Diez inventos que cambiaron la Historia

Una huella imborrable Imagen meramente ilustrativa. En la vasta y fascinante historia de la humanidad, ciertos inventos han dejado una huell...

Evolución y socialización (1).

Por Eudald Carbonell

Plantearse integrar el conocimiento científico en la sociedad no es nada sencillo, ya que venimos de tradiciones elitistas donde se consideraba una exclusiva del personal que lo obtenía. Hablamos de la evolución del conocimiento en el siglo XX y ahora en el XXI. Cada vez más, existe entre los investigadores jóvenes unanimidad a la hora de llevar un programa de trabajo que permite la trasferencia de conocimientos al acervo cultural de la especie. Pocos son los que se plantean vivir en la torre de marfil, lejos de lo que la sociedad les ha permitido conseguir con sus impuestos y su desarrollo económico, dedicándose a pensar, que es lo que más gusta a esta profesión.

Conocer las propiedades emergentes, y las ya emergidas, de la naturaleza constituye el proceso matriz de todo este desarrollo humano. Seguramente sin Newton, sin Darwin, sin  Einstein,  sin muchos otros seres geniales, ni seríamos como somos ni viviríamos como lo llevamos a cabo. Todos tienen en común que se han desenvuelto en un entorno sin el cual sería imposible que pudieran dedicar tiempo y capacidad a descubrir qué es lo que nos rodea. Así pues, con mucha probabilidad, lo que nos hace humanos sea el conocimiento y el pensamiento.

Las razones de la socialización de la ciencia son el motivo de ser de la conciencia crítica y del interés general para que en el futuro la especie continúe manteniendo su singularidad en el planeta. Parece del todo irreversible el camino que hemos tomado hacia el conocimiento de la complejidad y su funcionamiento, así como la aplicación práctica del saber adquierido, tanto para  vivir mejor como para prosperar como Homo sapiens.

Integrar la ciencia como proceso social es lo que procede después de la revolución científicotécnica; parece obvio que no hay otro camino. Sin embargo, debemos reflexionar sobre la manera como aplicamos el conocimiento y que la socialización de la ciencia nos ayude a ser más coherentes y solidarios entre nosotros; no veo otro camino y seguramente no hay otro que sea tan eficiente como el que estamos plateando.

Si convenimos que es de interés general que la ciencia se integre como educación práctica, también debemos desarrollar los mecanismos para que esto sea posible. ¿Cómo ejecutarlo? Esta es una cuestión importante. Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías pueden ayudarnos siempre y cuando seamos capaces de generar estructuras epistemológicas adecuadas a los cambios que se han producido en la evolución humana. Se trata de sincronizar actitud y capacidad y así hacernos aptos para abordar la complejidad creciente, sin demasiado riesgo y estrés de especie.

Muchos humanos que trabajamos en el conocimiento de las ciencias de la vida, de la tierra y sociales, estamos muy dispuestos a colaborar activamente en la continuación de algo que hemos considerado consustancial en el programa de trabajo: hacer participar a la sociedad tanto en los descubrimientos y su lógica, como en la propia construcción científica.
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Extraído de El Mundo

El primer antepasado del hombre.

