Tito Livio: el maestro de la historia romana

¿Quién fue Tito Livio? Imagen meramente ilustrativa. Tito Livio fue un historiador romano que vivió entre el año 59 a.C. y el 17 d.C., aprox...

Camino de Santiago: tras la estela del Apóstol.

En tiempos del Dante, los peregrinajes a la tumba de santiago en Compostela sólo eran superados en número y prestigio por los realizados a Roma. Sin embargo el Poeta supremo opta por valorar mejor los realizados a Galicia, razonando que aunque en sentido amplio ambos son peregrinajes, santiago es el apóstol que reposa más lejos de su tierra y es el que convoca a los auténticos peregrinos. No era mala esa publicidad para una ruta turística que había de contribuir a la vertebración de Europa. Dante concluye que los peregrinajes son, ante todo, situaciones de educación, y que, por tanto, los caminos largos son los más enriquecedores.

Según la tradición Santiago –hermano de Juan Evangelista, hijo de Zebedeo el pescador y de Salomé-, tras predicar el Evangelio en España sin alcanzar gran audiencia, retornó a Jerusalén donde en el año 44 fue decapitado por orden de Herodes Agripa. Unos discípulos consiguieron embarcar su cuerpo hacia estas tierras, donde permaneció ignorado hasta que, a comienzos del siglo IX , se produce el hallazgo de su tumba, que desde entonces competirá con Jerusalén y Roma como lugar de destino de andaduras. Un siglo antes de que Dante dejara en su Vita Nuova aquella apología del peregrinaje a Galicia, ya se había escrito la primera guía turística de la Historia, con su mapa incluido. Forma parte del Liber Sancti Jacobi,un compendio de escritos relativos a Santiago y al camino de peregrinación que, aunque redactado en distintos tiempos, estaba ya reunido a mediados del siglo XII. El manuscrito más notable correspondiente a ese libro es el Códice Calixtino.


La consigna del peregrinaje a la tumba del Apóstol en Galicia se concreta precisamente en el capítulo I del Libro IV de ese Códice, donde se narra la visión del emperador Carlomagno (742-814): “Y en seguida vio en el cielo un camino de estrellas que empezaba en el mar de Frisia y, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre Galia y Aquitania, pasaba directamente por Gascuña, Vasconia, Navarra y España hasta Galicia, en donde entonces se ocultaba, desconocido, el cuerpo de Santiago”.


En una aparición a Carlomagno, Santiago le aclara: “El camino de estrellas que viste en el cielo significa que desde estas tierras hasta Galicia has de ir con un gran ejército a combatir a las pérfidas gentes paganas, y a liberar mi camino y mi tierra, y a visitar mi basílica y sarcófago. Y después de ti irán allí peregrinando todos los pueblos, de mar a mar, pidiendo el perdón de sus pecados y pregonando las alabanzas del Señor, sus virtudes y las maravillas que obró” (Codex Calixtinus, folio 162).

La Vía Láctea y el Camino de Santiago.

En un día de verano, antes de que comience el amanecer, si gozamos de un cielo oscuro, sin nubes y sin Luna, puede verse una llamativa singularidad entre las estrellas de la noche: la Vía Láctea forma un arco luminoso que recorre el firmamento de Este a Oeste. Es un espectáculo que fue románticamente descrito por el astrónomo Camille Flammarion (1842-1925) con estas palabras: “Un extenso rastro blanquecino se eleva como un arco aéreo a través de la bóveda estrellada; en él se descubren irregularidades caprichosas: aquí, corre como un río celeste en un lecho angosto y monótono; allí, se divide en dos brazos que quieren separarse el uno del otro; más lejos, parece desgarrarse en pedazos, como un vellón ligero cardado por los vientos del cielo.”


Aquel “extenso rastro blanquecino” que cruza el firmamento había comenzado a llamarse también Camino de Santiago y habría de sugerir durante siglos para muchos peregrinos, de todos los credos y culturas, un camino. Aunque debemos aclarar desde un principio que no puede utilizarse como referencia, dado que su orientación va cambiando a lo largo de la noche, al igual que su posición es diferente a una hora determinada si la miramos en distintas épocas del año.


Hace ahora 400 años que el incomparable Galileo Galilei descubrió que la Vía Láctea no es más que un conglomerado impresionante de estrellas, poniendo realidad científica en donde antes sólo había fantasías y especulaciones. En lo que respecta a nuestras ideas sobre la naturaleza de aquel camino celeste, y al lado de los mitos que existen en todas las culturas, lo cierto es que hasta comienzos del siglo XVII prevalecieron las propuestas de Aristóteles, que sobre el particular no eran lo que se dice especialmente brillantes.


El filósofo estagirita pensaba que la Vía Láctea estaba formada por una sustancia aérea caliente y seca, similar al gas de los pantanos, que sube hasta cerca de la esfera de las estrellas fijas, donde entra en incandescencia. Para justificar el que semejante nube gaseosa, de origen terrestre, se encuentre en medio de los espacios celestes, pueda tener forma irregular pero constante, y no consumirse, Aristóteles tuvo que forzar artificialmente su lógica y mezclar con desparpajo elementos físicos y metafísicos. La cultura popular habría de echar forzosamente mano de los mitos.


Un río de leche.

