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En Dharavi, nadie en su sano juicio querría vivir allí

Tener un retrete para cada 2.000 personas puede que sea el menor problema de Dharavi, el barracón de Asia

Dharavi huele a herrumbre y a piel curtida
Una chabola, morada suburbana, vivienda de la zozobra del destino; una chabola sin fin. Eso es Dharavi. En el Bombay de India, más de un millón de personas nacen, crecen, se reproducen y mueren entre hojalatas, espadas de hierro y barros ahumados.

Dharavi es el basurero de Bombay, el reciclable. Los camiones descargan en el suburbio todo lo que sobra a los 21 millones de habitantes de la ciudad. Todo lo que puede ser reutilizado. Allí revive con el plástico la piel de las cabras que dejará de ser piel y pasará al vestidor de los afortunados europeos.

La mayor concentración de chabolas del mundo, dicen, se extiende a lo largo de tres kilómetros cuadrados. Poco. Bombay no quiere rozarla, por eso un par de autopistas la separan de la capital. Nadie quiere rozarla, por eso el tren pasa cada pocos minutos por su calle principal, y no para; nunca se detiene.

Cada familia del millón que viven en Dharavi lo hace en menos de 10 metros cuadrados, sin agua corriente 22 horas al día a pesar de que por la explanada pasan los dos grandes colectores que abastecen la otra ciudad, la congestionada Bombay. En 2009, un grifo tenía que compartirse entre 100 personas. Uno puede imaginarse cómo ha sido la evolución siete años después.


¿Cómo experimentar el lado positivo de la pobreza?

La chabola más grande de Asia no tiene avenidas. Las calles de Dharavi son exiguos pasillos de lata y de plástico por los que circulan, al aire, los canales de aguas residuales, que es la más basura de todas. Dharavi huele a herrumbre desde que los pescadores del pantano que antes era fueron invitados por la contaminación a abandonar su medio de vida. Entonces el lugar se llevó los peces y dejó el cebo de Bombay, que fue un anzuelo de promesas. Por eso todos cuyos destinos zanganeaban decidieron ir hasta aquella tierra prometida en busca de su oportunidad.

Y la hay, pero no para ellos, porque el suburbio asiático germina en una de las porciones de tierra más caras del planeta, a escasos minutos de bolsillos llenos de dinero, de neveras atestadas y de aguas corrientes.

Desde la seguridad que da la holgura, uno se puede acercar a mirar el escaparate de Dharavi en tours organizados por agencias de viajes que ofrecen recorrer el barrio marginal donde, según reclamos, se experimenta el lado positivo de la miseria en el que fueraescenario de la famosa Slumdog Millionaire: «¡Después del paseo por el barrio marginal de Dharavi —anuncian—, podrás ver también el lado glamuroso de Bombay!», entre afiladas exclamaciones.

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