Hace poco más de un año, la prestigiosa revistaScience publicaba un sorprendente hallazgo paleontológico. Se trataba de un homínido desconocido, el Australopithecus sediba, que vivió hace unos 2 millones de años en África y que, según sus descubridores, científicos de la universidad sudafricana de Witwatersrand, podía arrojar nueva luz sobre los orígenes del hombre actual. Los restos fósiles presentados entonces correspondían a un varón de entre 10 y 13 años y a una hembra cerca de la treintena que murieron al caer al fondo de una cueva al mismo tiempo o con unas semanas de diferencia. Ahora, cinco estudios diferentes publicados en la misma revista describen nuevos detalles sobre la anatomía de este antiguo homínido, hallazgos que incluso ponen en duda algunas de las teorías más asentadas sobre la evolución humana. Las investigaciones dejan claro que el sediba tenía rasgos primitivos, como, por ejemplo, un cerebro pequeño, pero también otros muy similares a los humanos, como una pelvis evolutivamente muy avanzada y unas manos «diseñadas» para fabricar herramientas. También caminaba como cualquiera de nosotros. Por esta mezcla de rasgos, los científicos creen que, como sospechaban cuando desenterraron los restos, nos encontramos ante el mejor candidato a antepasado del género Homo, el nuestro.
Las nuevas investigaciones incluyen la descripción más completa jamás realizada de la mano de un homínido temprano, la pelvis más completa jamás descubierta, el escáner de alta resolución más preciso de un cráneo nunca realizado y nuevas piezas del pie y el tobillo. El Australopithecus sediba ha sido examinado de arriba a abajo por más de 80 científicos de todo el mundo.
El primer antepasado del hombre
P.S.
Una mano pequeña, pero muy evolucionada
Para empezar, expertos de la Universidad de Victoria en Melbourne (Australia), ayudaron a precisar la antigüedad de la extraña pareja con técnicas paleo magnéticas y con la datación de los sedimentos del yacimiento sudafricano deMalapa, donde aparecieron los restos, que resultaron tener 1,977 millones de años. Estoadelanta la aparición de los primeros rasgos humanos en el registro fósil, ya que hasta ahora, lo fósiles que databan de 1,9 millones de años, la mayoría atribuidos alHomo habilis y al Homo rudolfensis, han sido considerados los ancestros humanos más primitivos. La mayor antigüedad del Australopithecus sediba aumenta la posibilidad de la existencia de un linaje separado y más antiguo del que podría haber evolucionado el Homo erectus.

Un cerebro del tamaño de un pomelo

El primer antepasado del hombre
ESRF
Un cerebro de 420 cc
Los investigadores de Witwatersrand se encargaron de examinar el cráneo del sediba. Escaneado en detalle en el potente Sincrotrón de Grenoble (Francia), un acelerador de partículas capaz de observar estructuras moleculares como si fuera un grandioso microscopio, contenía un cerebro con forma humana, pero mucho más pequeño -420 cc, apenas el tamaño de un pomelo y poco más grande que el de los chimpancés, cuando el ser humano actual tiene entre 1.200 c y 1.600 cc- aunque con signos de reorganización neuronal en la región orbitofrontal, directamente detrás de los ojos. Según los autores, este resultado pone en duda la clásica teoría de la gradual ampliación del cerebro durante la transición del Australopithecus al Homo.
El primer antepasado del hombre
P. SCHMID
La pelvis es muy parecida a la humana
Otro estudio separado señala que este lejano antepasado tenía una pelvis muy parecida a la humana -algunas partes son indistinguibles- que no se correspondía con su capacidad craneal. Las manos y pies del homínido también muestran una importante mezcla de rasgos primitivos y modernos. Expertos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzing (Alemania) analizaron la mano de la hembra y encontraron que tenía un aparato flexor fuerte, lo que indica que estaba acostumbrada a trepar por los árboles, pero tambiénun pulgar largo y dedos cortos, un signo de que podía agarrar con precisión y una de las características especiales del linaje humano. Posiblemente, afirman los investigadores, ya había comenzado a fabricar herramientas incluso antes que el Homo habilis.

Sobre dos piernas

El análisis de los pies y los tobillos de los dos ejemplares confirma que a veces trepaban a los árboles, pero que también caminaban y corrían sobre dos piernas. La forma del tobillo es tan sorprendente que «si los huesos no se hubieran encontrado pegados, los hubiéramos descrito como pertenecientes a especies diferentes», dice Bernhad Zipfel, de Witwatersrand. La articulación del tobillo recuerda a la de un ser humano, con un arco y un tendón de Aquiles bien definidos, pero el talón y el hueso de la espinilla parecen de simio.
Esta mezcla de rasgos modernos y primitivos «combina características de simios y humanos en un solo paquete anatómico», apunta Lee Berger, descubridor de los fósiles, en lo que parece ser una forma de transición entre los primeros Australopithecus y la aparición del género Homo.
Extraído de ABC

Dejaron su rastro en el ADN: los humanos modernos se cruzaron en África con especies más primitivas.

La genética está revolucionando la historia de la Humanidad: ahora ha revelado que todos los humanos modernos se cruzaron con especies más primitivas que dejaron su rastro en el ADN, una teoría que hasta hace no mucho era desechada por gran parte de los investigadores. Si hace en mayo de 2010 se descubría que los 'Homo sapiens' se hibridaron con los neandertales al salir de África, ahora un nuevo estudio ha descubierto que los que se quedaron en este continente también tuvieron descendencia con homínidos arcaicos, de quienes se desconoce la identidad.

