Eudald Carbonell Roura es director del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social.
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El día 20 de enero asistí a un acto académico celebrado en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. Se presentaba una tesis doctoral realizada por Palmira Saladié, que he dirigido junto al Dr. Carlos Díez de la Universidad de Burgos; en ella se analiza el impacto que dejan los animales al matar o consumir otros animales. Se enmarca, pues, en la disciplina conocida como tafonomia, que estudia los procesos interactivos y los rastros que éstos dejan diagenéticamente en los fósiles.
Entre una variada gama de interacciones, me interesa sobremanera el impacto de los homínidos sobre otros homínidos con el fin de consumirlos, es decir, el canibalismo y, más concretamente, el documentado en especímenes de nuestro género, el género Homo. Una parte del trabajo de la doctoranda que presentaba la tesis, Palmira Saladié, se dedica al análisis del registro paleontológico del nivel 6 de la Gran Dolina, en la Trinchera del Ferrocarril de la Sierra de Atapuerca.
Allí se han localizado unos 150 restos esqueléticos de la especie Homo antecessor, con una antigüedad que ronda los 850.000 años. Aproximadamente un 60% de los restos craneales y postcraneales del registro encontrado en dicho nivel presentan marcas de corte, fracturas y todo tipo de huellas que indican haber sido intervenidos por instrumentos líticos manejados por los homínidos.
En esta acumulación de restos esqueléticos y herramientas de piedra del estrato Aurora, como así se conoce el lugar exacto donde han aparecido, no se ha podido diferenciar espacialmente los que pertenecen a Homo antecessor de los que corresponden a animales encontrados en el mismo nivel y que también han sido consumidos. Al no poder distinguir lo uno de lo otro no podemos afirmar que el canibalismo sea una actividad diferenciada de la carnicería de otros animales.
Pensamos, por lo tanto, que no se trata de un canibalismo ritual, como observaremos más tarde en otros momentos históricos, pero lo que sí parece claro es que el hecho de que exista más de un nivel de homínidos con impactos de tipo antrópico, como decía la doctora Palmira Saladié el otro día, puede indicar que se trate de una tradición gastronómica, y que por tanto, que la práctica de la antropofagia no era esporádica, ni por falta de alimento, sino, que sería una tradición cultural de estos grupos.
El canibalismo, pues, también forma parte de la conducta humana, y hemos de tener en cuenta que somos mamíferos como los demás omnívoros. Por consiguiente, nuestra especie debe de ser consciente de la variabilidad de comportamientos que han hecho que seamos como somos.
La diferenciación específica entre los mamíferos por su conducta no es fácil de establecer, ya que compartimos muchos hábitos. Lo que nos hace distintos es que con el conocimiento hemos aprendido a reconocernos como especie, cosa que las demás especies no son capaces de hacer. Todo ello nos tiene que hacer pensar en cómo somos y qué es lo que queremos ser.
Es posible que en Atapuerca hayamos encontrado la primera prueba de canibalismo cultural de la historia, pero en ciencia todo son hipótesis. Es por eso que tengo interés en el trabajo científico, todo se puede revisar a la luz de nuevos descubrimientos.
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Extraído de El Mundo
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