En la Santa Sede se decreta la
creación de la figura del Promotor Fidei, conocido popularmente como ‘advocatus
diaboli’, para buscar exhaustivamente cualquier dato que pudiera echar por
tierra la canonización de los santos
Imagen de Sixto V |
Durante
el primer milenio de la Iglesia Católica,
el culto a los santos era local y dependía de la aprobación del obispo a la
cabeza de la diócesis en que se encuadrara la región de la que era oriundo el
santo. Sin embargo, algunos de ellos -como Agustín de Hipona o Isidoro de
Sevilla- traspasaron con creces las fronteras locales, siendo venerados por
toda la comunidad cristiana.