Supongo que la mayoría de vosotros habréis leído en la prensa la noticia del descubrimiento de ADN mitocondrial amerindio en una pequeña parte de la población islandesa actual.
Como suele suceder en estos casos, los medios de difusión han tratado el tema de un modo muy desigual. Algunos bastante bien, otros con cierta confusión, y otros simplemente cayendo en el disparate. Pero en esta ocasión la noticia es lo suficientemente interesante como para dedicarle un post en sí misma, en lugar de distraer nuestra atención criticando los titulares periodísticos de siempre.
Es fascinante que un trozo de ADN cuya humilde función es controlar el funcionamiento de un pequeño orgánulo celular pueda contarnos cosas sobre los orígenes históricos de las personas que portan una determinada variedad del mismo. Una historia sobre sus antepasados grabada en caracteres moleculares que los propios portadores ignoran.
Sí, es un tema fascinante, pero no debemos dejar que esa fascinación haga que nuestra imaginación se desboque. En este caso, como en cualquier otra investigación, lo fundamental es saber distinguir los hechos de las hipótesis. Así que vamos a empezar con los primeros.
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