Un grupo de biólogos norteamericanos, liderados por Michael F. Hammer, de la Universidad de Arizona, ha llegado a esta conclusión después de comparar varias regiones del ADN de indígenas del centro de África: en algunas de las poblaciones cerca del 2% de su material genético provendría de un ancestro con el que se reprodujeron sus antepasados hace unos 35.000 años. No se sabe la especie, pero sí que su rama evolutiva se había separado de la nuestra hace unos 700.000 años.

Los científicos se centraron en 61 regiones del ADN no codificado (lo que no son genes) de 16 individuos mandingas, 16 pigmeos baka de Camerún y nueve san (bosquimanos) sudafricanos, si bien también utilizaron muestras de otras étnias, como los dogón (Malí), los xhosa (Sudáfrica) o los mbuti (de República Democrática del Congo).

Homínidos de transición.

Partían de una pregunta sin respuesta: si los 'Homo sapiens' se hibridaron con los neandertales hace 60.000 años, dejándoles hasta un 4% de su ADN, y también hubo cruce con los denisovanos ¿no habría sucedido lo mismo en África? A fin de cuentas, se dijeron, allí podían haber convivido con muchas más especies primitivas durante decenas de miles de años. "El registro fósil indica que hay una gran variedad de homínidos de transición, con características modernas y arcaicas en un área que va de Marruecos a Sudáfrica", recuerdan en un artículo que publican hoy en 'Proceedings of National Academy of Science' (PNAS).

Pero la respuesta no la encontraron en las bases de datos que existen sobre la genética de los pueblos africanos: por un lado, porque no habían tenido en cuenta las mutaciones causadas por la selección natural; y por otro, porque no había información sobre cazadores-recolectores, que son la mayor reserva de diversidad genética del planeta.

Una dificultad añadida es que en África es muy complicado, si no imposible, recuperar ADN de homínidos extintos, como ocurrió con los neandertales, debido a sus condiciones climáticas, muy cálidas.

Fue al analizar algunas secuencias genéticas del cromosoma 4 cuando descubrieron que la única explicación plausible para estos polimorfismos era que procedieran de un homínido arcaico. Además, mientras los pigmeos tienen el porcentaje más alto (un 3,6%) de una de las mutaciones, en otras les superan los bosquimanos (con un 11,9%) y los mbuti (un 14,8%). Precisamente, estos últimos son los que han vivido más aislados durante miles de años en las selvas congoleñas. "Toda esta información sugiere que África central fue el hogar de un homínido arcaico que se hibridó con los humanos modernos que vivían allí", aseguran los autores.

Hibridación.

Los biólogos no ponen nombre a la especie. Tan sólo apuntan que se separó de la rama humana en el Pleistoceno Medio y se mantuvo aislada cientos de miles de años. "Hace 700.000 años en África vivía el 'Homo erectus', que ya tenía un cerebro grande; hace 200.000, ya había individuos con una morfología moderna. Y hay restos de homínidos con rasgos primitivos hasta hace 35.000 años. La eviencia que presentamos aquí sugiere que una especie que llevaba mucho tiempo separada cambió genes con otra que evolucionaba hacia una apariencia moderna o ya la tenía. Y ese fenómeno ocurrió en África central", asegura el equipo de Hammer, que defiende que la hibridación "ha jugado un papel clave en el origen de algunos de nuestros rasgos humanos únicos".

El biólogo Carles Lalueza-Fox (CSIC), que participó en el proyecto del genoma del neandertal, reconoce que "si los sapiens pudieron cruzarse fuera de África, también lo podían hacer dentro" y apunta que "el panorama de la emergencia de nuestra especie es definitivamente más complejo de lo que hubiéramos pensado hace un par de años".

Los autores no entran en determinar qué función tiene ese ADN que han conservado algunos africanos hasta nuestros días. En el caso de los neandertales, se sabe que dejaron genes que mejoraron el sistema inmune de los sapiens. En éste, los científicos ya están buscando para qué les ha servido.
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Extraído de El Mundo

Turquía quiere trasladar los míticos colosos de Nemrut a un museo.


