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Tras los secretos de ‘La adoración de los tres Reyes Magos’ de El Bosco

Esta excepcional obra de arte, que a simple vista puede parecer sencilla, encierra una compleja iconografía

Tríptico abierto en el que se muestran las tres tablas

El pintor neerlandés Jheronimus van Aken (1450-1516), más conocido en nuestro país como el Bosco, es un artista enmarcado dentro de la pintura flamenca cuyos lienzos, llenos de una imaginación desbordante y escenas rocambolescas, hacen de él un genio inclasificable, extraordinario y único.

Tan solo hace falta dar un paseo por el Museo del Prado y pararse delante de la fantasía delirante y colorida que ofrece su creación más reconocida, El Jardín de las Delicias, para descubrir cientos de minuciosos detalles nacidos de una mente con una brillantez creativa que está lejos de toda duda.

Tríptico cerrado con la Misa de San Gregorio

Sin embargo, hay otra obra sobresaliente en la producción de el Bosco que puede que no llame tanto la atención en un primer momento y que parezca que tiene un desarrollo dentro de los cánones establecidos de la época, mas si nos detenemos a admirar este lienzo en todo su esplendor descubrimos uno de los cuadros más complicados en cuanto a iconografía se refiere: se trata de La Adoración de los Reyes Magos (1494).

La representación del tema de la Epifanía es muy frecuente en la pintura del siglo XV, con elementos y personajes comunes que se suelen encontrar en la mayoría de composiciones de una manera u otra. No obstante, en el caso de el Bosco, caracterizado por unir lo divino y lo fantasioso en sus obras, encontramos un desarrollo mucho menos ortodoxo.

En primer lugar cabe destacar que La Adoración de los Reyes Magos es un tríptico. Cuando está cerrado se puede contemplar la Misa de San Gregorio, momento en el que al papa Gregorio se le aparece Jesucristo durante una misa en el Vaticano. Además, la figura del Salvador queda rodeada con siete escenas de la Pasión que culminan con la Crucifixión, asistiendo al milagro algunos de los donantes de la obra.

El tríptico abierto es el que descubre la Epifanía en la tabla central. Una de las primeras características que llaman la atención es el fondo de la pintura, el paisaje común en las tres partes de la composición que da una sensación de continuidad. Se trata de un paraje natural con colores claros y una ciudad al fondo justo en el centro, donde predomina una arquitectura exótica y oriental con cúpulas y minaretes que recuerdan a Jerusalén; sin embargo, aunque el Bosco se deje llevar por los edificios exultantes y fantasiosos, la ciudad representada debe ser Belén.

Detalle del paisaje de la tabla central

El panel de la izquierda plasma en un primer plano al donante de la obra, Peeter Scheyfve, al que se le puede identificar gracias a su escudo de armas, donde se lee “Eenvoer al” (uno para todos), y que está acompañado de su protector San Pedro. Aun más interesante es la escena que se plantea en segundo plano, donde observamos a un hombre sentado con la cara prácticamente vuelta hacia el espectador, intentando guarecerse bajo un viejo techo y secando unas telas al calor del fuego. Este personaje ha sido identificado como San José, que ha sido expulsado de la tabla central y queda apartado en una esquina de la composición, secando los pañales del Niño Jesús y siendo casi imperceptible.

Mucho más al fondo en este mismo panel izquierdo se puede descubrir a dos mujeres que están siendo atacadas por varias figuras masculinas. De esta manera, el pintor no deja de desarrollar situaciones independientes a la temática principal para dar a la obra un mayor dinamismo, a la vez que plantea más incógnitas sobre los posibles significados.

Detalle de la tabla izquierda, donde se observa a San José

En la tabla derecha queda en primer término la mujer del donante, Agneese de Gramme, acompañada por Santa Inés, a la que se identifica gracias al cordero blanco junto a ella. Al fondo, el autor vuelve a recurrir a una escena de violencia, donde un jabalí y un lobo atacan a dos figuras humanas, mientras que otro jabalí hembra pasea con sus crías y lleva posado un cuervo. Un escenario que sigue sumando más elementos misteriosos al conjunto.

Todas estas escenas secundarias no son nada comparada con la compleja iconografía con la que el Bosco inunda la tabla central en la que se resuelve el tema principal, la Adoración de los Reyes Magos. Puede parecer simple tras un primer vistazo, con la Virgen sentada a las puertas de un pobre pesebre sosteniendo al Niño, mientras los tres magos acuden para ofrecer sus presentes; sin embargo, solo hay que detenerse un poco más para destapar multitud de particularidades.

