Los esqueletos presentaban diversos traumatismos e infecciones y murieron en torno a los 35 y 40 años.
La vida de Braña I y Braña II, como son nombrados de forma técnica estos dos célebres antepasados de la población europea, no llevaron una vida precisamente fácil. El primero de ellos, según los estudios dados a conocer en 2009 y ahora ampliados, habría muerto con unos 35 años de edad y en un principió se pensó que la causa de su fallecimiento habría sido un politraumatismo facial —un fuerte golpe—, que presenta en el maxilar derecho y en el pómulo izquierdo, provocado por el impacto de un objeto punzante o una superficie angulosa, pero son lesiones que muestran «indicios de regeneración ósea», lo cual significa que en principio sobrevivió a las mismas.
Curiosamente, Braña I, que medía 170,5 centímetros de estatura, no tenía caries, pero sus dientes anteriores mostraban un enorme desgaste, lo cual a juicio de los expertos podría relacionarse con su uso como si fueran una herramienta más. Al igual que su compañero ‘de eternidad’, habría sufrido patologías de naturaleza traumática, infecciones como la brucelosis y artrosis. Además, existen pruebas de que adoptaba habitualmente una postura arrodillada o en cuclillas. Una existencia complicada en la que las emboscadas de caza en medio de un muy escarpado paisaje constituirían el día a día de dos personajes cuya peripecia ya está dando la vuelta al mundo.
Así, Braña II murió cuando tenía 40 años, medía 166,5 centímetros y sería adscribible a la tipología mediterránea robusta (su compadre estaría dentro del tipo mediterráneo grácil). Tampoco tenía caries y las características de su cráneo son muy parecidas a las de su coetáneo, si bien éste no presenta traumatismos en su esqueleto, aunque sí artrosis, acuchillamiento en rodilla y tobillo y deformación en los dedos del pie debido a una flexión continuada.
Modos de vida.
En cuanto a las posturas en las que se encontraban, Braña I había sido depositado en posición fetal y sin ningún tipo de cubrimiento sobre una especie de repisa natural: entre los investigadores no hay duda de que esta posición fue premeditada y que responde a una pauta social concreta. Así, también se encontraron fragmentos de madera carbonizada bajo ambos esqueletos y arcilla roja, habitualmente asociada con rituales funerarios. Por otro lado, la ubicación del hallazgo en plena montaña cantábrica se ha puesto en relación con la caza especializada de especies como el rebeco y la cabra montés, y avala lo que los investigadores denominan ‘la conquista de los macizos montañosos’, provocada por la mejora climática y una diversificación humana en las estrategias de subsistencia. La ocupación de la alta montaña ya se conocía en la vertiente leonesa de Picos de Europa, con casos como la cueva de La Uña (en el período Aziliense) y El Espertín (en el Mesolítico), y en el resto de la región cantábrica en general, pero también en Pirineos, en los Alpes italianos y suizos y en la región francesa del Ródano-Alpes, interpretándose en ocasiones como un modelo de ‘nomadismo vertical’.
Según el estudio preliminar que se había hecho público en el 2009, en el contexto del Mesolítico de la región cantábrica, La Braña-Arintero constituye la primera evidencia funeraria en la vertiente orientada hacia la cuenca del Duero, lo que en sopinión de los investigadores «cambia la perspectiva» acerca del supuesto vacío de restos humanos entre el Paleolítico superior y la aparición de los primeros grupos sedentarios en el Neolítico.
La mayor parte de los restos humanos mesolíticos encontrados en enterramientos primarios (esto es, depositados en su ubicación definitiva) están asociados a lugares de vida cotidiana, algo que en el caso de la caverna de Valdelugueros aún no ha podido ser verificado. De no ser así, nos encontraríamos con una cueva de exclusivo uso sepulcral. Además, hay que recordar que uno de los sujetos de Arintero apareció rodeado de una acumulación intencionada de bloques calcáreos que delimitaban, pero no cubrían, el esqueleto.
Extraído de Diario de León
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