Pinturas que parecen ser pero no son,
retratos confusos en la cercanía y detalles al milímetro son algunas de las
características de un Arcimboldo
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El
Invierno de Arcimboldo. Museo de Louvre
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Con un canon de belleza propio y unas musas que escapaban de lo
establecido, como tiene que ser, Arcimboldo pinceló y coloreó el rostro humano
utilizando para ello flores, animales, frutas u objetos. Nada de doncellas
pubescentes o caballeros lanceados, sus cabriolas artísticas, sin comparación
posible, dieron como resultado telas donde el ingenio era llevado a la máxima expresión. Arcimboldo trazó con
magna armonía pinturas que dejarían a la vergüenza a cualquier ilusionista
moderno.
Giuseppe Arcimboldo, así se llamaba, nació en Milán en 1527.
Renacentista, manierista y visionario de
las vanguardias del siglo XX. Todo lo tuvo. Precisamente en este siglo, en
el XX, su exotismo fue desenterrado por otras figuras inmortales del pincel, como
Dalí, por ejemplo, y puesto en valor pendiendo de las alcayatas en las mejores
galerías y museos del planeta. Por raíces, mencionamos La Primavera de Arcimboldo, en guardia y custodia en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.
Retrato de Rodolfo II (1590). Óleo sobre lienzo. 68 x 56 cm |
Retratista real: No dio puntada sin hilo
El pintor de la pareidolia, no obstante, fue
especialmente valorado en la corte real del enfermizo Rodolfo II, que además de propenso
a caer encamado por las enfermedades más populares de la época, fue aficionado
a la magia y a la alquimia y protector de la botánica, como no podía ser de
otra manera. Para este rey pintó Arcimboldo, y mucho.
Un óleo sobre tabla que hoy cuelga en el Skoklosters Slott, en Suecia,
representó y representa la figura de Rodolfo II caracterizado como el dios Vertumno, que era quien se
encargaba en Roma de mudar la vegetación en cada estación. Por eso, una cereza
en un ojo, una mora en el otro ojo, una pera en la nariz, y así hasta completar
el rostro entero.
Las Cuatro Estaciones de Arcimboldo
Menos famosas que las de Vivaldi pero igual de granadas, las Cuatro
Estaciones de Arcimboldo quisieron representar el rostro de las estaciones utilizando para ello los elementos que más
caracterizan a cada una de ellas: flores en primavera, frutas y trigo en
verano, la caída de la hoja en otoño y ramas rotas, musgo y hongos para el
invierno.
También gustó el pintor de representar los cuatro elementos por antonomasia. De este modo, utilizó animales
terrestres para representar el rostro de la tierra y marinos para darle forma al
del agua; aves para hacer lo propio con el aire y toda una suerte de elementos
relacionados con el fuego para configurar este último.
El Hortelano |
El colmo de la imaginación
Esos son los retratos invertidos,
pinturas que son lo que son, y no. Si observamos, por ejemplo, El Hortelano, vemos una cesta de
hortalizas cualquiera. Pero si uno gira el cuadro 180 grados, se dará cuenta de
que esa canasta es la cara de un hombre perfectamente distribuida y definida.
Por cierto que, dejando por un instante el ingenio en segundo plano, los
bodegones impecables en lo que a detalle se refiere y las texturas finamente
conseguidas son dos de los rasgos que marcan la pintura de Arcimboldo.
El surrealista adelantado a su tiempo necesita, además de distancia,
tiempo y paciencia. Talento desperdiciado y grotesco para unos, genio y figura
para otros.
Autora| Virginia Mota
San Máximo
Imagen| Domus
Pucelae, Flickr,
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y Crear
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