Forman parte de la larga lista de candidatos a la "octava maravilla del mundo" y en 1987 fueron reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Los colosos de Nemrut, en el sureste de Anatolia, un conjunto de estatuas de hasta 9 metros de altura sobre una colina artificial, llevan décadas atrayendo a arqueólogos y turistas: dioses y reyes, leones y águilas se mezclan sobre la cima de un monte desnudo. La foto de las gigantescas estatuas al atardecer -o al amanecer, para los valientes- es un recuerdo obligado de cualquier viajero que se precie... todavía.
Tal vez pronto deje de serlo. El ministro de Cultura de Turquía, Ertugrul Günay, acaba de hacer una propuesta que ha revolucionado el mundillo arqueólogico turco: cree necesario llevarse las estatuas a un museo que se construiría al pie del monte, 800 metros más abajo, para protegerlas mejor. Las duras condiciones climáticas -a 2.134 metros sobre el nivel del mar, la temperatura puede bajar hasta 40 grados bajo cero, y tormentas de nieve, viento y sol azotan la piedra- hacen temer que la erosión vaya acabando poco a poco con este tesoro. "He podido comprobar personalmente los daños ocasionados en los últimos 20 años", asegura. "Sueño con ellas todas las noches. Quisiera cubrirlas con mi manta", añadió.
No todos le creen: teniendo en cuenta que las estatuas llevan en ese lugar desde hace 2.000 años -fueron encargadas por el rey Antíoco I. alrededor de 62 a.C.- deberían aguantar un poco más. Se cree que los daños visibles en nariz y barbillas de las cabezas más conocidas -y el hecho de que todas las estatuas están descabezadas- se deben a una destrucción humana.
Estatuas milenarias.
"Todas nuestras propuestas se encaminan a proteger el conjunto en su lugar original", asegura Neriman Sahin Güçhan, la Coordinadora del Programa de Protección de Nemrut en la Universidad Técnica de Medio Oriente, un organismo establecido por un convenio con el propio Ministerio de Cultura. Declara al diario turco Hürriyet que su equipo ya ha desarrollado una sustancia química idónea para proteger la piedracontra la erosión, y que incluso está aprobada por las instancias del Ministerio encabezado por Günay.
El ministro, sin embargo, niega este extremo. "Les pedí que me trajeran la sustancia y no fueron capaces", asegura. Descarta también la idea de proteger las enormes piedras con mámparas de cristal o lonas, porque los vientos destruirían cualquier estructura de este tipo, y pone fecha a la construcción del museo: podría estar listo dentro de tres a cinco años.
Otros arqueólogos apoyan a Günay y creen que no bastará con un químico para proteger la blanda piedra calcárea y arenisca. Los enormes relieves, de piedra vulcánica, han sufrido aún más la erosión. En la India, sin embargo, se han obtenido buenos resultados con compuestos de silicatos etílicos para proteger templos antiguos. La UNESCO no ha incluido Nemrut en su lista de lugares amenazados. Eso sí, destaca en su descripción que "la transformación del paisaje natural del Monte Nemrut es una de las iniciativas más colosales de la época helenística". En el caso de un traslado quedaría por debatir qué lugar permanecería en la lista: el museo o la colina.
Extraído de El Mundo

Hallazgo en el lago Turkana: las primeras herramientas talladas por un 'Homo erectus'.


Varias de las herramientas de piedra de hace 1,7 millones de años.|'Nature'

Un equipo de paleontólogos y geólogos de Francia y Estados Unidos ha descubierto cerca del Lago Turkana, en Kenia, un conjunto de herramientas de piedra que habrían sido realizadas por un ancestro humano, de la especie 'Homo erectus', hace 1,76 millones de años.

Los investigadores, que publican en 'Nature' el hallazgo, apuntan que serían 300.000 años más antiguas que otros utensilios fabricados con la misma técnica (denominada achelense) por esta especie de homínidos, para algunos expertos los primeros que fueron intrínsecamente humanos. Otros paleoantropólogos, no obstante, defienden que fueron los 'Homo habilis'.