Para la tradición griega clásica, nuestro Camino de Santiago celeste había sido un río de leche. La leyenda que da calificativo oficial a esa banda blanquecina –Vía Láctea, Milky Way, Voie lactée– nace en una de las aventuras de Zeus, un dios al que como sabemos le gustaban especialmente las mujeres mortales. En esta ocasión visitó a Alcmena, la esposa de Anfitrión, haciéndose pasar por su marido, y como fruto de aquel encuentro nació Heracles, que sería Hércules en la versión romana.


Para que el pequeño adquiriese la inmortalidad fue colocado a los pechos de la diosa Hera, esposa y hermana de Zeus, mientras ella dormía, y el niño succionó con tal fruición que adquirió la fortaleza que luego harían posibles las hazañas que le hicieron famoso. Pero Hera tenía celos de la madre del niño, y al despertar y darse cuenta de lo que sucedía alejó a Heracles de su pecho, con lo que su leche se derramó por el cielo. Ésta es la versión que ha dejado en nuestra cultura el adjetivo de “láctea” para esa vía o camino que vemos en el cielo de la noche, y también proporciona un origen para la palabra “galaxia”.

Los astros están desde siempre vinculados a los viajes. No olvidemos que la palabra “desastre” significa “sin ayuda de los astros”, expresión que, entre otras interpretaciones, representa la adversidad que puede suponer para un viajero el no poder orientarse en su camino si no ve las estrellas. De este modo no resulta nada extraño llamar vía o camino a esa banda blanquecina. De hecho, existen otras varias denominaciones en esa clave y, por ejemplo, en algunos países del Asia oriental, se le conoce como el Camino del Elefante Blanco, y para muchos tártaros musulmanes se trata del Camino a la Meca.


Como queda dicho, desde el siglo XII, entre nosotros se ha popularizado el nombre de Camino de Santiago, denominación que creo extendida de manera general, al menos por España y Francia. Claro que siempre hay alguna anecdótica excepción: hace años descubrí que en la zona de Cedeira (Coruña) había personas que conocían a la Vía Láctea con el nombre de Camiño de San Andrés. Parece que la rivalidad entre los peregrinajes a Compostela y San Andrés de Teixido, sean de muertos o de vivos, se extiende también a este aspecto. Está claro que puede tratarse de un camino, aunque al variar de orientación no se sepa exactamente a dónde conduce. En nuestra tradición, el llamar camino a la Vía Láctea tendrá como principal objeto recordar el sentido religioso del peregrinaje y crear un símbolo entre las estrellas, más que disponer de un instrumento de orientación. Por encima del posible valor icónico de la banda lechosa está el valor simbólico.


Esa idea nos permite dejar a un lado las consideraciones astrológicas y los esfuerzos miméticos –que están presentes en la redacción del Códice Calixtino cuando habla del tema– y hacer, por ejemplo, una lectura puramente religiosa. Evidentemente hay una idea cristiana del Camino, que se apoya sobre todo en el evangelista Lucas, quien lo construye en dos momentos: primero de Galilea a Jerusalén (Evangelio de Lucas 9,51), pero sin olvidar luego la misión de continuar hasta el confín de la Tierra (Hechos de los Apóstoles 1,8).


A la vista de la variedad de peregrinos, de sus lenguas y orígenes, de sus motivaciones, de sus expresiones artísticas y literarias, de sus manifestaciones y de sus historias personales y colectivas resulta sugerente pensar que ese caminar en realidad nos lleva a seguir al viejo Sol, que es quien sabe mejor que nadie dónde está el más allá. Plus ultra. Es verdaderamente difícil diferenciar, por un lado, el recorrido religioso de las peregrinaciones a Santiago y, por otro, la vía iniciática que se prolonga hasta un poco más allá de Compostela, hasta la Costa da Morte, el lugar donde “muere el Sol” en su fusión con el océano; es el Finis Terrae.

Las leyendas del camino.

Desde luego no faltan leyendas que unan ambos caminos y enlacen elementos míticos presentes en Galicia, como la relación de la villa de Noia con Noé y de su Arca con Argo navis, gran constelación en la Vía Láctea que cuando está baja en el horizonte, tocando el mar, permite soñar en seguir con ella por el cielo el camino que sobre la tierra ha tocado a su fin. El mito quiere también que aquel propio Hércules que fue separado de los pechos de Juno al formarse la Vía Láctea, construyese en La Coruña una torre que sirve para señalar uno de los confines del mundo.


El peregrinaje a Compostela recorre el mismo camino que marca el Sol. La costumbre de los peregrinos de recoger conchas marinas al llegar a la costa, de la que nos habla el Libro III del Liber Sancti Jacobi, ratifica que el final de los peregrinajes estaba al llegar al océano. Al final del camino está la mar.


Desde que Galileo desveló con su primitivo telescopio la identidad del celeste Camino de Santiago, la ciencia ha recorrido un largo sendero. Esta milenaria ruta científica nos ha llevado a descubrir que la Vía Láctea es, en realidad, la galaxia a la que pertenece nuestro Sistema Solar, junto con todas las demás estrellas que vemos a simple vista y con unos 200.000 millones más.


Hoy en día ya podemos afirmar que la banda lechosa es, simplemente, la visión de ese conglomerado estelar desde dentro, en la dirección del plano donde hay más estrellas. Nuestra Galaxia tiene forma de disco achatado, con dos brazos espirales y gira a una velocidad enorme. Al parecer, los caminos terrestres no tenían correspondencia alguna en el cielo; pero sin duda, nosotros seguiremos caminando.

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Extraído de Muy Interesante

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