Trajano y Adriano: los emperadores hispanos que marcaron la historia de Roma

Dos destinos entrelazados por la adopción y el poder Imagen ilustrativa e idealizada de Trajano. Trajano y Adriano fueron dos de los emperad...

El Canto del Loco (en directo)

“Ekix”

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“Otra vez”

Huellas de dinosaurios.

Descubren en Perú cientos de huellas de dinosaurios y otros animales prehistóricos.
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Cientos de pisadas y restos fosilizados de animales prehistóricos, probablemente dinosaurios que vivieron hace 120 millones de años, han sido descubiertos en la región Ancash (centro de Perú).

El hallazgo se produjo cuando la empresa minera Antamina, propiedad de BHP Billiton y Xstrata, entre otros, construía un camino desde su campamento de Yanacancha hasta el cruce de Conococha, en la provincia de Huari, a unos 400 kilómetros al noreste de Lima.

La empresa ha confirmado que en un estudio preliminar del sitio, a 4.600 metros sobre el nivel del mar, se encontró más de cien pisadas de al menos 12 formas distintas de animales prehistóricos.
De acuerdo a los cálculos de los paleontólogos a cargo de estos hallazgos, la edad del sitio podría situarse en el Cretácico Temprano, hace unos 120 millones de años.

Entre los restos encontrados, según ha informado el diario El Comercio, hay grandes reptiles marinos conocidos como sauroterigios, de los que se descubrieron esqueletos completos.

También otros reptiles en forma de pez -llamados ictiosaurios-, cocodrilos de ramas extinguidas, reptiles voladores o pterosaurios, tortugas y restos de peces y de invertebrados muy bien conservados.

Los trabajos de paleontología en la zona de influencia de Antamina se remontan al año 2006 cuando empezó la construcción de ese camino, que dejó expuestos sedimentos potencialmente fosilíferos, de acuerdo a un análisis elaborado por el Centro de Ornitología y Biodiversidad (Corbi).

Las excavaciones realizadas en el paraje conocido como Cruz Punta, en el kilómetro 80 de esa carretera, pusieron al descubierto una pared rocosa de varias decenas de metros de longitud en la que se apreciaban estructuras que parecían ser un conjunto de huellas de animales, agregó el estudio de Corbi.

Extraído de El Mundo

El CAAI localiza un posible campamento cartaginés en el campo de batalla de Baecula.

El Centro Andaluz de Arqueología Ibérica ha presentado hoy los resultados obtenidos del estudio que están realizando sobre la Batalla de Baecula, con el objetivo de averiguar cuál fue el lugar exacto en el que se desarrolló este acontecimiento bélico. En la última campaña han realizado dos nuevos descubrimientos, un horno de pan de grandes proporciones, y un nuevo campamento en el Cerro de las Albahacas, término municipal de Santo Tomé (Jaén).

La batalla de Baécula se desarrolló en el año 208 a.n.e. en el marco de la Segunda Guerra Púnica y fue el inicio de la conquista romana del Valle del Guadalquivir. Polibio y Tito Livio narraron los acontecimientos y la secuencia de esta acción bélica y detallaron cómo, ante la llegada del ejército romano de Escisión, los cartagineses se retiraron a una altura protegida por un río, y que el general romano tomó la decisión de atacar a Asdrúbal Barca en su propio campamento. La batalla implicó también a otros colectivos como los iberos ilergetes que dirigían los príncipes Indibil y Mardonio, que concurrían del lado romano y los honderos baleáricos y los jinetes númidas de Masinisa, que lo hacían del lado púnico.

En 2004 el Centro Andaluz de Arqueología Ibérica (CAAI) propuso que la batalla de Baécula sucedió en el Cerro de las Albahacas en Santo tomé y que el Cerro de los Turruñuelos fue el oppidum (ciudad fortificada) de Baécula. Desde 2006 se desarrolla un proyecto sistemático de investigación de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, al que se ha sumado en 2007 un segundo proyecto del Plan Nacional I+D+I del ahora Ministerio de Ciencia e Innovación. En el 2009 el proyecto ha alcanzado la mitad del tiempo de desarrollo de los trabajos, motivo por el que realizan una valoración de los resultados obtenidos y una reflexión sobre los pasos a dar en los años que restan hasta finalizar la investigación, lo que ocurrirá pasados tres años más de trabajo.

Últimos resultados.