Aunque con anterioridad una de las firmantes del trabajo, Helene Roche, de la Universidad de París Naterre, ya había publicado utensilios de unas fechas similares, estas nuevas piezas confirman que aquellos humanos, que se extendieron por Eurasia y África (allí también se les llama 'Homo ergaster') hace dos millones de años, eran capaces de modelar grandes piedras con forma de hacha y filos cortantes, los bifaces, si bien, dado su gran tamaño, no está claro para qué las utilizaban.

Las herramientas se encontraron a pocos kilómetros de donde el equipo de Richard Leakey localizó, en 1984, el esqueleto más completo conocido de un 'Homo erectus', bautizado como el 'Niño de Turkana'. Fue en el yacimiento de Kokiselei. Los geólogos, dirigidos por Christopeher J. Lepre, de la Universidad de Rutgers (EE.UU.), dataron los sedimentos en función de la polaridad magnética de la Tierra que había en aquel momento del pasado y era distinta a la actual.

De este modo determinaron que pertenecían a un momento llamado 'subcron de Olduvai', con una antigüedad de 1,76 millones de años, lo que según Lepre convierte a las piedras talladas en las más primitivas descubiertas de esa especie humana, la misma datación que previamente habían hecho para un cráeno enontrado en Koobi Fora, otro yacimiento cerca del lago Turkana.

Otros especialistas, como el arqueólogo Manuel Santonja, del Centro Nacional de Evolución Humana (CENIEH), recuerdan que ya había dataciones similares para algunos utensilios de piedra, algunos presentados por la propia Roche hace unos años y otros en Sudáfrica: en la formación Rietputs se han encontrado bifaces de hace 1,6 millones de años.

Respecto a su posible uso, el paleontólogo Eric Delson defiende que, dado su tamaño, podrían haberse utilizado para despedazar grandes animales, como los elefantes. Desde luego, no servirían para tratara de cazar algo a distancia, proque fácilmente podría acabar el cazador con el hombro dislocado dado su peso.

Sin huesos con marcas.

El arqueólogo español Manuel Domínguez-Rodrigo es más cauto y reconoce que, de momento, no se han encontrado yacimientos en los que haya este tipo de herramientas y huesos de animales con marcas de haber sido cortados por ellas.

Por otro lado, los investigadores destacan el hecho de que hubiera herramientas de dos tecnologías distintas (una más primitiva que otra) mezcladas, lo que podría significar que 'Homo habilis' y 'Homo erectus' vivieron en el mismo tiempo, o que los segundos utilizaba ambas, en función de sus necesidades, como mantiene el equipo de Domínguez-Rodrigo, que excava desde hace años en la Garganta de Olduvai.

"Necesitamos conocer mejor el entorno en el que vivían porque eso nos dará pistas de los procesos evolutivos de la biología humana, que ha sido afectada por cambios en el clima, la vegetación y la fauna de su entorno", concluye Lepre. Es algo que, como otros equipos, incluido el del Instituto de Evolución en África (IDEA) español, están tratando de descubrir.
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Extraído de El Mundo

Los neandertales mejoraron al ser humano no africano.

Los neandertales, esos cercanos primos de la especie humana moderna que dejaron de existir hace 28.000 años, mejoraron la genética de los 'Homo sapiens' una vez que estos últimos salieron de África. Así se demuestra en un artículo, publicado esta semana en 'Science, en el que los autores han logrado identificar varios genes y regiones el ADN que furon aportados por los neandertales al sistema inmune que aún tenemos.

El estudio, dirigido por Peter Parham, de la Universidad de Stanford, ha sido posible una vez que se conocen los genomas tanto de los neandertales (homínidos que evolucionaron en Eurasia hace medio millón de años) como los denisovanos (una especie humana recién descubierta en Siberia, que habría poblado Asia y procedería de la misma rama evolutiva que los neandertales).

Investigaciones previas ya habían señalado que el cruce entre las tres especies humanas que compartían el planeta hace más de 60.000 años, se produjo en Eurasia, razón por la cual se identificó un 2,5% de ADN neandertal (de media) en todos los no africanos. También se detectó parte de ADN denisovano en poblaiones asiáticas, sobre todo de Melanesia, donde el porcentaje de ADN ancestral asciende a casi el 6%.

