempre interconexiona con la piedra. En la Cola de Caballo de Altamira, las máscaras pintadas en la protuberancia de la roca asoman de la pared y miran al visitante.

El caso es que unos lo consideran puramente decorativo. Otros lo vinculan a ritos mágicos de caza: se pinta a los animales para derrotarlos. Para la investigadora Annette Laming-Emperaire (1917-1978), los caballos simbolizan la femineidad; los bisontes, la masculinidad. El antropólogo y etnógrafo André Leroi-Gourhan (1911-1986) va más alla: lo femenino está en el centro de las cuevas, lo masculino en toda la caverna, y los animales peligrosos en el fondo. El 'Homo sapiens' poseía refinados utensilios de piedra, realizaba pinturas y entierros elaborados y empleaba un lenguaje moderno.

¿Fue un hombre superdotado quien representó bidimensionalmente una figura de tres dimensiones? ¿Lo hizo un solo individuo o varios de manera salpicada? Son algunas de las preguntas que se hace Lewis-Williams. Y responde: «La conciencia de nivel superior se desarrolló neurológicamente en África, antes de la segunda oleada de emigración a Oriente Medio y Europa». El 'Homo sapiens' no inventó las imágenes bidimensionales; vivía envuelto en ellas porque eran producto de su sistema nervioso en estado alterado de conciencia. Por eso, para estudiar este arte, concluye, es necesario combinar antropología con neurología.

«La entrada a las cuevas era indistinguible del vértice mental que lleva a las alucinaciones y al trance profundo», mantiene el autor de 'La mente en la caverna'. «La roca era una membrana entre las personas y el mundo de los espíritus». A través de las drogas, la privación sensorial y patologías como la epilepsia podían alcanzar un estado de alteración mental. «Entonces todos los sentidos alucinan y las visiones causan un efecto abrumador». Un proceso que encaja con la progresión alucinatoria propuesta por el psiquiatra Ronald Siegel: luces de nieve, formas geométricas y sensaciones táctiles.
No volverá a ser el mismo.

Las cuevas no las utilizaban individuos aislados, sino comunidades con unas ideas compartidas de lo que las grutas representaban y el comportamiento adecuado en ellas. «No pintaban cualquier cosa que les apetecía». Caballos, bisontes, ciervos y uros eran los motivos más frecuentes; les seguían el íbice, el mamut, los megaceros y el reno; y los más infrecuentes eran los 'hombres heridos', de cuyos cuerpos salían varias lineas. Leroi-Gourhan prefiere hablar de 'hombres vencidos', y los prehistoriadores Jean Clottes y Jean Courtin los llaman 'hombres matados'. También dejaban impresas las manos, de manera individual, como el 'Juan estuvo aquí' de los turistas. Las dibujaban en positivo, tamponando la pintura con la mano en la roca; y en negativo, apoyando la palma en la piedra y soplando la pintura por encima.

El chamanismo y las visiones de un peculiar reino de los espíritus pudo generar el arte rupestre, sostiene Lewis-Williams. «Podemos contener la respiración al entrar en la Sala de los Toros (Lascaux) sin desear someternos a las creencias y al régimen religioso que los produjeron». El arte del Paleolítico Superior es un enigma arqueológico. Y quien se arrastre bajo tierra «para enfrentarse, al final de tan arriesgado viaje, con una pintura de un mamut peludo extinguido, jamás volverá a ser el mismo».
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Extraído de El Comercio Digital

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