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Los santos de las catacumbas

Los esqueletos de las catacumbas se decoraban con oro y piedras preciosas

El esqueleto de San Inocencio en la basílica de San Lorenzo en Kempen, Alemania

El siglo XVI en Europa estuvo marcado por el auge del protestantismo en los países del Norte. Una de las prácticas católicas que los protestantes criticaban era la veneración de fragmentos del cuerpo muerto de los santos ya que ningún pasaje de las escrituras lo sugiere. Contribuían a la burla de los protestantes casos como el brazo de San Antonio, que había sido reverenciado durante años hasta que se descubrió que se trataba de una pata de ciervo.

Los seguidores de Lutero ciertamente no fueron los primeros en criticar las reliquias. Ya en época de las cruzadas, los árabes se sorprendían de que los cristianos coleccionasen calaveras y huesos y se los llevaran de vuelta a Europa. Las reliquias se encontraron con detractores incluso dentro de la propia Iglesia, ya que podían llevar a un cristianismo supersticioso. Los protestantes, sin embargo, llevaron la crítica más lejos. En los países del Norte, profanaron numerosas tumbas de santos, exhumando sus restos y vendiéndolos para entregar el dinero obtenido a instituciones de caridad. Esto disgustó a las comunidades católicas, que llevaban siglos venerando esas reliquias que en muchos casos se creía que obraban milagros.

En el Concilio de Trento, en el que la Iglesia tomó las medidas que consideró necesarias contra la Reforma protestante, se reafirmó el valor de las reliquias y su importancia como ejemplo de vida cristiana y símbolo de la Resurrección. Sin embargo, se reconoció que las reliquias debían pasar un estricto proceso de legitimación. Este impulso de las reliquias, no obstante, se encontraba con un obstáculo: muchas de ellas se habían perdido a manos de los protestantes. Por eso, resultó casi providencial cuando en 1578, en un viñedo de Roma, la tierra cedió y se descubrieron unas catacumbas.

San Pancracio armado como un soldado romano en Wil, Suiza

Las catacumbas son galerías subterráneas en las que se enterraban los antiguos cristianos así como los judíos y algunos romanos paganos que preferían la inhumación a la más habitual incineración. La Iglesia se puso inmediatamente manos a la obra para buscar cuerpos de mártires muertos a manos de los romanos. Sin embargo esto no era tarea fácil. Se consideraba que eran mártires aquellos cuerpos enterrados junto a una vasija, que se creía que había contenido su sangre. También se buscaban tumbas con símbolos de tortura, una palma del martirio o una paloma así como lápidas que contuvieran la letra M, de mártir, aunque esta letra podía ser abreviatura de Marcus, Mes o Muerto. Se abrían, además, aquellas que contenían la palabra sang, abreviatura de sangre, evidenciando una muerte sangrienta.

Las medidas de autenticación de santos procedentes de las catacumbas se fueron haciendo cada vez más laxas, hasta los vigilantes cristianos que había en la entrada creían que solo una pequeña parte de los cuerpos recuperados eran los de santos. Sin embargo, se difundió la idea de que el hecho de haber sido cristiano durante la época de la persecución era suficiente para ser considerado mártir.

Otro problema era el de la identificación del santo, muchas lápidas estaban perdidas o no tenían el nombre de la persona a la que pertenecían. Por ello, a menudo se hacía una especie de ritual de bautismo a los huesos hallados. Se les nombraba por virtudes como Felix (felicidad) o Clemens (clemencia) o el nombre de la advocación del edificio religioso al que iban destinados. Menos frecuentemente, se les daba nombres que evidenciaban su anonimato, como San Incongnito o San Anónimo. Había voces escépticas aún dentro de la Iglesia sobre este nombramiento.

Las reliquias de las catacumbas eran excepcionales porque no habían pasado el proceso habitual de canonización, sino que estaban legitimadas por su procedencia. Además, se trataba, por lo general, de cuerpos completos casi en su totalidad, mientras que las reliquias de siglos anteriores solían ser un pequeño fragmento del cuerpo del santo. Por esta excepcionalidad, solían denominarse Cuerpos Santos en vez de reliquias.

En el Norte de Europa, especialmente en Suiza, Alemania y Austria, era muy habitual que estos cuerpos de santos se engalanaran con tejidos ricos y joyas de gran calidad. Estas ropas se colocaban de manera que mostrasen los huesos del interior, también decorados con gemas. Esta labor la solían realizar monjas, aunque en casos concretos se contrataba los servicios de artífices laicos. Los esqueletos se colocaban en posturas que simulaban naturalidad ya fuera de pie o recostados.

A partir del siglo XIX estas imágenes empezaron a considerarse anacrónicas y un tanto macabras, un recordatorio de un momento incómodo en la historia del cristianismo. Por eso, algunos de estos esqueletos se cubrieron con yeso para darles una apariencia más humana, aunque con poco éxito. Otros están ahora ocultos tras paneles de madera de los que salen solo una vez al año en procesión.

Bibliografía

FIOCCHI NICOLAI, Vincenzo, BISCONTI, Fabrizio y MAZZOLENI, Danilo (1999): Las catacumbas cristianas de roma. Origen, desarrollo, aparato decorativo y documentación epigráfica, Schnell & Steiner, Roma.

KOUDOUNARIS, Paul (2013). Heavenly Bodies: Cult Treasures & Spectacular Saints from the Catacombs, Thames & Hudson, Londres.

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