Mitra y el cristianismo: ¿copia o meras semejanzas?

El culto a Mitra y el cristianismo Imagen meramente ilustrativa. En los recovecos de la historia, se entrelazan mitos y creencias que han de...

Agripina la Mayor, la orgullosa nieta de Augusto.

La sospechosa muerte de su esposo Germánico llevó a Agripina a enfrentarse al emperador Tiberio. Desterrada de Roma y maltratada por los sicarios de Tiberio, se dejó morir de hambre.
Tiberio, al fondo, y Agripina, en primer plano, en un óleo de Pedro Pablo Rubens. Galería Nacional, Washington.
En el año 15 d.C., el pánico se adueñó de repente de las guarniciones romanas en la frontera del Rin. Se había difundido el rumor de que una expedición en territorio bárbaro había sido derrotada por los germanos y que éstos se disponían a invadir la Galia. La noticia de la derrota era falsa, pero los legionarios estaban dispuestos a cortar el puente que unía ambas orillas del río para ponerse a salvo. Fue entonces cuando intervino una mujer, Agripina, esposa del comandante romano Germánico, que en ese momento estaba ausente. Demostrando «un ánimo gigante», según el historiador Tácito, impidió resueltamente que se cortara el puente y, «tomando sobre sí las responsabilidades de un general», recibió a los soldados que regresaban «a pie firme a la entrada del puente y les dirigió alabanzas y palabras».
Pero no todos mostraron igual admiración. Como seguía escribiendo Tácito, al emperador Tiberio «no le parecían naturales aquellos cuidados, ni que buscara ganarse los ánimos de los soldados contra los extranjeros. Nada les quedaba a los generales –decía– una vez que una mujer revistaba a las tropas, se acercaba a las enseñas, intentaba liberalidades». Por una vez, la opinión del emperador Tiberio coincidía con la del historiador Tácito: que una mujer tomara en sus manos el mando de las legiones no sólo era antinatural, sino que también iba en contra del carácter masculino de la política romana.
Querellas de familia.
Vipsania Agripina fue una de las hijas de Julia, única hija de Augusto, y de Agripa, el mejor general del emperador. El suyo fue un matrimonio de conveniencia que se vio favorecido por una inusitada descendencia: cinco hijos. Agripina fue educada en la convicción de haber nacido para el poder. Durante su infancia y adolescencia vivió en una corte dividida entre los bandos que se disputaban la sucesión de Augusto, que carecía de descendencia masculina directa. Por un lado estaba Julia, que favorecía a sus propios hijos, entre ellos Agripina. Por el otro, Livia, la esposa de Augusto, que buscaba colocar al hijo que tuvo de un matrimonio anterior, Tiberio.
Fue Livia quien finalmente ganó la partida, cuando Augusto adoptó a su hijo Tiberio haciendo que éste, a su vez, adoptara a su sobrino Germánico como hijo y heredero. Pero un año después de esta doble adopción, Augusto buscó la reconciliación entre ambos bandos uniendo a Germánico con su nieta Agripina. Otra vez fue un matrimonio de conveniencia que se reveló feliz y excepcionalmente fecundo, pues Agripina dio nueve hijos a su marido, de los que sobrevivieron seis, entre ellos el futuro emperador Calígula.
Mientras Germánico cumplía misiones en nombre de Augusto, Agripina no se limitó a quedarse en casa. Con el permiso del emperador, acompañó a su marido en las campañas que éste comandó en Germania, y fue así como justo después de la muerte de Augusto se produjo su intervención providencial que salvó a las legiones de una humillante retirada frente a los germanos.
La muerte de Germánico.
Tras el acceso de Tiberio al trono, Germánico y Agripina se convirtieron en los ídolos del pueblo romano, que detestaba en cambio al nuevo emperador. Pese a ello, ambos demostraron su plena lealtad a Tiberio y evitaron comprometerse en cualquier insurrección, a cambio de que Germánico se mantuviera como heredero del Imperio. Las expectativas de la pareja eran, pues, de lo más halagüeño. Pero todo se torció rápidamente.
