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Cuando el arte se mira en el espejo

Nos embarcamos en un recorrido por obras pictóricas que contienen otras pinturas en su interior, que hablan sobre sí mismas

David Teniers el Joven, El archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas, 1647-51.
Puede que el término de “metapintura” no nos sea demasiado familiar. Y, sin embargo, estamos más que acostumbrados a ver una obra de teatro sobre teatro o a leer una novela que trate sobre escribir una novela. Incluso en el mundo del cine, son muchas las películas que versan sobre el rodaje de una cinta en concreto. El célebre historiador del arte Julián Gállego ya realizó un profundo estudio sobre el tema de la “metapintura”, titulado El cuadro dentro del cuadro.

Al igual que el Quijote se entiende como “una novela sobre la novela” hay muchas obras pictóricas que nos muestran cómo se ve el arte a sí mismo, como si sus protagonistas y autores se miraran en un espejo. Son pinturas que encierran a su vez otras pinturas. Recreando el mito de Narciso, ensimismado con su propio reflejo, proponemos un pequeño viaje. Un recorrido por algunas de las numerosas obras que usan este recurso. Unas veces solo es por seguir una tendencia, pero la mayoría de ellas estamos ante una ventana al universo personal del artista, una autorreflexión.

Martin van Heemskerck, San Luchas pintando a la Virgen y el Niño, 1532.

Este juego artístico empieza a ser habitual en el siglo XVI, introduciendo un segundo nivel pictórico. Es el caso de San Lucas pintando a la Virgen y el Niño (1532) de Martin van Heemskerck, que se puede contemplar en el Museo Frans Hals de Países Bajos. Según las leyendas, San Lucas retrató a la Virgen con el Niño y ese es el motivo de que el Evangelista sea el patrón de los pintores. Precisamente este es el momento al que asistimos en la obra de Heemskerck, donde lo primero que llama la atención es la perspectiva tan exagerada, como si miráramos desde abajo. El hombre que aparece al lado de San Lucas con la corona de laurel se ha identificado con el propio artista, personificado aquí como la “inspiración”. Este “cuadro dentro de un cuadro” nos muestra como para Heemskerck las musas están por encima de todo.

Sofonisba Anguissola, Autorretrato con Bernardino Campi, 1559.

Un caso curioso es el de la pintora italiana Sofonisba Anguissola. Además de ser considerada una auténtica dama del Renacimiento, algunas de sus creaciones revelan mucho más sobre ella. Cuando un artista se pinta a sí mismo es como ponerse frente a un espejo, una fiel representación de su alma. Si ese cuadro contiene otro cuadro, la percepción pictórica alcanza nuevos niveles. Anguissola cultivó como nadie los géneros de retrato y autorretrato, como el Autorretrato de 1556 que hay en el Museo Lancut de Polonia. La autora se presenta observando al espectador directamente, como posando, y a la vez pintando en un atril una Madonna con Niño. La mirada relajada y el pelo recogido nos sugieren un momento muy íntimo de creación. Aun más peculiar es la obra titulada Autorretrato con Bernardino Campi (1559), localizado en la Pinacoteca Nacional de Siena. Este doble retrato supone un ejemplo excepcional de “metapintura”. El maestro de Anguissola, Bernardino Campi, nos contempla mientras realiza un retrato de la propia autora, que también dirige su mirada al exterior del cuadro. Con este juego de perspectivas Sofonisba pone de manifiesto su destreza ante su mentor. 
Frans Francken el Joven es otro pintor destacado en este campo. A finales del siglo XVI inaugura el subgénero de galerías o kunstkamer. Se trata de lienzos que representan con todo lujo de detalles galerías artísticas famosas de la época, plagadas de dibujos, esculturas y otros tesoros. Es una muestra elevada a la enésima potencia de lo que significa “un cuadro dentro de un cuadro”. También suponen un testigo más que honesto para conocer las colecciones de arte del momento. Entre sus muchas obras cabe mencionar Un gabinete de curiosidades, pintado en 1619 y conservado en el Royal Museum of Fine Arts de Amberes. Son pinturas llenas de simbolismo y alegorías. 
Este género se volvió rápidamente muy popular y lo pusieron en práctica autores como el flamenco David Teniers el Joven, que pintó una de las obras más reconocidas de este ámbito: El archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas. Se realizó entre 1647 y 1651, un impresionante óleo que hoy se puede disfrutar en el Museo del Prado. Aquí no solo encontramos “un cuadro dentro de un cuadro”, sino muchísimos más y reconocibles a simple vista. En el fastuoso repertorio de esta colección predominan los genios italianos, distinguiendo desde el principio Dánae o Diana y Calisto de Tiziano. Tintoretto, El Veronés, Giorgione o Rafael firman las obras maestras que se ven en esta galería. Sin duda merece la pena detenerse a contemplar con detenimiento cada detalle.

Diego Velázquez, Las Meninas, 1656. 

