Tito Livio: el maestro de la historia romana

¿Quién fue Tito Livio? Imagen meramente ilustrativa. Tito Livio fue un historiador romano que vivió entre el año 59 a.C. y el 17 d.C., aprox...

Las Órdenes Militares en el entramado defensivo peninsular.

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En lo últimos tiempos es un hecho que los estudios castellológicos han sufrido una renovación en sus planteamientos metodológicos cuya consecuencia más importante ha sido una nueva visión sobre el papel y las funciones de las fortalezas. Dentro de las nuevas líneas de investigación, una parte se han dedicado al análisis de los sistemas defensivos. Una reflexión sobre estas redes de castillos, así como sobre los elementos que los definen y caracterizan, es el objetivo de este trabajo.
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Una vez recordadas esas dimensiones de las fortalezas medievales asociadas primordialmente al control de las vías de comunicación, y descrito suficientemente el alcance habitual de los mecanismos de defensa proporcionados por la conjunción de una serie de fortalezas, debemos también referirnos a otras consideraciones utilizadas recurrentemente para negar la categoría defensiva de dichos entramados y que son, igualmente, matizables.

Se indica, por ejemplo, que solo se puede concebir un diseño estratégico defensivo a partir de su vinculación a un poder político relativamente centralizado, aunque, a nuestro parecer, es perfectamente asumible una organización defensiva de tipo señorial sin enlace directo con la estrategia general de la monarquía. La Alta Edad Media peninsular está plagada de ejemplos de ello. Pero aún admitiendo la necesidad de tal vinculación —cuyos extremos hemos explicado hace un momento asociados a los nuevos presupuestos de consolidación de la monarquía que pueden apreciarse a partir de la segunda mitad del siglo XII—, parece claro en el caso de las Órdenes Militares, unas instituciones que surgen en la Península Ibérica con vocación más o menos generalizada de asumir, en nombre de la Corona, una lucha sostenida y fronteriza con los núcleos territoriales dominados por el Islam. No creemos que sea necesario insistir demasiado en que semejante actividad militar ha de contemplar acciones tanto ofensivas como defensivas. El profesor García Fitz se hace eco, incluso, de las alusiones documentales precisas en las que la Corona estima que uno de los rasgos fundamentales de las Órdenes es precisamente la de actuar como elemento de contención física ante los infieles. En realidad, no podía ser de otro modo, pues era esa su verdadera razón de ser. ¿Cabe pensar por tanto que unas instituciones semejantes eludiesen en el cumplimiento de su deber el diseño de redes defensivas a partir de los elementos más idóneos para ello, es decir, de las fortalezas? Obviamente pensamos que no. Pero es que, además, creemos haber puesto en evidencia la presencia de algunas de esas redes cástrales, en concreto referidas a la Orden de Alcántara, por medio de un estudio que valora la capacidad espacial de las tales dispositivos''.

Siguiendo la argumentación proporcionada por el profesor Rodíguez-Picavea, «la actuación militar de las Órdenes en la frontera castellano-andalusí hay que considerarla en una doble faceta: defensiva y ofensiva. En relación a la primera de ellas, las Órdenes Militares eran las encargadas de la defensa de buena parte de la frontera, mediante el control de las fortalezas, villas y aldeas y de las vías de comunicación que las unían o facilitaban el paso desde la Sierra».

De entre los muchos ejemplos que podemos encontrar en la documentación en los que se pone de manifiesto el papel de las Órdenes Militares como garantes de la integridad territorial en un reino y, por lo tanto, como promotores de un diseño espacial defensivo, señalaremos aquí el que en abril de 1194 nos muestra el tratado de paz de Tordehumos entre Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León. Los monarcas proponen la cesión de cinco castillos a los maestres de Calatrava y el Temple como garantía de los acuerdos adoptados y consiguiente seguridad del espacio fronterizo.

La misma naturaleza tiene la petición que hace Fernando IV en 1303, ordenando predicar la cruzada en Castilla y además recaudar todos sus derechos para el mantenimiento de la frontera y de los castillos de la Orden de Santiago en Huesear, Orce, Galera, Taibilla, etc.

La conciencia —y por lo tanto vigencia del concepto— de elaborar un sistema defensivo, particularmente en zona de frontera, no es exclusiva de las Ordenes Militares y, ni siquiera, de la realidad medieval cristiana. En la Península Ibérica, el dominio musulmán tiene la misma sensibilidad y establece, en consecuencia, mecanismos muy semejantes. Valga el ejemplo del famoso visir Ridwan que, en la primera mitad del siglo XIV, construye un enorme cinturón de atalayas fronterizas, relacionados con importantes caminos, alrededor de la ciudad de Huesear para defenderse las posesiones santiaguistas en el reino murciano.

De nuevo García Fitz nos proporciona un testimonio andalusí, en el que la referencia a un complejo defensivo compuesto por una red de fortalezas, no deja lugar a dudas. Se trata de la descripción referente al papel que fian de jugar una serie de puntos fuertes en Granada acondicionados en la frontera con la taifa de Almería durante el siglo XI: «formaron una línea defensiva de mi territorio, cerrándolo como un candado (...) A las guarniciones de los castillos restaurados, que eran siete, les ordené que tratasen bien a las gentes del país y protegieran toda aquella zona, impidiendo que nadie deseoso de hacerme mal pudiera meterse de improviso en mis dominios». Es decir, que sea cual sea el grado de centralización de que goza una entidad política determinada, se considera como acción prioritaria y hasta elemental, el proceder a una organización de líneas o sistemas defensivos, independientemente del grado de efectividad final que los mismos posean, y siempre contando con las limitaciones propias de la época.

Lo que no es correcto es vincular la existencia de tales operativos de defensa a una complejidad administrativa determinada ni, muchísimo menos, al fenómeno de construcción ex novo de fortalezas para desempeñar esa función: en la inmensa mayoría de los casos se trata simplemente de «utilización» de recursos existentes o, todo lo más, de readaptación de los mismos elementos.
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Extraído del artículo A propósito de los «sistemas defensivos» de fortificaciones en la Edad Media peninsular de Feliciano Novoa Pórtela y F. Javier Villalba Ruiz de Toledo.
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