Pero se pensaba que es aportación de seres menos evolucionados no habría sido importante, algo que desmiente ahora el estudio. Los investigadores se centraron en el sistema inmune (conocido como HLA), porque está sometido a la presión de las enfermedades y muta con facilidad. Sospechaban que una parte podía venir de homínidos primitivos, dado que no eran habituales.

La comparación de secuencias genómicas les dió la razón: había varios genes en el HLA (como el B*51 o el C*07) que eran propios de la evolución de los neandertales y habían pasado a las poblaciones de humanos modernos, y lo mismo pasaba con una región llamada 'HLA class I'. Los porcentajes de presencia entre los europeos era de un 50%, los asiáticos un 80%, los de Papúa Nueva Guinea hasta un 95%, pero no estaban en los africanos.
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Genes de los denisovanos.
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También encontraron dos genes que son propios del genoma de los denisovanos (la única especie descrita con un trozo de dedo y un diente) que están presentes en los asiáticos, sobre todo del oeste, pero que no aparecen en el genoma de los nacidos en África.

La conclusión, indican los autores, es que "el mestizaje con otras especies mejoró a los humanos modernos". Así lo cree también Carles Lalueza-Fox, del CSIC, que ha secuenciado ya varios genes de neandertal: "Estos humanos se adaptaron durante cientos de miles de años a un entorno, en Eurasia, y crearon defensas inmunológicas frente a patógenos locales que luego se extendieron entre los humanos modernos".

Para los investigadores de Stanford se trata de un claro ejemplo de selección natural: aquellos que portaban los genes protectores, es decir, procedían de la hibridación con los neandertales, sobrevivieron en mayor medida que quienes no los tenían.

Lalueza-Fox, por su parte, indica que "pudo deberse al azar y luego se expandió a medida que aumentaban las poblaciones".
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Extraído de El Mundo

La vida de los arqueólogos.

Los arqueólogos también sufren la crisis, pero su vocación les da ánimos para seguir investigando y romper los tópicos.

Carme lleva botas altas de caminar y pantalones tipo militar de color verde. Fuma un cigarrillo de vez en cuando. Camina supervisando máquinas excavadoras y cuando hace falta sube al terrado del castillo medieval donde trabaja, mediante una escalera un tanto precaria apoyada en la pared. Protege su cabeza con un casco de obra. Verónica pasa el día delante de un ordenador en un diminuto despacho de la universidad, situado en un sótano cercano a un almacén de restos de esqueletos humanos. A su derecha, un microscopio de laboratorio con distintas placas. La pantalla de su computadora está repleta de cálculos estadísticos y fórmulas químicas.

Cuesta imaginarlo, pero ambas mujeres desempeñan la misma profesión: son arqueólogas. Si poco tienen en común entre ellas, aún menos lo tienen con la mitología de Indiana Jones: ni rastro del látigo empolvado y aún menos del sombrero de piel desgastada. Tampoco tienen pinta de haberse balanceado sobre puentes de bambú colgados sobre un río repleto de cocodrilos hambrientos.

Se puede discutir si el personaje cinematográfico interpretado por Harrison Ford, el prototipo del arqueólogo aventurero de acción (que el director Steven Spielberg acaba de jubilar), ha sentado bien o mal a la reputación del colectivo. Por un lado, ha sacado del anonimato a unos profesionales poco reconocidos y con poca visibilidad. Pero, por el otro, ha difundido unos tópicos que, como se acaba de describir, no corresponden a la realidad. ¿Cómo vive de verdad un arqueólogo? Lo primero que hay que decir es que, hasta hace poco esta profesión ni siquiera tenía una carrera como tal. Los primeros arqueólogos de principios del siglo XX eran casi unos románticos y en sus investigaciones sí había cierta vertiente artística o aventurera. Eran, en el mejor de los casos, licenciados en Historia o en Filosofía y Letras que se dedicaban a buscar nuestro pasado olvidado bajo tierra. La administración hacía la vista gorda y, por otra parte, había muchos terrenos desconocidos que explorar. En otros casos, eran coleccionistas que querían recuperar piezas olvidadas. Simplemente hacían de arqueólogos.

