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La conjura de Catilina: el intento fallido de derrocar a la República romana

El contexto político y social de la crisis

Cicerón denuncia a Catilina, por Cesare Maccari.

La conjura de Catilina fue un complot liderado por Lucio Sergio Catilina, un senador romano de origen patricio, que pretendía asesinar a los cónsules en el año 63 a.C. y tomar el poder por la fuerza, con el apoyo de un grupo de descontentos sociales, políticos y militares. Su objetivo era acabar con el régimen oligárquico de la República romana, que se encontraba en una profunda crisis por las tensiones entre las distintas facciones, las desigualdades sociales, la corrupción, la violencia y las guerras civiles.

Catilina era un hombre ambicioso, carismático y hábil orador, pero también tenía una reputación de ser cruel, inmoral y conspirador. Había participado en la guerra social y en la guerra civil de Sila, en la que se distinguió por su crueldad contra los partidarios de Mario. Después de la victoria de Sila, se benefició de los repartos de tierras y de las proscripciones, pero también se endeudó y se vio envuelto en varios escándalos políticos y judiciales. Aspiraba a alcanzar el consulado, la magistratura más alta de la República, pero fracasó en dos ocasiones, en el 66 y en el 64 a.C., debido a la oposición de sus enemigos políticos, entre los que se encontraba Cicerón, el famoso orador y abogado.


El plan de Catilina y su descubrimiento

Tras su segundo fracaso electoral, Catilina decidió organizar una conjura para derrocar al gobierno legítimo y establecer un nuevo orden. Para ello, reclutó a un grupo de seguidores, entre los que se encontraban senadores descontentos, caballeros arruinados, veteranos de guerra, jóvenes nobles, esclavos, campesinos y gladiadores. Les prometió el perdón de sus deudas, el reparto de tierras, el saqueo de la ciudad y el cambio de la constitución. También buscó el apoyo de algunos aliados externos, como los galos alóbroges y los etruscos.

El plan de Catilina consistía en asesinar a los cónsules, Marco Tulio Cicerón y Cayo Antonio Híbrida, y a otros senadores, durante la celebración de los juegos romanos, el 27 de octubre del 63 a.C. Luego, debía proclamarse cónsul y marchar con sus tropas hacia Roma, donde se le unirían sus cómplices. Sin embargo, el plan fue descubierto por Cicerón, que había sido informado por algunos de los conjurados que se arrepintieron o que eran agentes dobles. Cicerón convocó al Senado y pronunció la primera de sus cuatro famosas Catilinarias, en las que denunció la conjura y exhortó a Catilina a abandonar la ciudad. Catilina, que se encontraba presente, se defendió de las acusaciones y se marchó de Roma esa misma noche, dirigiéndose al campamento de Manlio, uno de sus lugartenientes, en Etruria.


El final de la conjura y sus consecuencias

Cicerón, que había obtenido del Senado el poder de actuar contra los conjurados, ordenó la detención de los principales implicados que se habían quedado en Roma, entre ellos, algunos senadores de renombre, como Publio Cornelio Léntulo Sura, Cayo Cetego, Publio Autronio y Lucio Casio Longino. Los detenidos fueron interrogados y confesaron su participación en la conjura. Cicerón expuso las pruebas ante el Senado y el pueblo, y propuso la pena de muerte para los conjurados. Su propuesta fue apoyada por la mayoría de los senadores, pero también hubo algunos que se opusieron, como Julio César, que abogó por el destierro. Finalmente, los conjurados fueron ejecutados en la cárcel, sin juicio formal, el 5 de diciembre del 63 a.C.

Mientras tanto, Catilina intentó reunir más fuerzas para enfrentarse al ejército romano, que estaba al mando de Cayo Antonio Híbrida, el cónsul colega de Cicerón. Sin embargo, no logró el apoyo esperado de los galos ni de los etruscos, y se vio obligado a combatir en inferioridad numérica y de armamento. La batalla decisiva tuvo lugar el 5 de enero del 62 a.C., en Pistoia, cerca de Florencia. Catilina y sus hombres lucharon con valor, pero fueron derrotados y aniquilados por las legiones romanas. El propio Catilina murió en el campo de batalla, rodeado de cadáveres.

La conjura de Catilina fue el último intento de subvertir el orden republicano por la vía violenta. Su fracaso supuso el triunfo de Cicerón, que fue aclamado como el salvador de la patria, pero también el inicio de su declive político, pues se granjeó la enemistad de muchos de sus colegas, que le acusaron de haber actuado de forma ilegal y arbitraria. La conjura también reveló la fragilidad de la República romana, que seguía sumida en una profunda crisis, que desembocaría, años más tarde, en el ascenso de Julio César y en el fin del régimen republicano.

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