María se presenta como el eje central de la composición y en los ropajes ricos de los Reyes es donde podemos maravillarnos de la pincelada maestra de El Bosco, tratando casa elemento con una extrema delicadeza. Arrodillado a los pies de la Virgen se encuentra Melchor, el más anciano, que se ha quitado la corona y ha dejado la ofrenda en el suelo, un pequeño conjunto escultórico hecho en oro y perlas. Dicho conjunto representa el Sacrificio de Isaac, anticipando de este modo el propio sacrificio que hará Jesús en la Cruz. Además, el regalo descansa sobre unos sapos, aplastándolos y simbolizando la victoria sobre el pecado.

Detalle de la escena central, que desarrolla la Epifanía

Justo al lado se sitúa Gaspar, más joven y también postrado ante María mientras ofrece su presente en una bandeja de plata, la mirra. Llama poderosamente la atención la esclavina metálica que lleva puesta, plasmando en la parte superior la visita de la reina de Saba a Salomón y colmándolo de regalos, un pasaje que se asocia con el de la Epifanía. En la parte inferior de la esclavina podemos descubrir a Manoa y su mujer dando gracias a Dios tras la buena noticia del nacimiento de su hijo Sansón, anticipando así el nacimiento de Jesús.

En tercer término vemos acercarse a un joven Baltasar que lleva en sus manos un recipiente esférico para contener su ofrenda, el incienso. Este objeto está decorado con un relieve que muestra a Abner arrodillado ante el rey David, otro episodio bíblico relacionado con la Adoración de los Reyes. Sobre el receptáculo se posa el Ave Fénix, simbolizando la Resurrección de Cristo. Asimismo, Baltasar va acompañado de una pequeña criada, en cuyos ropajes vemos bordado el pez grande que engulle al pez pequeño, aludiendo una vez más a la temática de la Salvación.

Al acecho de este apacible momento, el Bosco coloca a todo un grupo de personajes grotescos y extraños que no simbolizan otra cosa que el Mal. Asomado a la puerta del pesebre aparece el Anticristo cubierto con una capa transparente, en actitud burlona y cuyo carácter maléfico queda reforzado por el búho oculto en la parte superior de la cabaña, con un ratón muerto entre sus garras. El ambiente se vuelve aun más tétrico cuando nos detenemos en las figuras que acompañan al Anticristo, sobre todo una mujer con el rostro deformado y un tocado propio de los demonios que suele pintar el Bosco.

Completando la escena central se encuentran los pastores, que lejos de estar adorando al Niño, se esconden tras el pesebre e incluso algunos han trepado al techo para observar mejor el acontecimiento, con una actitud en sus caras que puede resultar inquietante y amenazadora, completando ese aire de peligro que parece posarse sobre el Niño.

En un plano secundario se ve a dos ejércitos cabalgando que llevan tocados orientales, apuntando a que se traten de los soldados de Herodes, desplegados para buscar a Jesús y matarlo. Un poco más al fondo, el Bosco pinta una construcción cuyos símbolos aluden a que se trate de un burdel, tanto su enseña del cisne como el palomar en la parte alta. Hacia éste vemos como se dirige un hombre que tira de un asno sobre el que va montado un mono, un signo claro de la lujuria.

Detalle de la parte superior de la tabla central, con los ejércitos de Herodes

Esta magna obra está considerada como una de las más asombrosas del artista, ya que pertenece a su último período y ha alcanzado toda su plenitud creativa, además de encerrar una compleja iconografía sobre la que merece la pena detenerse. Contemplar un cuadro de El Bosco es descubrir un nuevo elemento cada vez, un nuevo misterio, una nueva fantasía.

En 1574 La Adoración de los Reyes Magoses adquirida por Felipe II, que la coloca en el oratorio de el Monasterio de El Escorial y en 1889 pasa a formar parte de la colección permanente del Museo del Prado, donde hoy se puede conocer en todo su esplendor.

Bibliografía

RAMÍREZ, Juan Antonio. El Bosco: futurible divino y paraíso invertido, en "Bosco", Los grandes genios del arte, n.º 25, Eileen Romano (dir.), Unidad Editorial, S.A., 2005.

SILVA, Pilar. El Bosco. Tríptico de la Adoración de los Magos, en El Bosco. La exposición del V Centenario,Museo Nacional del Prado, Madrid, 2016, pp. n.10 195-207.

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Imágenes| Wikipedia

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