En la misma cueva de la Montaña Central Leonesa —bautizada por sus descubridores como ‘de los dos hermanos’— donde en el 2006 se encontraron dos esqueletos que ahora están dando la vuelta al mundo por su alto interés científico aparecieron también otros huesos que no pertenecían a humano alguno pero que también fueron extraídos y estudiados: una vez analizados, los expertos comprobaron que se trataba de un gran oso pardo, de la misma especie (ursus arctos) cuyos miembros continúan hoy —aunque en cantidades mucho mayores— rondando por las cumbres norteñas de León.
Así, en el ampio estudio publicado por el Gobierno autonómico sobre los hallazgos en la cueva ubicada entre las aldeas de La Braña y Arintero, en plenos Argüellos, se encuentra un apartado dedicado expresamente a este inesperado ‘compañero’ de los dos hombres del Mesolítico, cuyos genomas fueron descifrados recientemente por el CSIC y datados en 7.000 años, los más antiguos de la Prehistoria en su género. El estudio lo firman doce expertos en diferentes disciplinas, coordinados por Julio M. Vidal y María Encina Prada, y en el caso concreto del citado oso, es Carlos Fernández, del Área de Prehistoria de la Universidad de León, el encargado de su examen. «El esqueleto del oso se localizó en una zona bastante más al interior de la cueva que los restos humanos, teniendo en cuenta la entrada actual —escribe en su artículo—. Si consideramos la presencia de una importante sima vertical en un lugar próximo a la boca de la cavidad, parece obvio que éste no fue el camino seguido por el oso para adentrarse en la misma». Es por ello que se haya considerado como probable, al menos hasta el momento, una «nula relación» entre los dos hombres y el úrsido, si bien son importantes los restos «al cuestionar el actual acceso a la cueva como lugar de tránsito de este ejemplar», apunta.
Zarpazos y huellas.
Otro detalle curioso que resalta Fernández es que cerca de este esqueleto se ha podido documentar «la presencia de numerosos zarpazos y huellas, identificadas con las habituales de esta especie». Por otro lado, el hecho de que tanto el cráneo como parte de la columna se encontraran rotos y machacados, fruto de una agresión a todas luces reciente, es achacada por este experto a «las visitas incontroladas producidas a la cueva tras su descubrimiento».
Una vez analizadas todas las piezas rescatadas, el estudio concluye que se trataba de un individuo adulto, un macho, que habría superado los siete años de edad. El autor destaca «la importante talla que presentan los restos» y su adscripción a la especie oso pardo y no al más grande ‘oso de las cavernas’. Tampoco se encontraron marcas de carnicería ni roturas antiguas «ni cualquier otro tipo de procesos que permitieran plantear una muerte por causas no naturales ni manipulaciones inmediatamente posteriores». En cuanto a la datación de los huesos, ésta arroja una antigüedad muy similar a la de los esqueletos humanos (Braña 1 es de hace 6.980 años, Braña 2, 7.030, y el oso, de hace 6.900), circunstancia «que viene a incidir en la problemática del acceso a la cavidad durante el momento en que lo hacen tanto los humanos como este gran carnívoro, ya que para este último sería del todo imposible superar la sima que en la actualidad hay que travesar para llegar a las zonas interiores donde se han localizado, en puntos bien diferenciados, todos los esqueletos», arguye. En conclusión, el autor cree que a inicios del sexto milenio a.C. «existía muy probablemente una vía de acceso al interior de la cueva diferente a la actual, que serviría para que este ejemplar entrara en búsqueda de refugio, quizás para un proceso de hibernación».
Tanto los objetos de adorno (el famoso collar de 24 caninos, el más completo de los hallados de este tipo, que se ensartaba en la ropa) como los huesos humanos, piezas dentarias, restos vegetales y colorantes aparecidos son descritos con detalle en el estudio a lo largo de 180 páginas. Por ejemplo, en el capítulo referido a la alimentación se pone de manifesto que sus dietas eran «básicamente ‘terrestres’», sobre todo proteínas animales, sin aportes significativos de alimentos de origen marino, y en la que se ocupa de los carbones encontrados habla de la presencia de altos pinos y enebros en la zona, cuya madera se quemó «en fuegos de vida corta, posiblemente en relación con las actividades llevadas a cabo durante las inhumaciones». Por último, de un probable «uso intencional como sustancia colorante» califica Óscar Lantes la presencia de ocre rojo, «en ocasiones adherida al cráneo».
Extraído de Diario de León
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