Cleopatra VII: la última reina del antiguo Egipto

La heredera de una dinastía milenaria Imagen meramente ilustrativa. Cleopatra VII fue la última soberana de la dinastía ptolemaica, que gobe...

Homo viajens.

Las migraciones habrían empezado hace 70.000 años en las colinas africanas, cuando la sequía ponía en peligro a nuestra especie. Se estima que en el futuro seguirán hacia zonas costeras. Genética, Arqueología y Demografía: cómo se unieron para estudiar los desplazamientos humanos.

La decisión humana de encaminarse al horizonte en busca de un futuro mejor podría haber nacido hace unos 70.000 años, en África. Lo cierto es que parece que ese espíritu aventurero no cambiará, al menos en un futuro cercano. Diferentes estudios sobre poblaciones provenientes de disciplinas como la genética, la arqueología y la demografía muestran que la necesidad de viajar es un signo distintivo del Homo sapiens.


Tal vez, el intento más ambicioso para reconstruir la enorme travesía humana es el Proyecto Genográfico, una iniciativa en la que se aliaron la National Geographic Society, IBM y la Waitt Family Foundation. Usando una de las herramientas más confiables, la herencia genética que se transmite casi sin cambios a través de miles de generaciones, este programa propone registrar los primeros pasos de esa larga caminata que empezó en el Este de África y colmó el planeta de gente. Gente que no tiene en mente quedarse quieta, por lo menos en los próximos 20 años. Según otro estudio, esta vez liderado por el Center of Climate Systems Research de la Universidad de Columbia, la población se concentrará cada vez más en las zonas que ahora tienen mayor densidad.

Las costas, donde se aglutinan la mayoría de los centros poblados del planeta, seguirán atrayendo multitudes por la facilidad en el acceso a sus recursos económicos y su bonanza climática. En el 2025, la densidad de población de las franjas de tierra de 100 kilómetros que costean el mar aumentará en un 35% respecto de la que vivía en 1995. Si se da crédito a la hipótesis de un calentamiento global, ese desplazamiento expondrá a 2.750 millones de personas a los riesgos del crecimiento del nivel del mar.

Tal vez ese problema se resuelva con un nuevo viaje desde la costa hacia el interior. Antes de aventurarlo, conviene volver a los primeros pasos que dieron un centenar de hombres en África, 70.000 años atrás.

Aquella vez no habría sido una inundación, sino una gran sequía producida por el comienzo de la glaciación lo que impulsó a los primeros viajeros a buscar una vida mejor. Rush Spencer Wells, el notable genetista de la Universidad de Stanford que lidera el Proyecto Genográfico, sostiene que el hombre moderno (Homo sapiens sapiens) dejó su territorio natal en el Este de África y empezó su travesía siguiendo el desplazamiento de los animales hacia el Norte. “Por entonces, se produjo un salto cuántico en la capacidad de nuestro cerebro, lo que permitió la fabricación de herramientas más complejas, la aparición del arte y la posibilidad de planear el futuro, lo que llevó al Homo sapiens hacia distintos lugares”, explica Wells, experto en genética de poblaciones.

Wells se basa en otro recorrido, en sentido inverso, a través de los paralelismos genéticos hallados entre las poblaciones actuales y restos fósiles. Este camino científico tiene, apenas, 25 años. En la década del 80, un grupo de científicos de la Universidad de Stanford había probado que era posible analizar pequeñas cantidades de ADN para trepar las ramas del árbol genealógico de nuestra especie.

Sucede que el código genético humano es 99,9 % idéntico en toda la especie. El 1% restante es lo que nos hace diferentes y, también, lo que se transmitirá a la descendencia.

Así, varias generaciones después se mantendrá el mismo marcador genético en dos personas que comparten el mismo antepasado. Si se comparan esos marcadores en distintas poblaciones, los científicos pueden trazar conexiones y hallar un origen común.

Hay dos componentes genéticos a los que Wells y los suyos prestan más atención. Uno, llamado ADN mitocondrial, pasa intacto por vía materna; el otro, el cromosona Y (que determina el sexo masculino), se mantiene de padre a hijo.

Esta herencia ayuda a rastrear grupos de poblaciones diferentes en el mundo con ancestros comunes. Ahora, puede dar una idea de dónde y cuándo esos grupos partieron para iniciar su gran migración a través del planeta.