Pasemos ahora a comentar uno de los ejemplos más famosos de la “metapintura”. Seguro que al pensar en el concepto del “cuadro dentro del cuadro”, a muchos se les viene a la cabeza Las Meninas (1656), la obra más reconocible del genial Velázquez y la estrella del Museo del Prado. Sin detenernos en los cientos de entresijos que encierra esta gloriosa pintura, interesan sobre todo los recursos que se utilizan para desarrollar la escena. Aunque a primera vista parece que asistimos a un retrato en grupo protagonizado por la infanta Margarita, pronto nuestra mirada se desvía hacia Velázquez, que se autorretrató en un lateral pintando. Gracias al reflejo que se ve en el espejo del fondo, contemplamos como los que están siendo realmente retratados son Felipe IV y Mariana de Austria. Los límites de la pintura se desafían de todas las formas posibles, acompañando cada trazo de una extraordinaria belleza. Algo similar ocurre en Las Hilanderas, donde se nos presenta en primer término un taller de tapicería. Sin embargo, es al fondo dónde Velázquez representó su tema principal: la fábula de Aracne. Justo detrás pintó un tapiz con El rapto de Europa de Tiziano que también copió Rubens. La huella de tres artistas y “cuadros dentro de cuadros” campan por este lienzo de gran complejidad mitológica.

Johannes Vermeer, El Arte de la Pintura, 1666.

Cambiando a un ambiente más intimista y personal, Johannes Vermeer nos permitió asomarnos a su taller en El Arte de la Pintura(1666) conservado en el Museo de Historia del Arte de Viena. Aquí contemplamos otro ejemplo de “metapintura”, al retratarse el propio pintor de espaldas mientras dibuja a su modelo. El espectador se cuela en el estudio del artista, que se deja entrever tras una cortina. Su espacio más secreto lo plasmó como una verdadera fotografía y esta obra se convirtió en una de las favoritas de Vermeer, pues nunca quiso venderla. La maestría en el tratamiento de la luz y la riqueza de los interiores, las señas de identidad del genio del Delft, están siempre presentes.

Gustave Courbet, El taller del pintor, 1855.

Si hay que hablar de estudios de pintores y “cuadros dentro de cuadros”, tenemos que llegar hasta 1855. Ese es el año en el que Gustave Courbet terminó El taller del pintor, el colosal lienzo que hoy se encuentra en el Museo de Orsay. El realismo y la complejidad de esta obra la convierten en otro soberbio ejemplo, presentándose aquí la composición más misteriosa de Courbet. Según el propio artista escribió, “es el mundo el que acude a mí para que lo pinte”. A la derecha se sitúan los amigos del autor, como Baudelaire, George Sand o Proudhon. A la izquierda observamos a las clases sociales pobres, los más desfavorecidos. En el centro se autorretrató Courbet como mediador de todo, pintando un paisaje acompañado de una modelo desnuda, un niño y un gato. La simbología, las figuras alegóricas o la suerte de retratos ponen de manifiesto la función social que desempeña Courbet.

Salvador Dalí, Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales provisionalmente reflejadas en seis verdaderos espejos, 1972-73. 

Una creación más cercana en el tiempo la firma nuestro querido Salvador Dalí, con la obra titulada Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales provisionalmente reflejadas en seis verdaderos espejos(1972-73). Expuesta en el Teatro-Museo Dalí, ya el título en si mismo es de lo más surrealista. Este “cuadro dentro de un cuadro” está claramente inspirado en Las Meninas. Se trata de una composición estereoscópica donde Dalí busca la tercera dimensión, una mayor profundidad. Asistimos a un ambiente de hogar tranquilo, mientras el genio de Figueras retrata a su amada Gala y esta se mira al espejo. Dalí también se refleja a su vez en el espejo, consiguiendo nuevas perspectivas en la escena.

El silencio de los corderos, 1991 // Salvador Dalí, In Volupta Mors, 1951.  

Precisamente con otra creación de Dalí concluimos esta pequeña muestra, para comprobar que hoy en día hasta los carteles de cine pueden contener otros cuadros en su interior. Es el caso del cartel de presentación para la oscarizada película El silencio de los corderos, dirigida por Jonathan Demme en 1991. Contemplamos como se posa sobre los labios de Jodie Foster una mariposa muy peculiar, con un fuerte significado en esta cinta. Sin embargo, lo que parece una calavera en el lomo de la polilla y el motivo por el que a esta especie se la conoce como “mariposa de la muerte”, encierra un secreto. Si nos fijamos bien descubriremos que la calavera está formada por el cuerpo de siete mujeres desnudas, parte de la obra de Salvador Dalí titulada In Voluptas Mors. El retrato completo es una colaboración del artista con el fotógrafo Philippe Halsman, realizada en 1951. En la composición entera vemos a Dalí posando junto a esta singular “calavera” gigante. La relación directa con el sexo y la muerte le viene como anillo al dedo al magnífico filme.

Imagen| Wikipedia

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