Ahora, ya entrados en el siglo XXI, el oficio se ha profesionalizado y el marco laboral ha quedado institucionalizado. En España, desde hace un par de años, con los nuevos planes de estudios, además de los másters, por primera vez existen facultades de Arqueología, aunque todavía no ha salido la primera promoción. Pero esto no despeja las incógnitas: una vez terminados los estudios, ¿cuál es la realidad? ¿En qué consiste este estilo de vida?

“Existe una imagen bucólica de la profesión, pero el arqueólogo hoy en día tiene que hacer trabajo de campo en coordinación con su equipo. Y no todos los arqueólogos van por ahí con pinceles en la mano. En este oficio existe un componente burocrático importante: hay que pedir permisos, porque para excavar siempre se precisa una autorización”, recuerda Gemma Caballé, de ADAC, Associació d’Arqueòlegs de Catalunya. “Es cierto: se necesita tener un cierto aguante físico, ya que al cabo del día acabas con la espalda machacada. Pero es un trabajo delicado y de hormiga, no de fuerza. Puedes tener suerte, no obstante se precisa paciencia: el reconocimiento llega al cabo de los años”, explica.

Casi todos los arqueólogos sueñan con encontrar la tumba del faraón perdido, pero la realidad es que una de las salidas profesionales más comunes es la inspección arqueológica previa a la construcción de una obra, pública o privada. “En el fondo esta profesión tiene poco glamur. Un arqueólogo casi nunca decide dónde excavar: lo decide la constructora”, explica Carme Subiranas, de la empresa ARCS Patrimoni Cultural, que está terminando excavaciones en el castillo medieval de Vallmoll, en la provincia de Tarragona. “Hacemos los mismos horarios que los albañiles en una obra. Y las relaciones con los promotores pueden llegar a ser difíciles”.

Pues sí: los arqueólogos se ven como estorbos al desarrollo de planes urbanísticos, ya que con sus descubrimientos pueden paralizar una obra. Una vez comprobada la existencia de algunos restos, ellos son los que redactan las llamadas memorias, en las que queda constancia de los descubrimientos, para que las autoridades públicas correspondientes hagan sus propias valoraciones.

La verdad es que, en los años del boom económico, la arqueología ha sido una actividad subsidiaria del urbanismo. Xavier Hernández, catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales, Geografía e Historia de la UB y miembro de la plataforma SOS Museu d’Arqueologia explica que, “a raíz delboom de la construcción, en los años 90 se pagaron legiones de arqueólogos para llevar a cabo una actividad que yo llamo arqueología del cemento, que lo único que han producido son memorias rápidas. Pero estas memorias no han sido capaces de traducirse en informes idóneos para publicaciones científicas”.

Hoy por hoy, ese boom de la arqueología ha terminado. Francesc Florensa, de la empresa Atics, hace un análisis muy duro. “Hemos notado la crisis en todos los sectores. La construcción y la promoción inmobiliaria han frenado en seco y la bajada de la obra pública ha sido muy fuerte. Muchas empresas de arqueología han desaparecido”. Para Florensa, quien aspire a convertirse con este oficio en el Indiana Jones del siglo XXI no debería hacerse demasiadas ilusiones. Los esfuerzos que supone la profesión, como desplazarse durante temporadas fuera de casa, ir en constante búsqueda de un proyecto de investigación, no siempre tienen el reconocimiento social y económico esperado (y deseado). “Uno no tendría que tener demasiadas expectativas. El arqueólogo es un mileurista, no tiene trabajo todo el año y todo es muy precario”, advierte.

La Administración también tiene su parte de responsabilidad. Según Xavier Hernández, “España no cuenta con una verdadera política cultural. Las instituciones han pensado exclusivamente en encargar equipamientos culturales a grandes arquitectos, con el resultado de que se excava muy poco en nuestro país”. Otro problema es el sistema de financiación pública, que está en manos de las comunidades autónomas. Esto hace que se impulsen las investigaciones de carácter local, pero las misiones arqueológicas internacionales a otros países quedan prácticamente huérfanas de ayudas.

Con este panorama, para ejercer de arqueólogo se necesita mucha moral, pasión y vocación. Vistos desde fuera, estos profesionales pueden parecer unos bichos raros, más interesados por el pasado que por vivir el mundo presente. Una vez, con cierto sarcasmo, la escritora británica Agatha Christie dijo: “Cásate con un arqueólogo. Cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará”.

