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Tras la pista de la Perla Peregrina

Esta pieza única en el mundo está considerada una de las gemas más valiosas que existen. Su historia llena de misterio se puede seguir a través del mundo del arte

Tras la pista de la Perla Peregrina

Son muchas las ocasiones en que las joyas encierran multitud de relatos que se extienden a lo largo del tiempo. El caso de la Perla Peregrina es particularmente especial, pues se pueden perseguir sus huellas y sus diferentes dueños gracias a las obras en las que aparece plasmada.


Ana de Austria, reina de España, Alonso Sánchez Coello, 1571. Detalle.

Esta excepcional gema de gran tamaño fue hallada en el Archipiélago de las Perlas, un grupo de islas e islotes en pleno Golfo de Panamá, en el siglo XVI. El nombre de este archipiélago se debe a la gran cantidad de perlas que se encontraron aquí durante el dominio español. La fascinante pieza de nácar se denomina “peregrina” debido a su singular estructura en forma de lágrima. Esta configuración es una de las más hermosas y existen muy pocas como ella. Aunque no se sabe la fecha exacta de su descubrimiento, según las fuentes la encontró un esclavo africano al que se le concedió la libertad en agradecimiento.

En un principio se creía que la primera reina en lucir esta joya fue la segunda esposa de Felipe II, María Tudor, pues porta una perla similar en un reconocido retrato de Antonio Moro que hoy se conserva en el Museo del Prado. Pero investigaciones más recientes concluyen que Felipe II la adquirió después de la muerte de su mujer. De esta manera, la pieza que aparece en este lienzo sería propiedad de la familia Tudor.

La reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, Juan Pantoja de la Cruz, 1605.

La Perla Peregrina llega a Sevilla en torno a 1580 y es estregada a Felipe II por el alguacil mayor de Panamá, Diego de Tebes. Se documentó que pesaba más de 58 quilates. A partir de ese momento pasa a formar parte de la Corona española y las reinas la solían llevar prendida de un broche junto con El Estanque, un preciado diamante de 100 quilates comprado en Amberes igualmente por Felipe II. A este conjunto se le conocía como el Joyel Rico de los Austrias.

El mismo fue el regalo de boda para la que sería su tercera esposa, Isabel de Valois. Se puede ver como lleva ambas joyas como un adorno para el pelo en un retrato realizado por Sofonisba Anguissola, primera pintora de éxito del Renacimiento y dama de confianza de la reina. De esta obra se conserva en el Prado una copia de Juan Pantoja de la Cruz fechado en torno a 1605.

La reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, Bartolomé González, 1616.

En 1570 Felipe II contrae nupcias por cuarta vez con Ana de Austria. En esta ocasión se puede apreciar el Joyel en varias obras. Dos de ellas llevan por autor a Alonso Sánchez Coello: en la que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano fechada hacia 1571 la reina lo lleva prendido en el pelo; en otro retrato de similares características y fecha conservado en el Kunsthistorisches Museum de Viena, Ana de Austria luce la deslumbrante joya colgando de un collar de perlas.

Antonio Moro también realiza un lienzo de esta reina, donde podemos contemplar El Estanque sobre un águila bicéfala (haciendo una clara alusión a su origen austríaco) y la Peregrina bajo éste. De esta obra se conserva en el Prado una copia ejecutada en 1616 por Bartolomé González y Serrano.

Retratos ecuestres de Felipe III y Margarita de Austria, taller de Velázquez, 1635.

Felipe III heredará la valiosa alhaja de su padre y cuando se casa con Margarita de Austria, ambos la lucirán en diversos retratos. Especialmente llamativos son los dos cuadros de los reyes a caballo realizados post mortem que forman pareja y se conservan en el Prado. Pintados hacia 1635 por el taller de Velázquez, cuyo trazo se puede adivinar en algunos detalles, estaban destinados a decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. En el caso de Felipe III, se puede observar como lleva el Joyel en su sombrero. En cambio, su esposa lo coloca para que destaque sobre sus ricos ropajes.

