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¿Es el lenguaje común lo que banaliza la Historia?

No hay ninguna palabra que se venda más cara que otra. El humanismo popular -con doble sentido- pone la cultura al alcance de todos

Un golpe de sátira bien dado, además de fuerza, ata memorias y fija recuerdos
Banalizar la Historia en su conjunto es una labor quijotesca, tanto como encerrar agua en un cesto. No ocurre lo mismo a la hora de particularizar la trivialización, ahí si es posible tener éxito, siempre que se cumplan una serie de requisitos.

¿La simplificación banaliza? Para gustos, es verdad. Pero lo que es cierto es que la riqueza de la lengua pone a disposición de quien quiera toda una serie de recursos lingüísticos que no hacen otra cosa que destensar las palabras. Esa es la única finalidad de llanear entre los escarpes de la pericia. No hay más. ¿Por qué expresiones de a pie utilizadas por todos hasta la saciedad no se consideran adecuadas en según qué contextos?

No hay ninguna palabra que se venda más cara que otra. El humanismo popular -con doble sentido- pone la cultura al alcance de todos aquellos que, por profesión o por desatinos del azar, no han podido estar rodeados de tecnicismos o de palabras virtualmente propias de un determinado colectivo.

Esto no significa que no tengan derecho a conocer el saber de unos pocos, y menos aún es motivo para dar pie a teñir el ambiente de incultura. El saber no se puede despachar a precio de oro porque pesa lo mismo entre probetas, capazos o mesas de despacho que en un callejón cualquiera. Así es que la llaneza del lenguaje, lejos de suponer la banalización de un determinado asunto, abre la veda para que cualquiera sea capaz de enterarse de lo que unos pocos conocen en profundidad.

¿Por qué nos avergonzamos de algunos sinónimos y frases hechas que solemos llevar en la boca día sí y día también?

Se puede lavar la cara de un determinado personaje histórico que esparció en su momento dolores varios sobre un lugar concreto utilizando un lenguaje exquisitamente técnico muy alejado de cualquier vulgarismo. Aún a sabiendas de que en realidad tuvo lugar, también se puede negar un capítulo histórico bárbaro y horroroso y, ya de paso, por absurdas rivalidades y falta de objetividad, responsabilizar del asunto al otro bando, normalmente víctima, empleando toda la urbanidad e instrucción pedagógica del mundo.

Todo esto, dicho sea de paso, además de banalizar esos capítulos de la Historia -nunca la Historia entera-, hacen del mal algo insustancial, cuando es de todo menos eso.

Por su parte, la ironía como recurso suaviza también el entendimiento, algo que no tiene que ser ni negativo ni trivial. Aunque haya que tomar en serio el sarcasmo para que no suponga una ofensa a los derechos humanos, ironizar con un tema determinado, que además se presta a ello, es otro camino más para abrir las puertas de la erudición al populacho, sin que el erudito deje de serlo en ningún momento. Más aún, un golpe de sátira bien dado, además de fuerza, ata memorias y fija recuerdos.

Así es que no. Alisar el lenguaje para explicar un determinado capítulo de la Historia, o vestirlo con la dosis adecuada de sarcasmo, lejos de banalizar, robustece la cuestión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A eso le podríamos llamar pretencion de cientificidad. La intención de separar el lenguaje de narración del lenguaje coloquial, aunque el lenguaje coloquial también se usa, siempre y cuando no vaya escrito. Se escribe para dirigirse a un público particular. Aún existe el concepto de clase en la ciencia. Algunos lo identificarán como gremio.

Unknown dijo...

Hoy en día es el periodismo quien usa y abusa del recurso de maquillar, manipular y falsear las informaciones. Las empresas periodísticas, como brazo propagandístico de los grupos económicos son los mejores ejemplos de desinformación y banalización de los sucesos.