En el año 18 d.C., Tiberio envió a Germánico a una misión en Siria, en la que le acompañaron Agripina y sus hijos. Con el propósito de moderar los anhelos bélicos de su sobrino, el emperador envió con él a su amigo Pisón. Livia, por su parte, dio instrucciones secretas a la esposa de Pisón, Plancina, para que se enfrentara a Agripina y le parara los pies en el caso de que ésta fuera demasiado lejos. Enseguida estalló el enfrentamiento entre ambas, y de ellas se trasladó a los maridos. Cuando Pisón criticó a Germánico públicamente por la presencia de Agripina en las paradas militares, el comandante lo expulsó de Siria junto a su mujer. Al año siguiente, Germánico hizo un viaje a Egipto y durante el regreso falleció repentinamente en Antioquía. Existe la posibilidad de que muriera de disentería, pero el propio Germánico, en su lecho de muerte, señaló a Pisón y su esposa como culpables de su envenenamiento.
Agripina y sus hijos volvieron a Roma por mar, llevando consigo las cenizas de Germánico. A su llegada a Roma, el pueblo tomó partido inmediatamente por Agripina, clamando venganza contra Pisón. El hecho de que ni Tiberio ni Livia asistieran a las honras fúnebres del heredero al trono imperial no hizo sino confirmar las sospechas en torno al envenenamiento. Hubo incluso un conato de revolución en Roma que sólo pudo ser frenado por la actitud resuelta de Livia y por la intervención de la guardia pretoriana.
Caída en desgracia.
Decidida a vengarse, y como no podía probar que su esposo había sido asesinado, Agripina y sus amigos influyentes acusaron a Pisón y a Plancina de traición por regresar a Siria y provocar una pequeña guerra civil entre sus partidarios y los de Germánico. Tiberio no tuvo más remedio que presidir el juicio y aceptar la condena de su amigo, quien se suicidó para evitar la confiscación de sus bienes. Plancina, en cambio, fue juzgada aparte y Livia intervino ante Tiberio para que fuera exonerada. Esto fue la confirmación, para Agripina y el pueblo romano, de que había sido la propia Livia la que había ordenado el envenenamiento de su marido.
A partir de este momento la relación entre Agripina y Tiberio quedó muy maltrecha. En una ocasión, cuando Agripina se quejó abiertamente por las circunstancias de la muerte de su marido, Tiberio le replicó con un verso griego: «Si no eres la que mandas, te parece que te ofenden». En lo sucesivo dejó de dirigirle la palabra. La razón de la disputa residía de nuevo en la sucesión del Imperio. Agripina deseaba que su hijo Nerón César fuera nombrado heredero de Tiberio, pero Sejano, el valido del emperador, se oponía y la octogenaria Livia sostenía al nieto directo de Tiberio, el aún niño Druso Gemelo. Sejano, en particular, urdió toda clase de intrigas contra su rival. Habiéndola convencido de que el emperador la quería envenenar, en una ocasión ella rechazó comer una manzana que aquel le ofrecía desde su mesa, por lo que Tiberio se quejó de que lo considerase un envenenador. Según Suetonio, todo era un plan concertado entre el emperador y su ministro para que Agripina cometiera un error y justificar su eliminación.
Destierro y muerte.
Finalmente, en el año 29 Tiberio acusó a Agripina de orgullo impropio ante el Senado y a su hijo Nerón, de homosexualidad. El Senado, dominado por la facción de Agripina, rechazó las acusaciones como invenciones de Sejano, pero Tiberio reaccionó reclamando el juicio para sí y condenó a ambos reos al destierro en la isla Pandataria, la misma a la que fue desterrada Julia, la madre de Agripina. Pero la ira imperial no acabó ahí, al menos según el relato de Suetonio. Cuando Agripina le escribió una carta con reproches e insultos, Tiberio hizo que la azotara un centurión, quien le sacó un ojo. La desterrada decidió entonces dejarse morir de hambre, pero el emperador le hizo tragar comida a la fuerza. Ella, sin embargo, persistió hasta lograr su propósito. Sus dos hijos, Nerón y Druso, murieron de la misma forma, por hambre; el primero en su destierro, y al parecer por propia voluntad; al segundo, encerrado en una cueva del monte Palatino, «lo privaron de alimentos con tanta crueldad –sigue diciendo Suetonio– que intentó comerse el relleno de su colchón».
Para saber más.
Emperatrices y princesas de Roma. J. L. Posadas. Raíces, Madrid, 2008.

Anales (Libros I-VI). Tácito. Gredos, Madrid, 1991.

Vía: Juan Luis Posadas / National Geographic Historia

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