En 1615 el futuro Felipe IV contrae matrimonio con Isabel de Borbón, a la que su suegro le regala las joyas de la Corona capitaneadas por el Joyel. La pareja de retratos ecuestres realizados nuevamente por el taller de Velázquez en 1635 para el Salón de Reinos de Felipe IV y su esposa nos permite seguir la pista de La Peregrina. En el lienzo de Isabel de Borbón aparece una vez más la perla prendida bajo El Estanque y brillando sobre su vestido.

La reina Isabel de Borbón a caballo, taller de Velázquez, 1635.

Cuando Felipe IV se casó en segundas nupcias con Mariana de Austria, ésta es retratada varias veces de nuevo por la mano maestra de Velázquez. En uno de esos cuadros la reina lleva el magnífico Joyel como adorno a su peculiar peinado. Hoy se conserva en el Kunsthistorisches Museum de Viena y está fechado en torno a 1655.

Tras ella, Carlos II se une a María Luisa de Orleans y la joya pasará a estar en poder de la nueva reina. En el Prado podemos admirar un retrato de cuerpo entero realizado por José García Hidalgo hacia 1679, donde El Estanque y La Peregrina resplandecen con luz propia sobre las ropas.

Posteriormente las dos piezas se separarán, sobreviviendo La Peregrina a la Guerra de Sucesión y al terrible incendio de 1734 en el Alcázar de Madrid. Una aparición estelar de la perla tiene lugar en el emblemático cuadro La familia de Carlos IV del maestro Francisco de Goya, pues la reina María Luisa de Parma la lleva adornando su cuello.

La reina Mariana de Austria, Velázquez, hacia 1655.

Así pues la joya permanece en España hasta 1808, cuando José Bonaparte se la envía a su esposa a París. Tras perder el trono español huye a Estados Unidos y se lleva La Peregrina con él. Cuando regresa a Europa la dejará en testamento al futuro Napoleón III, que la vende en torno a 1848.

La pieza acabará en una joyería donde Alfonso XIII intenta recuperarla para regalársela a su futura esposa, Victoria Eugenia de Battenberg. Desgraciadamente no consigue llegar a un acuerdo, por lo que la perla vuelve a Estados Unidos y pasa a ser propiedad de varios multimillonarios americanos.

María Luisa de Orleans, reina de España, José García Hidalgo, 1679.

Aunque parezca que ahí acaba su historia, La Peregrina vuelve a entrar en juego en una subasta en 1969. Esta noticia causa una gran agitación en la Casa Real española, participando en dicha subasta Alfonso de Borbón y Dampierre para conseguir la joya. Algunas fuentes cuentan que parte de la familia real intentó truncar la venta afirmando que la perla era falsa y que la auténtica se la había regalado Alfonso XIII a su mujer. Pero parece una situación poco probable dado que su nieto intentó comprarla en la subasta.

De cualquier modo, en la subasta del 23 de enero de 1969  el actor Richard Burton llegó a ofrecer 37.000 dólares y se llevó la preciada pieza para regalársela a su adorada Elizabeth Taylor, toda una eminencia en cuestión de joyas.

La “otra Peregrina” en poder de la Casa Real, cuya no autenticidad fue probada por diversos especialistas, fue heredada por Juan de Borbón que a su vez se la legó a Juan Carlos I. Por este motivo la reina Sofía la ha lucido en diversas ocasiones, al igual que la actual monarca Letizia.

Liz Taylor luciendo la Perla Peregrina.

La vida de la auténtica Peregrina en poder de Liz Taylor tuvo un destino muy diferente. Exhibió la perla en una breve aparición en la película Ana de los mil días y más tarde, con la ayuda de la célebre joyería Cartier, la incorpora a un collar de rubíes y diamantes. Así se convierte en un tesoro de un valor imposible de calcular. La actriz llevó la ostentosa alhaja en el musical A Little Night Music en 1977.

Permaneció en su poder hasta su muerte el 23 de marzo de 2011. En sus memorias cuenta una anécdota sobre cómo su caniche mordisqueó la perla en una ocasión. Sea este suceso real o no, lo cierto es que cuando las joyas de Taylor fueron subastadas en Christie’s La Peregrina alcanzó una cifra récord de nueve millones de euros. Fue adquirida por un comprador anónimo al teléfono. ¿Acabará aquí la extraordinaria historia de esta perla digna de reyes?

Imágenes| Museo del Prado

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