El científico argentino Alejandro Stolovitzky lidera el área de Sistemas Biológicos de la iniciativa. “Desarrollamos algoritmos, que son fórmulas matemáticas que vinculan variables genéticas según una teoría biológica. Pero, a veces, los biólogos nos enamoramos mucho de una hipótesis y descartamos otras. La capacidad de procesamiento informático borra los límites y permite someter los datos obtenidos a muchas teorías diferentes. Luego, otros algoritmos comprueban el margen de error que tiene cada resultado y ayuda a tomar decisiones más acertadas”, explica Stolovitzky a NEO.

Los datos son analizados con las poderosas computadoras que IBM tiene en el Centro de Investigación Thomas J. Watson, en Nueva York. El Proyecto Genográfico espera reunir 10.000 muestras genéticas, cuyas secuencias se examinarán a través de estos algoritmos.

Si los genetistas no se equivocan, la “Eva” de la que descendemos los 6.500.000 millones de personas que vivimos hoy, nació en África hace unos 150.000 años. Y, aunque no era la única mujer viva en su tiempo, ella se cruzó con un “Adán” de cromosoma Y. “Ellos –explica el genetista inglés Brian Sykes, de la Universidad de Oxford– iniciaron un linaje que empezó con 7 hijas mujeres de las que todos somos parientes.”

De nuevo en la ruta, parece que un centenar de descendientes de aquella pareja emprendió un viaje hacia tierras más hospitalarias, dejando África hace 70.000 años.

 Soy moderno.

Algunos científicos, entre ellos Richard Klein, paleoantropólogo de la Stanford University, sostienen que las migraciones determinaron una revolución en la conducta, ya que debió incluir el tallado de herramientas más sutiles y la ampliación de sus redes sociales. Una mutación genética que afectó al cerebro causó la aparición repentina del lenguaje e hizo a nuestros ancestros modernos. El Homo sapiens sapiens estaba listo para colonizar el mundo. Pero para otros, hay herramientas labradas y otros rastros de conducta moderna dispersos por África mucho antes de la emigración. “Esta no es una revolución sino un proceso que tomó 200.000 años”, asegura Alison Brooks, de la George Washington University.

Los primeros migrantes dejaron otra duda a su paso. ¿Fue un grupo o dos los que abandonaron África? Las evidencias arqueológicas muestran que pudieron haber tomado dos caminos para cruzar Asia. Uno, remontando el valle del Nilo para cruzar la península del Sinai hacia el Este. El otro, por el estrecho de Bab el Mandeb, la boca del Mar Rojo, hacia la península arábiga. Se cree que en plena era del hielo, aquellos viajeros habrían cruzado con canoas primitivas un curso de agua de pocos kilómetros de ancho (hoy mide 30 kilómetros). Por efectos de la glaciación, el nivel del mar era muy bajo. Una vez en Asia, los indicadores genéticos sugieren que la población se dividió. Un grupo se quedó en Oriente Medio, pero el otro rodeó la Península Arábiga por la costa, siguió hasta la India y llegó al sudeste de Australia hace unos 45.000 años. Allí, en el yacimiento arqueológico de Lago Mungo, aparecen los que podrían ser los restos más antiguos de un Homo sapiens, lejos de África.

Cada generación podría haber recorrido sólo 2 kilómetros para completar ese viaje costero. “Posiblemente fue un movimiento imperceptible –advierte Wells–. Antes que una travesía planificada, tal vez trataban de caminar un poco por la playa para escapar de la multitud”.

La reconstrucción de ese viaje costero plantea varios enigmas. Algunos grupos indígenas de las Islas Andaman, en Myanmar, otros en Malasia y en Papúa Nueva Guinea comparten rasgos genéticos con los viajeros africanos.

Pero la arqueología mete la cola y siembra dudas sobre el vínculo entre los antiguos australianos y los pobladores de África. Paul Mellars, profesor de Prehistoria y Evolución Humana del Departamento de Arqueología de la Universidad de Cambridge, en Gran Bretaña, advierte en la revista Science que el gran enigma pendiente radica en las diferencias entre el desarrollo tecnológico alcanzado por los antiguos africanos y el de sus descendientes, quienes poblaron el este de India y Australia.

Las herramientas de piedra halladas en el sudeste de Asia y Oceanía muestran un desarrollo mucho más primitivo que las de la Mediana Edad de Piedra africana, basadas en tecnologías de laminado, típicas del Paleolítico Superior.

