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Por una raja de sandía, EE.UU. se quedó con el Istmo de Panamá

Jack Olivier, borracho perdido, se acercó hasta un puesto local para comprar un pedazo de sandía, pero su negativa a pagar desató la batalla

Fusiles y revólveres definieron cada uno de los bandos
Panamá, tierra de ríos cortos y cuna de la biodiversidad, era en 1856 el paso recomendado para todos aquellos que soñaban con encontrar El Dorado. Allí, los indios eran menos indios que en California y los paisajes menos agrestes. El lazo por donde se anudan el Pacífico y el Atlántico se convirtió, por su peculiar orografía, en el colchón desde donde saltar hacia las reservas de oro que atrajeron a millones de personas de todo el Globo. Por cercanía y por ventaja, al menos comercial, EE.UU. se convirtió en su principal visitante, de modo que Panamá pasó a ser un enmascarado dependiente de los Estados Unidos a raíz de la firma del Tratado de Mallarino-Bidlack.

El oro y la posterior construcción del ferrocarril hicieron que Panamá estuviese a rebosar. Demasiada población extranjera que arrasó como un vendaval el modo de vida panameño: adiós a la agricultura, adiós al comercio, adiós a la obra. Todo comenzó a girar en torno a las minas californianas donde reposaba el metal que traería a cada familia la tierra prometida que no lograba encontrar de puertas para adentro.

La sombra de la esclavitud era alargada en 1856

Y donde las costumbres propias no se entienden con las ajenas, estalla la diferencia de pareceres, pasando las charlas a empujones y los coloquios a tortazos. De modo que cuando los ánimos están calientes, es solo una nimiedad la que hace bajar a todos los santos. Los panameños eran negros, mestizos o indígenas, y los norteamericanos —sobre todo los sureños— seguían manteniendo el ideario de la superioridad de su población. Esto, unido a la impotencia de la autoridad local por controlar a los aventureros que, por cierto, solían desenvainar y desenfundar bajo cualquier pretexto, fue el caldo de cultivo donde se cocerían los enfrentamientos por una raja de sandía.

Y llegó la fruta

El 15 de abril de 1856, Jack Olivier, borracho perdido, se acercó hasta un puesto local para comprar un pedazo de sandía. El niño que jugaba a vendedor se la ofreció por 50 céntimos, y Jack la aceptó encantado. El problema llegó a la hora de pagar. El norteamericano no quiso abrir la cartera alegando que él había pedido un melón y no una sandía. Entonces el niño fue en busca de su madre, y ella respondió increpando al timador de los abastos. La borrachera de Olivier terminó con una patada a la mujer y con una bala en el muslo del pequeño.

Tras ello, se corrió la voz con el tañer de las campanas de Santa Ana. Los panameños, llenos de ira, empuñaron lo que encontraron a su paso y con ello fueron hasta el ferrocarril en busca de americanos. Allí, la batalla campal. Fusiles y revólveres definían cada uno de los bandos hasta que, de momento, de la estación de ferrocarril salió la promesa de liberar a Olivier. De momento, porque la jura se quedó en aguas de borraja y los revólveres de los americanos volvieron a abrir fuego, esta vez, contra el Cónsul de los Estados Unidos y contra el Gobernador del Estado, a quien una bala muy cinematográfica atravesó el sombrero.

Y se terminaron las contemplaciones. Las autoridades y la policía —50 más o menos— ordenaron abrir fuego contra la estación. El resultado fue la vida de aproximadamente 30 personas de ambos bandos, y un largo día posterior de destrucción de todo aquello que recordaba al extranjero americano. A largo plazo, y después de que se culpase al instinto de los negros de la Guerra de la Sandía, el enfrentamiento puso la primera piedra para la desestructuración de lo que pasaría a llamarse Colombia a raíz de la firma del Tratado Herrán-Cass en 1856, que levantaba la veda al intervencionismo americano.

Hay diferentes versiones a la que aquí se recoge y que se corresponde con «El Anuario Colombiano de Historia», que a su vez utiliza el Correspondance Poli tique Générale, el Correspondance Politique des Consuls y el famoso Rapto de Panamá de Selser. Versiones en las que no hay niño y tampoco madre —como aseguró en su día el cónsul francés en Panamá, testigo de primera mano—, pero sí un lugareño llamado José Manuel Luna. Interpretaciones diferentes en cuanto a los protagonistas de la Guerra de la Sandía, que el grueso y la fruta son los mismos.

Vía| Vega, Renán y Jáuregui, Sandra, «La Guerra de la Sandía de 1856 en Panamá. Una reconstrucción a partir de las fuentes diplomáticas de Francia», en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 27, 2000, pp. 93-118
Imagen| Panamá Vieja Escuela

1 comentario:

carvalsaman dijo...

... solo se confirma la regla , como exepción ... ante los explotadores en su afán DEPREDADOR.