Tras realizar una prospección superficial y varios sondeos arqueológicos en el oppidum encontrado en los Turruñuelos, los investigadores del CAAI afirman que el oppidum se fundó en el siglo IV a.n.e. y no alcanzó el siglo II a.n.e., y que durante su existencia el asentamiento fue uno de los oppida más grandes del Alto Guadalquivir, pues superó las 20 has. Esta ciudad fortificada alcanzó durante su vida un fuerte desarrollo urbano, avalado por el cuidado tratamiento, con enlosados, de algunos espacios públicos o la construcción de un horno de pan de grandes proporciones, que ha ofrecido abundante información sobre la alimentación de los iberos. A pasar de todo, “el paso del tiempo ha arruinado algunas zonas de su interior por los trabajos de extracción de grava”, ha explicado Juan Pedro Bellón, encargado de la excavación en este lugar.

Además, en 2006 realizaron una intervención con sondeos arqueológicos en el Cerro de las Albahacas, y desde entonces anualmente una microprospección. Desde este momento, comenta Francisco Gómez, se han prospectado 185.000 mtrs2, lo que supone un 4,6% del total de la superficie de la planicie superior donde se ubica el área letal de la acción de guerra. En total este espacio comprende un área de 400 has.

Como consecuencia de este trabajo se han localizado 463 objetos de metal de los cuales 128 son armas ofensivas y el resto pertenecen a objetos de equipamiento. Además se ha recogido cerámica de 319 cuadrículas, con lo cual se comienza a tener una noción más precisa de las acciones desarrolladas en la zona letal de la batalla, gracias a la distribución georeferenciada de los materiales. “Hoy ya estamos en condiciones de establecer cuáles fueron los espacios que caracterizaron la zona donde se produjo el cuerpo a cuerpo o el frente desde donde se desplegó el ejército romano”, explica Francisco Gómez.

El último de los descubrimientos arqueológicos se ha producido en la campaña de 2008, donde ha aparecido la geomorfología de un segundo campamento, avalada por abundante material, que viene a sumarse al campamento encontrado en la campaña de 2006, con lo que ya son dos los existentes, cuestión que coincide con la información aportada por las fuentes escritas romanas. Las hipótesis que barajan en este momento es que este segundo campamento pertenezca a los cartagineses y el primero, estudiado ya, es el romano, explica Arturo Ruiz, director del CAAI.

Objetivos futuros.

En los próximos años se continuará con la intervención en el Cerro de las Albahacas, ampliando el área de microprospección hasta el 10% de la superficie de la zona letal, lo que permitirá precisar con bastante detalle los acontecimientos de la acción de guerra. Del mismo modo se estudiará el nuevo campamento para establecer la relación temporal de éste con el anteriormente descubierto. En esta nueva etapa se realizarán los trabajos que definirán el camino de acceso al escenario de la batalla del ejército de Escisión y la localización del campamento romano inicial, gracias a la existencia de materiales como las tachuelas de las calligae (sandalias) de los legionarios romanos. Por último, se cerrará la macroprospección superficial de todo el territorio circundante, diez km en torno al cerro de las Albahacas, que se encuentra en un estado muy avanzado de cobertura.

El objetivo final, según ha comentado Francisco Jiménez Nogueras, alcalde de Santo Tomé, es la realización de un museo en el que se puedan mostrar las piezas que han aparecido en este lugar, lo que proporcionará un nuevo aliciente turístico y cultural a la Sierra de Cazorla.
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Extraído de Andalucía Investiga

Ismaël Lô

“Jammu Africa”

En el altar de Zeus.

En la mitología griega Zeus era el rey de los dioses del Olimpo. Por eso el pueblo griego le ofrecía todo tipo de ofrendas en la cumbre del monte Lykaion, donde según algunos textos tuvo lugar su nacimiento.

Analizando los restos que aún se conservan en la zona, un equipo de arqueólogos asegura haber encontrado cenizas, huesos, fragmentos de cerámica y otras evidencias de sacrificios de animales a dioses y diosas anteriores a Zeus.

David Gilman Romano, de la Universidad de Pensilvania, concluye que el material hallado en el altar Lykaion "sugiere que la tradición de la devoción a alguna divinidad en ese lugar es muy antigua" y "muy probablemente anterior a la introducción de Zeus en el mundo griego". Como el doctor Romano señala, "pasamos de usar el Antes de Cristo y Después de Cristo, al Antes de Zeus y Después de Zeus".