Sin embargo, las africanas son anteriores. Mellars plantea que la respuesta a esta paradoja podría hallarse en las exigencias ambientales que enfrentó cada grupo humano. “Tal vez la explotación de los recursos costeros no requirió el desarrollo de utensilios más avanzados como sí lo hizo la cacería de grandes mamíferos terrestres”, advierte Mellars. Así, en el camino hacia Australia, las tradiciones tecnológicas se habrían perdido por falta de uso. Determinar esto no es fácil: las playas que esos viajeros transitaron hoy están cubiertas por el Océano Índico, que en plena Era del Hielo tenía un nivel muy inferior.

Mientras esto ocurría, otros grupos se dispersaban por Asia Central y Europa, más al norte. Los datos recogidos por el Proyecto Genográfico muestran que en esas regiones los linajes son otros. Lo cual indica que pertenecen a una rama diferente de emigrantes africanos.

Una de estas corrientes migratorias, llegó a Siberia hace 40.000 años, aunque en el camino hubo varias ramificaciones genéticas. En la que hoy es una de las regiones más inhóspitas del mundo, se asentaron los Chuchkis, quienes se cansaron de viajar y siguen poblando Siberia aún con las temperaturas actuales, menores a los 70 grados bajo cero.
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El gran cruce.


Pero hace 13.000 años algunos se separaron de esa comunidad. Se cree que no más de 10 personas pasaron a Alaska e iniciaron el poblamiento de América, según Theodore Schurr, especialista en ese proceso, uno de los capítulos más polémicos de la historia de la Humanidad.

Más allá de las historias que vinculan a los primeros americanos con leyendas como las de la Atlántida o con un grupo de israelíes antiguos, el Hombre de Kennewick, un esqueleto de 9.300 años de antigüedad hallado en Washington, EE.UU., probó gracias a sus características caucasoides que los primeros americanos vienen del norte de Europa y Asia.

Pero el consenso científico generado por Kennewick fue resquebrajado otra vez por nuevos hallazgos arqueológicos. Los yacimientos de Meadowcroft Shelter, en Pensilvania (EE.UU.), y de Monte Verde, Chile, mostraron restos de hombres modernos que son anteriores a la fecha del supuesto cruce por Alaska, 16.000 y 14.000 años, respectivamente.

Si los genetistas quisieran acusar a los arqueólogos de un supuesto celo profesional, tropezarían con otro problema. Un estudio publicado en la Revista Argentina de Antropología Biológica muestra que los linajes de los pobladores jujeños actuales tienen una antigüedad de 13.012 años. Para Verónica Martínez Marignac, genetista de la Universidad Nacional de La Plata, los aborígenes americanos habrían llegado desde Siberia hace unos 22.000 años. “El 90% de las comunidades indígenas argentinas, paraguayas y del sur de Chile comparten un mismo marcador en el cromosoma Y, lo que indica que tienen un ancestro en común de entre 13.500 y 58.000 años”, explica la investigadora.

Wells sostiene que los primeros americanos podrían haber bajado hacia el Sur en sólo unos cientos de años, a causa de un crecimiento fuerte de la población. “Estaban en un continente poblado de animales grandes, pero inocentes en la lucha contra predadores inteligentes como el Homo sapiens”, señala.

El ADN de los aborígenes americanos vivos puede saldar el debate. Hasta ahora no demostró que América del Sur y del Norte hayan sido pobladas por una única temprana migración o en dos o tres oleadas diferentes, lo que sugiere un amplio rango de fechas entre 20.000 y 15.000 años atrás.
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Rumbo al futuro.


“Gran parte de la historia solo puede ser imaginada”, afirma Jody Hey, una demógrafa y genetista de la Rutgers University. “La ciencia –agrega– no tiene todas las respuestas”. Pero puede intentar pronósticos para enfrentar mejor lo que viene. Uno de ellos, liderado por el Center of Climate Systems Research de la Universidad de Columbia, hizo un cálculo sobre cómo se redistribuirá la gente hasta el 2025.

A partir de dos mapas que mostraban la densidad de población en 1990 y 1995, se dividió al mundo en nueve millones de cuadriculas. Se analizó el crecimiento y movimiento demográfico que hubo en cada una de ellas y se extrapoló esos cambios a 2025.

Según el estudio, en ese año la Tierra tendrá 7.900 millones de habitantes (1.400 más que los actuales). Esa población se concentrará más que hoy en el Sudeste asiático y la costa este de América del Norte y algunas regiones de Europa Occidental; mientras que zonas como el sur y este de Europa y Japón, así como el África Subsahariana y América del Sur, perderán pobladores. Se supone que las primeras escalas de los futuros emigrantes serán los países más desarrollados. Pero no se sabe donde seguirá. El viaje humano nunca termina.
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Extraído de Papeles y pixeles

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