Sin embargo, quien se dedica a esta profesión asegura que, pese a todo, el trabajo compensa. Hace muchas décadas, cuando todo era más improvisado, el arqueólogo lo hacía todo: excavar, investigar, dibujar, analizar. En la actualidad esto ya no es así. El arqueólogo moderno tiene que rodearse de profesionales de varias disciplinas: filólogos, arquitectos, paleontólogos... Es un ambiente intelectual muy estimulante.

Porque una cosa está clara: una persona por sí sola, por muchos conocimientos que tenga, ya no puede abarcarlo todo. “Entre los arqueólogos coexisten varias figuras: están los que pasan meses en el campo de trabajo, pero cojean en el momento de hacer informes y viceversa. Lo más importante es la capacidad de observación, de entender el descubrimiento, de interpretarlo”, señala Josep Maria Gurt, catedrático de Arqueología de la UB.

José Manuel Galán representa tal vez el modelo de arqueólogo al que aspiran muchos que quieren dedicarse a esta profesión. Lidera una expedición española en Egipto. Empezó hace diez años en Luxor, con la ayuda de patrocinadores privados y está considerado como unos de los máximos expertos en arqueología egipcia. Una vez más, Galán invita a ser realistas y a no caer en ilusiones: “Mi día a día está en la oficina aquí en Madrid. La excavación dura unas semanas, pero luego hay que estudiar lo que se encuentra, fecharlo, entenderlo. El 80% del trabajo de un arqueólogo es trabajo de mesa. Porque luego tienes que divulgar, interpretar y publicar lo que has encontrado. En la arqueología, la excavación tiene que ser el medio, no el fin”, avisa.

En efecto, lo que hace un buen arqueólogo no es tanto el descubrimiento en sí, cuanto la interpretación que se da del mismo. Por poner un ejemplo, si se encuentran restos de cerámica antigua en unas excavaciones, a partir del análisis geológico y mineralógico de los materiales, se puede deducir su zona geográfica de procedencia y de ahí suponer la posible existencia de rutas comerciales en el lugar del yacimiento. Para llevar a cabo este análisis, la pica, la pala y el pincel no son suficientes: ¡se precisan conocimientos de química orgánica! Con todo, esta rama de arqueología más científica, muy sugestiva, es minoritaria y una de las más difíciles que conseguir. José María Gurt explica que el arqueólogo que quiere seguir investigando en el ámbito universitario y conseguir un doctorado a menudo ha de irse al extranjero. Y que cuando vuelve a España, su futuro tampoco está asegurado. Así que muchos acaban trabajando en museos o en institutos de conservación del patrimonio y aparcan sus sueños.

Ahora bien, si la arqueología no goza de su mejor salud, los que se dedican a ello no pierden las esperanzas y son conscientes de la riqueza social de su trabajo. Aseguran que les pagan para hacer lo que más le gusta. Y cuando se encuentra algo inesperado durante la búsqueda en un yacimiento, la emoción se dispara. “Fui a excavar durante un mes y no apareció nada. De repente, chocas con algo inesperado… Y así es como funciona”, recuerda Florensa. “Una vez que sale algo de la tierra, ves a todo el mundo en el campo que corre a ver lo que ha salido. Es algo que ilusiona”, dice Salvador Musté, de la empresa Recop.

Galán reconoce que en su profesión hay que superar muchas dificultades a diario, pero que el desafío merece la pena. “Cada vez es más difícil justificar unas excavaciones. Sólo se mira lo práctico: la posibilidad de hacer un parque arqueológico, en lugar de valorar el conocimiento en sí”, denuncia. “La ciencia española está volcada en lo de siempre: hacer edificios y que el político salga en la foto. Las autoridades no se dan cuenta del poder económico que tiene un descubrimiento. Es muy importante proteger y cuidar nuestro legado cultural. Se puede sacar partido”, asegura. A su vez, Josep María Gurt invita al optimismo. “Les aseguro que es una profesión gratificante, nadie lo hace para ganar dinero. Gemma Caballé lo resume así. “Esto es un trabajo muy vocacional. Nunca te harás rico. Y, por cierto, a mí me consta que tampoco Indiana Jones navegaba en el oro…”.
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Extraído de La Vanguardia