La continuación de las excavaciones durante este verano y el próximo darán lugar a un entendimiento más profundo del altar de la posible religión pre-griega. "No sabemos todavía exactamente de qué manera fue utilizado el altar por primera vez en el período de 3000-2000 a.C.; si fue utilizado en relación con los fenómenos naturales como el viento, la lluvia, los relámpagos o los terremotos, dedicado a algún tipo de culto a la divinidad femenina o masculina, o una representación de la personificación de las fuerzas de la naturaleza", ha explicado el Dr. Romano, que intenta encontrar la respuesta.

El viajero griego Pausanias, escribió en el siglo II d.C, describiendo el santuario de Zeus en el monte, que “en el punto más alto de la montaña hay un montículo de tierra, que forma un altar de Zeus, y desde allí se puede ver la mayor parte del Peloponeso”. “En este altar se sacrifica en secreto, en honor a Zeus”.

Según Ken Dowden, director del Instituto de Arqueología y de la Antigüedad de la Universidad de Birmingham, en Inglaterra, no es sorprendente encontrar la adaptación de un santuario dedicado a los dioses de una religión anterior al culto de sus propios dioses. "Probablemente tuvieron un dios que fue adorado en la cima de una montaña, y los griegos moldearon eso hasta llegar a Zeus, su dios del cielo y los relámpagos", sugiere el Dr Dowden. "Teniendo en cuenta el sitio, tiene mucho sentido".
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Extraído de Muy Interesante

Una herencia científica en plena evolución.

El próximo día 12 se cumplen 200 años del nacimiento del naturalista inglés Charles Darwin. En noviembre se conmemorará también el 150 aniversario de la publicación de su obra El origen de las especies, la primera que expuso de manera específica, exhaustiva y fundamentada la noción, ya intuida por otros científicos en el siglo XIX, de que las especies evolucionan a partir de ancestros comunes en un proceso continuo y gradual que las permite adaptarse a los embates de su medio.

La originalidad del británico consistió en proponer mecanismos directores de la evolución, sobre todo la llamada selección natural. Antes de Darwin, la aproximación más cercana a un esquema evolutivo era la formulada por el francés Jean-Baptiste Lamarck, para quien eran los organismos individuales, no las especies, los que se adaptaban a la fuerza a los cambios en el medio y legaban esas variaciones a sus descendientes. En un ejemplo clásico del lamarckismo, la jirafa habría surgido por la necesidad de estirar el cuello para alcanzar las hojas en las copas altas de los árboles.

Tanto Darwin como Lamarck desconocían la genética, el ADN y los mecanismos de la herencia, por lo que la hipótesis del francés no resultaba tan descabellada como hoy. Pero al contrario que el lamarckismo, el modelo de Darwin era fácilmente compatible con lo que a diario observaban los criadores de animales domésticos en sus procesos de selección de razas, aunque la herencia continuase siendo una caja negra para la ciencia de la época.

Una larga gestación.

En el contexto de entonces, donde los descubrimientos científicos despuntaban en el magma de la crisis de fe de la sociedad victoriana, había ya una cierta apertura hacia las interpretaciones de la historia natural que se apartaban de las escrituras sagradas. Pese a ello, Darwin esperó casi un cuarto de siglo después de su viaje de exploración y recogida de datos en el navío HMS Beagle hasta publicar finalmente su modelo, y lo hizo en parte presionado por el descubrimiento de que el galés Alfred Russell Wallace había llegado a similares conclusiones de manera independiente.

Pero aún persistía un tabú: la posición del ser humano como algo esencialmente diferente y superior al resto de la naturaleza. Aunque la obra pionera de Darwin no indagaba en el ser humano, la aplicación del modelo era inmediata y evidente. Antes de que el naturalista abordase el asunto años más tarde en El origen del hombre, los círculos científicos ya discutían una paternidad común para los humanos y los simios, lo que soliviantó a la religiosidad del momento y multiplicó las caricaturas que encastraban la cabeza de Darwin en un cuerpo simiesco.

Dos siglos después, las hipótesis de Darwin gozan de buena salud. Su propuesta básica se ha contrastado en la naturaleza, se ha experimentado en el laboratorio y se ha simulado con modelos informáticos. Entretanto, la figura y su obra han sufrido innumerables asedios y manipulaciones. Voces acientíficas propagan presuntas dudas sobre su validez, otras falsean consanguineidades con el nazismo, y el ateísmo militante lo enarbola como bandera. Mientras el darwinismo se debate en contextos sociales y religiosos que su autor nunca exploró, expertos como el hispano-estadounidense Francisco J. Ayala (una de las máximas autoridades mundiales en evolución) se empeñan inútilmente en reclamar que se deje a la ciencia lo que es de la ciencia.

