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Cuando llovieron butacas e insultos en una ópera de Wagner

El público 'prorrumpió en mueras y quiso romper las butacas' aquel día en el que La Valquiria no salió como tenía que salir

Asgårdsreien (1872) por Peter Nicolai Arbo 
Wagner y su Valquiria levantaron algo más que fervor en junio de 1908. Por fecha, nada que ver con ese consumidor suyo que tanto daño hizo en Europa treinta y pico años después. Tampoco con la enorme escena de Apocalypse Now, la mejor road movie de la historia. Al contrario, en el sainete vienés solo tuvo que ver el gusto del público por una obra bien representada, por una ópera wagneriana reluciente en todo su esplendor y fiel a su partitura.

De modo que en el teatro de la Ópera Imperial de Viena no cabía ni un alfiler aquel sábado de junio. Wagner estaba de moda y, como tal, a la sociedad no le importó que los precios de los pases alcanzasen cifras de sentido desmayo. Era la furia mitómana del XIX, de Die Walküre. Ni más, ni menos.

Blasfemias y otras lindezas

El primer acto corrió bien; como la seda. Fue en el segundo cuando comenzaron a llover truenos y rayos al comprobarse que la ópera había sido remendada con hebras de silencio, es decir, que la truculenta historia de Fricka y Wotan no se estaba contando al completo. Había cortes intolerables. Así es que el teatro se desató y «varios fervientes wagneristas, indignados por lo que estimaban una profanación y un insulto a la memoria de su ídolo, comenzaron á patear, y á poco siguióles todo el público».

Ante este panorama de hervidero tumoral, los músicos y los operistas, hasta arriba de miedo y nerviosismo, comenzaron a cabalgar sobre las Valquirias desafinando irremediablemente. Claro, ante esto, el público pitó sin piedad. La correspondencia de España cede por un momento el protagonismo al Wotan de la Ópera Imperial, al hombre, que interpretaba a gallo limpio el repudio contra su hija por «miedo a que le arrojasen una butaca a la cabeza».

Pero el punto álgido de la indignación, el del motín funambulista, llegó cuando los encargados de la maquinaria no dieron pie con bolo a la hora de sacar a escena el fuego que debía prender las peñas de los decorados. Lejos de dar en el clavo, la llama se adelantaba o se atrasaba, corría por donde no era o bajaba por el sitio contrario.
Ya no hubo más paciencia. El público «prorrumpió en mueras y quiso romper las butacas». El teatro se llenó de gritos femeninos y de envalentonamientos masculinos. Y de policía. Mucha policía. Incluso Wotan, el hombre, salió despavorido llevándose su lanza por delante.

Tres horas más tarde, el motín musical de Viena se daba por finalizado. Sonrojos, blasfemias y miedos se quedaron en tres pares de esposas: «en un músico, un doctor en Filosofía y tres estudiantes metidos en la cárcel».

Imagen| Wikipedia

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