Darwin, desde luego, no era infalible. Aunque hoy ningún biólogo reconocido duda de que las especies evolucionan y que al menos uno de sus motores es la selección natural, la biología evolutiva maneja modelos que han adelantado en varias generaciones al darwinismo original. Incluso la representación del viaje de las especies en el tiempo como un árbol, algo que en su día fue revolucionario y que hoy parece incuestionable, es cuestionado en favor de un esquema más transversal en forma de red. Pero de algo no hay duda: la semilla de Darwin fructificó en un árbol del que brotaron muchas de las ramas de la biología moderna.
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Extraído de Público

Dios contra Darwin.

"Stokes respiró hondo, apoyó con cuidado el cañón en sus incisivos y rodeó el gatillo con un dedo esquelético. Sus labios, resecos, se cerraron dolorosamente en torno al metal helado. Tenía que hacerlo, sin duda, si era hombre". Dar marcha atrás ahora sería el colmo del fracaso. Le tembló la mano. Tres. Dos. Uno. Ya.

Pringle Stokes, primer capitán del HMS Beagle, se pegó un tiro en 1828 tras un infernal periplo por la Patagonia argentina. Su muerte es el punto de partida de otra terrible historia: la del nuevo comandante, Robert Fitz Roy, quien debía completar el trabajo cartográfico de su predecesor.

Pero Fitz Roy tenía otras ideas en mente: el viaje serviría para constatar científicamente la exactitud literal del Génesis. Quería defender el creacionismo. "La ciencia y la religión tendrían que haber sido la misma cosa: la primera, un simple medio para interpretar las verdades absolutas de la segunda", dijo el capitán del Beagle. Pero, a bordo de la expedición también estaba un investigador de 21 años llamado Charles Darwin, que se empeñaría en quitarle la razón.

Religión y también dinero.

Los marineros, que apodaban a los barcos de esta clase ataúdes por su tendencia a irse a pique, se enfrentaron a los mares, recorriendo varias veces el Cabo de Hornos, Nueva Zelanda y diversas islas del Pacífico. Cartografiaron las costas y registraron varias mediciones relacionadas con fuerzas de los vientos, las fases de la luna y las mareas. Pero, del paraíso perdido, ni rastro. También visitaron la selva brasileña y la pampa seca argentina en el interior. Allí tampoco estaba.

A principios del siglo XIX, los debates sobre el racismo y la difícil relación entre religión, ciencia y colonialismo ocupaban el tiempo de los estudiosos. Fitz Roy, que estaba convencido en demostrar el "orden natural de las cosas", tampoco olvidó el carácter comercial de su misión. Estableció los puntos clave para el Imperio Británico y analizó a los indios patagónicos con este propósito. Ya en el primer viaje secuestró a cuatro nativos de etnia fueguina para reeducarlos en Inglaterra.

"Algunos indios agitaron las lanzas agresivamente. Otros encendieron fuegos para advertir la presencia del navío. El resto, siguieron su estela para comerciar pescado fresco y cangrejos a cambio de retales", relata Harry Thompson en su libro Hacia los confines del mundo (Salamandra). Para los occidentales, "los fueguinos eran unos monstruos, un obstáculo al avance del hombre blanco y su civilización.

Cuando los europeos llegaron, los nativos parecían un grupo primitivo y desgraciado de salvajes, ateos sin ley que vivían en la miseria", escribió el historiador Nick Hazlewood en sus estudios sobre la llegada de los británicos a la Patagonia.

Si las palabras del Génesis eran ciertas, ni plantas ni animales debían haber cambiado desde que Dios las creó. Pero no era así, y mientras Darwin investigaba y comenzaba a hilvanar sus teorías evolucionistas, los indígenas regresaron a sus antiguas costumbres.

El estrés, la soledad y la falta de respuestas enloquecieron al comandante Fitz Roy. Su cólera caprichosa despertó la inquietud del círculo de oficiales, que con bastante frecuencia pusieron en duda su cordura. Su personalidad voluble e imprevisible acabarían con su vida. Cuando apareció El origen de las especies, en 1860, Fitz Roy Roy se sintió traicionado y culpable por haber ayudado a Darwin. Cinco años después, se quitó la vida con una navaja.
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Extraído de Público